¿Afición y prensa estallan como signo de rebelión o como una más que probable pataleta contra su colaboracionismo e impotencia?
El «¡Ramírez vete ya!» ha sido calificado como un acontecimiento histórico, inédito, y se ha insistido en que el entrenador debe tomar nota de lo que es esta ciudad, este equipo y este público. En el empate contra el Tenerife también se escuchó «¡directiva dimisión!». Casi todo el mundo comparte la opinión de que el hartazgo ha desbordado el vaso de la paciencia, pero en el fondo, esa rebelión del público, secundada por la prensa local, ha tenido una repercusión bochornosa que en nada va enriquecer lo que se quiere presentar como una actitud beligerante. Solicitar a gritos la destitución de un entrenador en su primer partido en La Romareda no es para estar orgullosos, ni apuntar a una grada vacía de representatividad real es para sentirse soldados de revuelta alguna. El espectáculo vivido en El Municipal supone un disparate que contamina aún más la imagen de este club, víctima de la oligarquía política y social aragonesas y del colaboracionismo y la impotencia de un zaragocismo que confunde el cariño y la fidelidad con la sumisión cada verano que le prometen la luna.
Los nombres propios que se están utilizando para posicionarse en la admiración o en el desprecio sin término medio, casos más recientes de Víctor Fernández, Juan Carlos Cordero o Miguel Ángel Ramírez, son simples pantallas, como lo fueron la mayoría de sus predecesores con otros gestores, para encubrir la pesada y oscura maquinaria que ha entrado en el Real Zaragoza desde que se convirtió en SAD hasta transformar la institución en una palanca de intereses en nada relacionados con lo deportivo. La copulación entre el capital mucho más oportunista que generoso de un fondo buitre con sede en la ambigüedad y los gobiernos de esta tierra para gloria de su ideología ha dado a luz un nuevo estadio de fútbol, una sede para un Mundial y unos futuros y jugosos beneficios para la urbe a la sombra del templo. También un campo modular. La construcción a costa de la demolición de los principios. Puede que, dentro de unos años, resulte rentable sentarse en una localidad con calefacción y un ordenador en el reposabrazos para comentar el partido de Segunda por las redes sociales. Puede que algunos no estemos quedando atrás, en aquel fútbol que en grandes dosis pertenecía a una masa social intransigente con las mentiras.
Divide y vencerás. Este es el objetivo, que la hinchada disperse sus filias y fobias entre entrenadores, directores deportivos o jugadores y que los medios de comunicación se sientan legítimos paladines de unos u otros mientras desde el centro de operaciones controlan los mandos de este juego de los que son los grandes ganadores. La eterna promesa del ascenso ha sido y es el principal elemento seductor y lo paradójico es que después de una docena de temporadas, el aficionado pasa por taquilla convencido de que esta vez sí. El ejercicio anterior se alcanzó la cifra de 28.882 abonados, un récord, y el equipo luchó por la permanencia. Las obras y la consecuente reducción de los espacios no han reducido el entusiasmo ni el sentimiento de pertenencia a unos colores que hoy en día funden el blanquillo con el rojiblanco. Las revoluciones se generan desde la acción, no desde la interacción, pero es posible que ya sea demasiado tarde y que el Real Zaragoza esté siendo lo que su gente quiere, frase acuñada por Alberto Zapater para engrandecer la influencia positiva del zaragocismo y que ha sufrido una terrible mutación.
El «¡Ramírez vete ya!» ha sido la punta de un iceberg perverso que demuestra no sólo el agotamiento de la grada, sino, sobre todo, la desorientación más absoluta de las de las emociones y el rapto del buen criterio que distinguía a la dura y noble Romareda. Esto es lo que se ha conseguido con el consentimiento, la manipulación y el espíritu tan genuino de las guerras civiles donde los grandes beneficiados son los estraperlistas. Cambiar este dinámica es prácticamente imposible porque se ha entrado en la espiral que más conviene al poder financiero. Sólo resta que un día lo menos lejano posible el Real Zaragoza regrese a Primera, pero seguramente allí ya no estará la gente de Alberto Zapater, sólo la prensa para alabar el paraíso arquitectónico y la hazaña y justificar que ambos se eleven sobre el camposanto de lo que un día fue un club magnífico por su independencia, por la rebeldía consecuente de su afición.
Foto: el Periódico de Aragón
Excelente descripción de la realidad. Hace muchos años que pienso que si la afición hubiera apretado (como en Donosti, Bilbao, Pamplona, por ejemplo) no hubiéramos llegado a este punto de no retorno actual. El Real Zaragoza es lo que su gente ha querido. El nivel de crítica ha sido mínimo, en el estadio y en la calle. Y hoy tenemos las consecuencias.
Totalmente de acuerdo Maño de Vilasar, y añadiría algo que ha hecho mucho daño, los medios, cómodos con el poder Agapito/Lapetra/Mas y aduladores de canapé y Ribera del Duero, ay si estos aprovechateguis hubiesen cogido al periodismo de los 80 y 90. AUPA ZARAGOZA.