Miguel Torrecilla se encargó de aclarar que su relación con Juan Ignacio Martínez carece de lazo de sangre o acuerdo eclesiástico alguno pese a que les une una estrecha amistad, pero lo cierto que sus intervenciones y sus acciones son de una sincronización perfecta y dañina para el actual Real Zaragoza. El técnico hace referencia al director deportivo como ejemplo de profesionalidad ya sea al final de un mercado de verano deficiente o de una ventana invernal glacial. Pareja no son, pero su simpatía siamesa es cada día más pronunciada, tanto como la caída del equipo y la falta de respuesta de los jugadores en el discurso de ambos. Se mantienen en el club por diferentes razones: el ejecutivo por estar a la altura de la mediocridad de sus superiores, y el segundo por el aval que se ganó la temporada pasada con la salvación y por su exquisita educación. Ambos, por supuesto, se sujetan al fino hilo económico de una institución impedida para acometer finiquitos o una nueva contratación para el banquillo. Son un matrimonio sin futuro si se quiere conseguir de nuevo la permanencia, y urge mucho más que se produzca el relevo de JIM que el del mejor comercial de pomadas, cuya relación laboral con la SAD no debería pasar del 30 de junio bajo ningún concepto.
La cabeza de Juan Ignacio Martínez estaba coronada por la incuestionable obra maestra de artesanía psicológica que construyó la anterior campaña para recuperar a una plantilla condenada al descenso, vacía de fe y de fútbol. El técnico alicantino aportó un espíritu hippie, proponiendo paz y amor en una guerra que parecía perdida. Con ese talante conciliador, la ayuda de los canteranos, una armadura defensiva de cierta consistencia y tantos que caían directamente del cielo, el entrenador fue la medicina ideal. En los altares de la afición, intocable y líder de un nuevo proyecto, JIM ha sido incapaz de manejar un vestuario con idéntica carestía de talento que el que recibió. Los empates le sirvieron de cortada un tiempo. Los empates y su absoluta desorientación en una atmósfera muy complicada de gestionar para cualquiera por segunda ocasión consecutiva, solicitan su salida lo antes posible.
La tensión y la desesperanza popular apuntan con exactitud hacia la propiedad, sin duda la gran culpable de que el Real Zaragoza no sea capaz de ganar a alguien, de marcar, de dejar para el recuerdo una jugada. Manifestaciones, pañoladas, gritos contra el palco, mariachis… Ha quedado claro y se ha hecho público que la hinchada desea que estos accionistas abandonen la institución. Pero, por mucho que duela, se irán cuando lo decidan, es decir en el momento que algún inversor asuma la compra de los títulos de su empresa. Mientras esto se produce con una maniobras de distracción indecorosas por parte de auténticos incultos emocionales que jamás llegaron para salvar al club sino para su beneficio personal, se antepone salvaguardar al equipo de los peligros que le acechan. Y en el epicentro del seísmo apremiante en lo deportivo está la figura del técnico, que no encuentra soluciones aunque haya pocas, que se ha instalado en aplicar recursos previsibles y manidos hasta conseguir empeorar lo que parecía imposible de desmejorar. No existe una conspiración entre sus futbolistas, pero en el campo se distingue un aura de cierto ateísmo en la doctrina de JIM. Ha perdido el encanto de la convicción aunque mantenga el respeto personal.
Juan Ignacio Martínez ha sobrevivido a algunos temporales que a otros colegas en otros lugares ya se los habría llevado de por medio. Solicitar su destitución encoge un poco el corazón porque resulta entrañable, pero en el deporte profesional este empleo tiene fecha de caducidad por el desgaste que supone. No digamos ya en este Real Zaragoza del que antes deberían salir personajes tan nocivos como Luis Carlos Cuartero, director general por la gracia del amiguismo y la servidumbre. El equipo aragonés, que da lo justo de sí, pide otro mensaje, y JIM ya no se lo puede dar.
Qué pasará si perdemos el próximo domingo? Se divorciarán? Los divorciaremos? Nos quedaremos con el chulito sonrisas? Nos quedaremos con el simpático bonachón?