Los ultras en general siguen siendo el gran cáncer del futbol, una enfermedad que la mayoría de clubes y los estamentos dan la espalda o castigan con más simbolismo que dureza cuando no patrocinan. 800 de esos borregos de la grada de animación del Reale Arena que lleva el nombre de Aitor Zabaleta, el seguidor donostiarra que fue asesinado por seguidores más extremos del Atlético y cuyo padre tuvo que soportar la humillación de que insultaran a su hijo en el Vicente Calderón cuando fue invitado por la directiva rojiblanca, se han dedicado durante sus dos últimos encuentros en casa a insultar gravemente al Real Zaragoza y a Aragón. El sindicato JUPOL presentó un escrito ante la Comisión Estatal contra la Violencia, la Xenofobia, la Intolerancia en el Deporte del Consejo Superior de Deportes por esos cánticos frente al Villarreal que se han vuelto a reproducir frente al Mallorca. Ni la entidad donostiarra ha pedido disculpas ni el Real Zaragoza va a realizar ningún tipo de comunicado al respecto. Se la cogen todos con papel de fumar y remiten a colaborar con la Liga y con Antiviolencia.
La decisión de expulsar de por vida de todos los estadios a estos personajes que ni sienten sus clubes, ni acuden al estadio a ver el partido y que son una constante amenaza para las aficiones de sus propios equipos y del resto debería ser lo único negociable sobre la mesa. El Barcelona y el Real Madrid cortaron de cuajo en 2003 con sus radicales, los Boixos Nois y los Ultras Sur, que además de no poder acceder al Camp Nou y al Bernabéu, y fueron desarticulados con intervenciones policiales. Joan Laporta y Florentino Pérez recibieron todo tipo de amenazas personales. Ambos clubes se responsabilizaron de renegar de los salvajes, es decir que aplicaron la justicia para la que estaban autorizados. No obstante, aún perdura el hedor de la chusma en esos campos y fuera de ellos, pues en muchos casos se trata de peligrosos delincuentes.
Ciertos grupúsculos supervivientes de esa masa bestial residen sin embargo en la gradas de animación que se han ido construyendo como foco limpio, mimetizados con cobardía y contaminando la atmósfera cuando les apetece. Lo sabe la Real Sociedad y son conocedores de ello el resto de los clubes del fútbol español. Sólo una acción directa y coordinada de los equipos y sus máximos responsables, que en estos momentos se cubren unos a otros y de cuyas consecuencias han de sentirse muy cómplices, puede exterminar esta lacra social, no sólo deportiva. No es una cuestión de valentía sino de responsabilidad ciudadana. Ni cierres temporales ni multas van a acabar con la violencia en los recintos y fuera de ellos de esta carne con ojos que promueven todo tipo de ataques indiscriminados. No olvidemos los cadáveres que se han quedado por el camino. Sí, también, con gran dolor, el de Aitor Zabaleta.