Siempre nos quedará Nayim

Homenaje de Príncipes de París en el 26 aniversario de la conquista de la Recopa

Así eran los once del 10 de mayo

Era aquella, la generación de París del 95, una formación uniforme en sus sublimes costuras humanas y deportivas. Bordada por espíritus errantes en busca de una fortuna que el destino les había regateado o negado en sus clubes de origen o de cesión anterior, conjugaron sus esencias en un recipiente perfecto para expresarse colectiva e individualmente, el Real Zaragoza, lugar de tradicional y feliz acogida de promesas por cumplir y de brillantes crepúsculos profesionales. La hazaña del Parque de los Príncipes resulta inconcebible sin uno solo de esos futbolistas, cosidos por un hilo invisible al placer de jugar, de atacar, de golear… Pieza por pieza habían sido valiosos y aislados objetos de deseo: fundidos en el mismo horno, todo lo que tocaban se convertía en oro para la vista y el disfrute de una afición deslumbrada y agradecida por ese tesoro. Tan distintos y, sin embargo, hijos del mismo molde. Su fútbol se generaba por mecanismos memorizados con absoluta libertad para imprimir el sello de la imaginación. Arrolladores, ambiciosos, altivos desde la humildad y amigos. Una familia sencilla y próxima en el trato (con el insurrecto Esnáider como excepción) e indomable en el césped (con Gardel a la cabeza). Así eran los once titulares, base de una trayectoria europea en la que también fueron fundamentales las aportaciones de Geli, Sanjuán, Juanmi, Óscar, Lizarralde, Loreto, Cafú y Darío Franco para conseguir que aquel 10 de mayo de hace 26 años todos los corazones que disfrutan de este deporte fueran zaragocistas.

Cedrún
El árbol al que agarrarse. Andoni era la madera que calienta el hogar. Sencillo, amable, supersticioso, portero de expresiones cortas y brazos, abrazos y conversaciones largas, regalaba su corazón y algún susto pero nunca un espacio entre los palos que ocupaba con muchos centímetros de experiencia. Un chico grande, un filósofo de la nobleza. Nacido para los sesenta, se adaptó a los ochenta y a los noventa porque encontró su casa en Zaragoza. Para los vascos de blasón, aventureros de cuna, ese referencia ‘geosentimental’ resulta fundamental. Entrañable en la conversación e intrépido en los retos, hizo de su cuerpo gigante su mejor escudo y por sus raíces regadas a diario de aragonesismo y profesionalidad se hizo querer y respetar como portavoz de los imposibles… posibles.

Belsué
Luchó por su puesto a brazo partido con no pocos entrenadores y compañeros y le ganó la posición por burocracia e insistencia personal a Cafú, uno de los mejores laterales de la historia del fútbol. Aragonés de pura y robusta cepa, había adquirido en categorías inferiores y en el exilio la gracia de los centrales finos para, por su físico ligero, caer a la banda, donde construyó una autopista para su valiente pedalada. Socarrón y de carácter bravo, con cilindrada y combustible ofensivos, visitaba el área rival como si fuera la suya. Los radares de los pasadores captaban un zumbido y lanzaban el balón al hueco para que el Flequi apareciera de extremo. Hizo buenos negocios con Higuera, a quien le unía el lazo de los avispados con clase.

Solana
Soldado universal. Fiel y multidisciplinar defensor capaz de cumplir con nota en cualquier puesto de la línea de seguridad. La personificación de la serenidad con nervio tenso y cabeza fría. Pocas bromas con Chucho. Venía de un Real Madrid donde había sido importante (Ligas, Copa de la Uefa, Copa y Supercopas) y nunca rebajó sus exigencias. Paso al frente en cualquier trinchera, marcador severo y estupendo gestor de la pelota. Era el futbolista que todo entrenador quiere en su equipo y hasta en el salón de casa por si no suena la alarma.

Aguado
Cuando nació, a su madre le dijeron: «Señora, ha tenido usted un central». Y ya recibió la primera amonestación. Ejemplo de cómo debe actuar un futbolista al que detrás de los defectos que se le buscan solo se le encuentran virtudes en flor. Su explosivo crecimiento deportivo le condujo al liderazgo y después a la capitanía. Sabía estar y aparecer lo exigiera o no el guión, con flema, un doctorado en posicionamiento bajo el brazo y un poderío aéreo que ni la Luftwaffe. Inteligente, severo coordinador de grupo, intachable en el corte legal e ilegal, sujetó las riendas de un Real Zaragoza encabritado con la resistencia, la templanza y el mando de un centurión romano. Así se hizo historia viva.

