Un equipo de señores contra una directiva feudal

Aún con el cadáver caliente, con una temporada extenuante por los peligrosos caminos recorridos y por una derrota humillante contra el Leganés en la última jornada, la directiva del Real Zaragoza no ha enviado un solo pésame a la afición, es decir a la familia del fiambre. Siendo los grandes responsables de que se haya acariciado el descenso, los propietarios pasean con soberbia el silencio como exhibición de su poder omnímodo, de una actitud feudal que considera los gestos de humildad como símbolo de flaqueza. Con ese indiferencia estratégica están consiguiendo un doble efecto nocivo para ya su deteriorada imagen: una ausencia de sensibilidad hiriente y el certificado de que desconocen los códigos para gestionar una empresa con raíces emocionales. Han preferido estar como ausentes cuando más necesaria era la proximidad y compartir de alguna manera el fracaso sin necesidad de una flagelación.

La glaciación, la utilización del tiempo como herramienta para enfriar esa estrecha relación con el descalabro histórico, no lo ha cubierto todo. Juan Ignacio Martínez, al acabar el 0-5, pidió disculpas y Alberto Zapater calificó de injustificable el lamentable espectáculo del equipo. Durante estos días, Pep Chavarría, Sergio Bermejo y y Juanjo Narváez han solicitado perdón en las redes sociales, con el colombiano invitando a la autocrítica. Los futbolistas y el entrenador que con una profesionalidad encomiable han logrado la permanencia desde el trabajo y el sacrificio, criticados hasta la médula y sin embargo firmes en la consecución de un objetivo que parecía imposible por la péxima praxis de la Fundación 2032, requiriendo la indulgencia de su gente.

Esa es la gran diferencia entre quien vive y percibe el ritmo del latido del seguidor y aquellos que, sin bajar jamás el puente levadizo, se esconden bajo la mesa del castillo del que nunca serán señores.