Reconocer ante la prensa en un acto al que el Real Zaragoza es invitado y se acude por motivos de interés mediático como es la política, o donde asisten protagonistas de la historia del club respetados por la afición, es algo que siempre ha aprovechado Sanllehí para dar explicaciones. Salir en twitter y decir que los abonados tenían de tiempo hasta el 31 de mayo para la renovación de sus carnés manteniendo los precios de esta temporada era un globo sonda. «A ver qué pasa», dirían los que mandan. Y como los medios afines son la mayoría por las implicaciones con las empresas propietarias del club tenían la tranquilidad del silencio en sus editoriales.
Se produjo una reacción de protesta por los zaragocistas que viven fuera de la ciudad y quienes tienen su recibo domiciliado. Pero, quizás por el temor de una subida importante del recibo, las filas delante de las oficinas han sido largas aunque se hayan aguantado dos horas de espera. Es posible que el deseo de hacer lo necesario porque el club ingrese el dinero exigido para asumir sus deudas haya provocado esta reacción. O que se responda de manera grupal como sociedad acostumbrada a pagar y a callar. Incluso a dejarse llevar por la esperanza de que esto se va a arreglar con un inesperado golpe de suerte.
En cualquier caso tiene que quedar claro que quienes han traído a los inversores de riesgo no pudieron conseguir ni el ascenso ni los beneficios de la reconstrucción de la Romareda. Y que los nuevos socios pagarán lo que les toca este mes pero que no invertirán un euro más en la plantilla. Si no hay acuerdo para el nuevo estadio venderán sus acciones a otros fondos «buitre». Y mientras tanto los políticos seguirán obedeciendo a Madrid y elegirán seguir sin hacer nada más que discutir y prolongar la agonía.