Cáceres
El Negro era silencio y trueno. Fue el único que disputó todos los minutos de la Recopa, y lo hizo desde la discreción del protagonista que necesita los primeros planos justos, ni uno más. Si caía el diluvio universal, abría el paraguas sin urgencias. Cuando el infierno se anunciaba a las puertas, llegaba con la manguera y lo apagaba como si fuera una cerilla. Magnífico psicólogo de los momentos, imprimía a sus acciones el enorme temperamento competitivo de los zagueros argentinos. Sin violencia, con un higiénico y veloz sentido de la anticipación, Cáceres hechizaba a los delanteros rivales: les robaba el balón y lo hacía circular con la exquisitez y prontitud que necesitaba un grupo muy hambriento.

Aragón
Uno de los últimos románticos de la composición del centrocampismo en solitario. Como Todd Rundgren en su álbum Something/Anything?, tocaba todos los instrumentos con excelencia para un público de oído muy fino. En sus pies todo adquiría sentido y armonía (un paraguas en el Gobi y un dromedario dentro de un iglú) porque, antes, en su cabeza de relojero suizo, había elegido la hora exacta en la que intervenir y cómo hacerlo. Acariciaba la pelota con un repertorio de sedosos recursos, sin darse importancia, organizando la fiesta que se preparaba por delante de él. Preciso, generoso y elegante, un diamante en mitad de la joyería.

Nayim
Jugaba al fútbol flotando sobre él, buscando siempre algo distinto pero efectivo en el fondo de una lámpara mágica que no dejaba de acariciar con delicadeza. En contra de lo que distingue a los artistas, la altivez de la distinción, nada de lo que concebía pretendía el adorno personal. Ponía por completo su calidad al servicio del equipo. También el don de conservar la pelota así le embistiera un búfalo o un tractor. Y, sin embargo, pertenecía a la aristocracia de los que inventan con ánimo de regalar sin cobro alguno sus ingeniosas ocurrencias. La que le vino botando en la final de París le dio fama universal. Gigi, en su enternecedora modestia, pasea por la vida agradeciendo el cariño que se ganó con aquel gol que salió de sus botas con un paracaídas hacia la gloria.

Poyet
¿Delantero o centrocampista? ¿Goleador o asistente? Loco futbolista hecho a sí mismo para ganar partidos y corazones. Honrado hasta la médula, fue elevando su jerarquía cuanto más crecía el torrente de sus emociones. Llegó un momento en que Gus se convirtió en el alma de la fiesta, un tipo de sacrificios, como buen uruguayo, con zancada atómica y cabeza nuclear en sus propósitos principalmente atacantes. Si el viento zaragocista empujaba las nubes hasta el área enemiga, de esa tormenta descendía Poyet como un rayo inmisericorde. Sonrisa pícara y lágrimas de niño. Agitaba sus brazos para levantar el vuelo anímico de una grada ya de por sí excitada. Nos hizo mejor a todos.

Higuera
Un zorro en el gallinero. Astuto y paciente, tenía el olfato de un viejo y exitoso corredor de bolsa en Wall Street. Cuando El Paquete salía de su guarida no era para cuestiones de caza menor. Delantero por los extremos, mediapunta y falso ariete, dominaba como nadie el ecosistema ofensivo al contragolpe, y definía como requería el momento frente al portero, con magistral clarividencia en los duelos o con obras de arte de su genuino museo rematador. Incordiante pesadilla para sus perseguidores, Higuera era la flecha que marcaba el camino. Una veces lo recorría él y otras lo despejaba para Pardeza o Esnáider. En el mercado actual, sería caro, muy caro.

Pardeza
El mejor de la Quinta del Buitre según Alfredo di Stéfano, una voz suficientemente autorizada. No pudo expresarse en el Bernabéu pero sí en La Romareda, con la Recopa como colofón a su excelente carrera. Pardeza enmudecía a los estadios por su rica diversidad atacante, por su imprevisible capacidad para resolver jeroglíficos dentro del área con un solo plumazo de sus poderosas piernas, un par de cañones recortados que percutían desde todos los ángulos. Le confundieron sus biógrafos con un ratón pero era un gato de siete vidas en cada partido. Su fama bien ganada de erudito no le restaba un ápice de ferocidad. Mezclaba ambas culturas para leer el fútbol desde el apasionamiento y la mesura. Letal combinación.

Esnáider
En Gardel confluían la ira de Dios y la del Diablo sin distinguir fronteras en su comportamiento. Animal joven y bello en su primera etapa zaragocista, sobrevolaba esos tiempos en las alas de un ángel voraz y caprichoso. Muchas veces consentido por su inmadurez y, sobre todo, por la fiera goleadora que encendía sus entrañas. 26 tantos firmó esa temporada entre Liga, Copa, Supercopa y Recopa, siendo el segundo anotador en el trofeo continental por detrás de Ian Wright (Arsenal). Le amaba todo el mundo aunque dejara mordedura con sus afilados colmillos. Su diana en la final de París le describe a la perfección. En la ejecución y en la celebración, con sus ojos perdidos en un mar de fuego, huyendo del cariño para saborear la sangre, la suya y de la de una afición vampirizada por sus irresistibles encantos. Los de un equipo sin igual.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *