La renovación de Miguel Torrecilla no por intuida antes de producirse deja de suponer, ya confirmada, un paso atrás en las ilusiones depositadas por la afición en el cambio global que necesitaba el Real Zaragoza en el área técnica. La esperanza de un nuevo amanecer con el grupo inversor se va quedando poco a poco en una tímida y calculada transición que en nada asegura que el conjunto aragonés vaya a acelerar su marcha en el añorado regreso a la élite. La apuesta económica es insuficiente para dotar al equipo de una corteza competitiva de primer nivel y la mejora se deposita casi en exclusiva en el aura de Raúl Sanllehí, un profesional con gran experiencia de negociación en los mercados del oro que en el Real Zaragoza se estrena en un territorio donde, con un músculo económico más flácido, el tesoro consistirá en la capacidad de seducción del director general.
La confianza depositada por Sanllehí en Torrecilla tiene más de estrategia que de convencimiento, con la intención de que le sirva de escudero en un club que todavía desconoce, de poli malo en las delicadas situaciones que se van a suceder en una configuración de la plantilla bastante menos tajante de lo que se presumía. El rey de la pomada, el padre del hijo que nació para ascender, la pareja que no matrimonio de Juan Ignacio Martínez, de quien se separó aun siendo con diferencia la parte más nociva de esa dupla, ha contraído nuevas nupcias con el sueño americano. Esta boda de conveniencia resulta antinatura, por lo que cualquier papel que represente Torrecilla más allá del de servil secundario, podría confundir al espectador zaragocista, consumado crítico después de diez años viendo la misma película de terror. Y el poli bueno no serlo tanto, y el malo, mucho peor.
Rollo El Gatopardo, cambiar para que no cambie nada. Lamentablemente