La fiesta de despedida a Cristian cohabitará con la extraña atmósfera de una temporada perdida a medio camino, un equipo cada vez más pálido y un Real Zaragoza, de nuevo, sin noticias de un futuro mejor
Con 16 jornadas sin nada en juego después de que el ascenso fuera presentado como objetivo innegociable, ya sólo queda gestionar de la mejor manera posible estos partidos de la basura y que la propiedad muestre la puerta de salida al tándem Cordero-Aguilar de la administración deportiva, lo que se antoja complicado porque esta pareja representa el verdadero espíritu de las intenciones del fondo de inversión. En ese calendario marchito de emociones, el domingo es fiesta para Cristian Álvarez, que recibirá un homenaje por su despedida del fútbol que no del Real Zaragoza, donde se le ha entregado el despacho de las Relaciones Institucionales, un espacio aún intangible que se supone tomará cuerpo en los tiempos de Fernando López, el director general de las buenas intenciones. El espectacular adiós a Alberto Zapater se encajó al final del encuentro que cerraba la temporada, con la afición sólo pendiente de que llegara ese momento de máxima expresividad sentimental y sin ánimo para el reproche, pero el del portero se mueve en una franja incómoda porque se le encumbrará antes y después de la cita contra un Burgos que si da un disgusto en La Romareda podría enturbiar a la organización su final feliz y hacer un epílogo algo forzado por mucho respeto y cariño que aglutine la figura del protagonista.
Es como si se disputaran dos encuentros, el de Cristian y el del Real Zaragoza. El del guardameta está ganado, seguramente por goleada porque le avala su condición de ídolo, pero quizás hubiera sido más inteligente concentrarlo en los prolegómenos con un acto a la altura de sus hazañas en el infierno de Segunda que fragmentarlo en dos sesiones. El homenaje cohabitará con la extraña atmósfera de una temporada perdida a medio camino, un equipo cada vez más pálido y un Real Zaragoza, de nuevo, sin noticias de un futuro mejor. O haber elegido un día y un horario idóneo para los zaragocistas y abrir las puertas de La Romareda como templo exclusivo de una adoración que, sin dudas, hubiese sido igual de masiva, sin distracción alguna y con un amplio abanico de posibilidades para adornar la gala. Ya es tarde, igual que para un club que sufrirá su tercer fracaso consecutivo o consentido con los actuales dueños, volcados sin disimulo en sus intereses inmobiliarios y considerando la parcela deportiva como un segundo plato.
Tres directores generales (uno emérito), dos directores deportivos, seis entrenadores y casi 40 jugadores han circulado en este trienio de promesas inflamadas con más palabras que gestos Esta especialmente dolorosa porque el regreso a Primera fue publicitado con más entusiasmo y poder económico que nunca sin que haya habido una apuesta ni un gasto acordes con el producto vendido. La continuidad de Víctor Fernández y su postizo entendimiento con Cordero se tradujeron en un seísmo constante entre ambos, entre las ensoñaciones del técnico y la fidelidad del director deportivo a la jefatura, lo que provocó una reconstrucción masiva con material de capricho o de baja calidad para acometer un ascenso. El bajo relieve de los 16 fichajes en las dos ventanas y de la mayoría de la plantilla, además de lesiones y giros de sistema que han desmejorado todavía más a los futbolistas, han dejado en manos de Miguel Ángel Ramírez un grupo en el que cada individuo está ahora mismo ofreciendo su peor versión, quizás con la salvedad de Pau Sans. En ese escenario cuelga los guantes Cristian, contra el Burgos, en otro día más de los 12 inviernos. El Real Zaragoza es ya un tango, pura nostalgia de los héroes que se van –este es el último– y patria ocupada por los villanos que pasan y permanecen con careta de benefactores y piel de serpiente financiera.