Cuando era joven mi modelo de actuación buscaba la similitud con Leónidas por su arrojo, decisión y heroicidad. Aunque su vida hubiera sido corta la leyenda trasladó a millones de personas durante siglos su valentía, la traición sufrida y su ejemplo público. Después me convertí a la filosofía de Diógenes que utilizaba la crítica y su independencia para demostrar la soberbia de quienes intentaban acallarle. Finalmente me entregué a Epícteto a través del libro de Massimo Pigliucci «Cómo ser un estoico» que te enseña a utilizar la filosofía antigua para vivir una existencia actual: reconocer nuestras emociones, no suprimirlas, y dirigirlas para nuestro propio bien en vez de hacerlas desaparecer, buscar soluciones pero no empeñarnos en resolver los problemas imposibles de remediar.
Por eso me mantengo a distancia de los sinsabores que provoca el Real Zaragoza en su larga decadencia y la tristeza que arranca el sentimiento de una afición a la que se ha ignorado en todos estos años. Lo detecto a través del contacto con la gente y la lectura de sus opiniones a través de las redes sociales. En general la fidelidad informativa es cada vez menor por los seguidores blanquillos en los diferentes medios de comunicación convencionales y los digitales; eso ha ocurrido puntualmente en los peores momentos del club a lo largo de los últimos cincuenta años y el final de ese tránsito termina siempre en el mismo punto, el de la frustración que conduce a la rabia y su expresión en las gradas de la Romareda. Ya hemos visto algunos momentos de estallido con la propiedad de Agapito Iglesias y de la Fundación Real Zaragoza 1932 que trajo a los nuevos inversores para disminuir la enorme deuda arrastrada.
De ahí que sea sensible pero no sufra ansiedad por lo que pueda ocurrir este fin de semana en el coliseo zaragozano después de la desagradable sorpresa que ha supuesto el fracaso del actual proyecto deportivo, del que es responsable Juan Carlos Cordero, posiblemente por las indicaciones del director general sobre las inversiones en futbolistas en los mercados de verano e invierno. Como la desazón por asumir la rendición de Víctor Fernández y la llegada de un entrenador que parece el descubridor del fútbol moderno y cuyas declaraciones se convierten en mítines políticos sobre la falta de respuesta de sus jugadores o en la falta de apoyo de la afición, argumento corregido después de que le tirasen de la oreja desde arriba porque era una auténtica provocación para el zaragocismo. Recuerdo cuando en la temporada 97/98 descendió el Sporting, último clasificado en Primera División, recibieron los aficionados gijoneses de espaldas al campo la salida de sus jugadores en señal de protesta ante su desastrosa campaña; fue en noviembre, el Real Zaragoza ganó en El Molinón 2-3 y los seguidores abandonaron el graderío desde mediada la segunda parte.