El Real Zaragoza avanza a pasos agigantados hacia el abismo y a la velocidad de la luz hacia al desprestigio ya no sólo deportivo sino institucional. Mientras la compraventa sigue su curso, o deberíamos decir sus cursos por cauces tempestuosos, con ofertas aún sin manifestarse con la solidez que corresponde, el equipo malvive en una isla desgobernada, donde cualquiera de sus habitantes puede ser rey de la desfachatez. Por lo visto, todo se contagia en ese marco de provisionalidad, de huidas cobardes hacia delante sin respetar lo más mínimo a la afición. Ni siquiera como receptora de informaciones de primer orden.
Esta mañana ha sido especialmente esperpéntica y bochornosa. El entrenador ha levantado el telón de la opereta ratificándose en que las protestas de la hinchada por la gestión o indigestión de la propiedad perjudican al equipo. Lo ha dicho con ese estilo sofista que le caracteriza y con el que envía un flor y un puñal en la misma frase. En el fondo, no entiende ni quiere entender nada. Al margen de sus convicciones, tenía la oportunidad de dar carpetazo a una declaraciones que han hecho daño. Pero no, ha antepuesto su opinión a la diplomacia, un juicio además erróneo pues no le aproxima a la honestidad sino a la tozudez. Esa obstinación plasmada en su forma de malinterpretar los encuentros y justificar sus resultados por «lapsus» de unos futbolistas que siguen sus directrices. Su caldo casero ha caducado.
La vergüenza subió de tono cuando el propio JIM comunicó que Sabin Merino no puede jugar ante el Leganés, un rival directo. Contratado hasta 2025 procedente del Leganés, el club pepinero puso la condición de que el delantero se quedara fuera de este partido. Nadie del club informó de esa cláusula, y al técnico no le ha quedado más remedio que descubrirla sobre la bocina del encuentro en Butarque, como quien reconoce que ha falsificado las notas al presentárselas a sus padres el día que deben firmarlas.
Un futbolista que en teoría ha sido fichado, y no acogido en préstamo, para solventar el grave problema del gol se queda fuera de una cita del calado de la de Leganés. Miguel Torrecilla compró un rolex y el relojero le ordena cuándo debe ponérselo. El matrimonio entre el director deportivo y el entrenador continúa acaparando las primeras planas de lo grotesco. Hasta dónde hemos llegado, no. Hasta dónde no hemos llegado todavía con esta pareja sin fondo en su caja de sorpresas de bisutería profesional.
No hay problema, con estos dos subimos de categoría el año que viene… Pasaremos de segunda a primera (RFEF)