Por qué se salvará el Real Zaragoza

Gabi ha logrado que el equipo se despoje de la frustración de no pertenecer a la nobleza para asumir que su lucha es sobrevivir en las calles

Tarde pero a tiempo, el Real Zaragoza se ha desprendido del falso perfume con el que fue rociado a principio de temporada, un aroma seductor de ascenso que el club propagó con inconsciencia e indecencia. La campaña de publicidad duró cuatro jornadas y produjo algunas ventas, pero desde la visita a El Plantío se comenzó a destapar el fraude. El problema fue que el mensaje de que el objetivo y prácticamente la obligación era regresar a Primera. El producto se ha mantenido en el mercado hasta hace bien poco cuando la evidencia decía que incluso la promoción era una quimera. Miguel Ángel Ramírez ya detectó la gravedad del asunto, pero equivocó los canales de transmisión al grupo y acabó por desorientarlo aún más con las vacilaciones de un novato, hasta que la amenaza del descenso llamó a la puerta vestida de gala. Hace tres encuentros, el Real Zaragoza se postuló como serio candidato a la catástrofe. Antes de comenzar el partido con los jabatos, estaba en el corazón de la fábrica de las pesadillas.

Había que gestionar un escenario de altísima complejidad. Los fracasos con Víctor Fernández y Miguel Ángel Ramírez requerían otro entrenador, en esta ocasión con recorrido en este tipo de empresas al límite, y la apuesta fue de nuevo de máximo riesgo: Gabi Fernández, un técnico sin experiencia en el fútbol profesional, asumió el reto con un discurso sin un ápice de glamour, ajustándose al cien por cien a la cruda realidad. Sólo le faltó en la comparecencia un mondadientes, unos nudillos de hierro y un tatuaje del Cholo. Se presentó como un motivador y no engañó a nadie, con los avales de haber sido un futbolista canchero y honesto con reputación de líder. Que hubiera tenido un pasado exzaragocista suponía que conocía el terreno, un valor añadido aunque no determinante. Lo que ha hecho, lo que está haciendo, es un profundo trabajo de limpieza mental desde dentro de un vestuario a quien nadie le había confirmado que nunca había pertenecido a la nobleza de esta categoría. La victoria frente al Mirandés ratificó que el grupo ha asumido que ha de sobrevivir en las calles, y en ese papel sí esta preparado para la salvación.

Todavía no se ha bajado el telón y, como dijo Ander Garitano, «se salvará pero las va a pasar canutas» porque la lucha en esa ciénaga es cruenta e inescrutable. Para esa comprensión de la auténtica identidad, ha sido clave una estrategia no sólo de diván, sino también ajedrecística. Gabi activó todas sus piezas con alma de peones sobre un tablero donde cada movimiento persigue un tráfico colectivo hacia la protección. Los pases se han reducido un 27%, los espacios centrocampistas son colinas a conquistar a golpe de bayoneta, los riesgos en defensa se exorcizan y el ataque pasa a jugar un papel supletorio una vez ajustadas las tuercas de las posibles fugas del artefacto. Le ha costado lo suyo y aún habrá algún disgusto, pero lo que antes era una intuición, una ilusión o un rezo ahora ha tomado cuerpo porque los futbolistas han comprendido que el verdadero rango de su estirpe. Al menos a día de hoy, que es lo que interesa.

Nadie estaba preparado para combatir por no bajar. Mucho menos la afición, crucificada por la desesperanza, el desengaño, el ninguneo y el hastío una vez que descubrió que, por enésima ocasión, le habían mentido. Encolerizó, bramó contra un palco insensible e invisible y pidió cabezas. En esa guerra civil, sin embargo, ha firmado la paz en otra demostración de inteligencia y cariño muy por encima de cualquier aportación económica de la propiedad, cuyo interés tiene poco que ver con lo deportivo. Con La Romareda hasta la bandera, la hinchada ha recuperado su leyenda al servicio de un equipo que con ella no es mejor, pero de la que recibe una impagable transfusión de responsabilidad. Juntos por mantenerse en Segunda. No hay honor sino tolerancia al dolor, la clave de un éxito menor pero majestuoso por el bulevar de los sueños rotos.

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