Víctor, un alma en pena que agota su gloria

El baño turco que suele ser la sala de prensa de La Romareda cuando Víctor Fernández la visita, hoy se ha despejado por algunos momentos de la vaporosa atmósfera que se crea para relax del entrenador. No se ha sentido tan cómodo el técnico al explicar primero la nueva lesión de Mario Soberón en el cuádriceps de la pierna derecha y mucho menos cuando se le ha preguntado si el club le ha transmitido algún mensaje por una situación y unos resultados que a otro trabajador de esta profesión a quien se le hubiera encomendado el ascenso le hubiese supuesto el despido procedente. «Tengo la máxima confianza, absoluta», ha sido su escueta respuesta. La conclusión del todo que circunda la actualidad del Real Zaragoza solicita un examen deportivo, pero también médico, ambos obligatorios porque su salud es muy preocupante y no tiene cura o alivio mientras la vitalidad del equipo dependa de personalidades cuyo carácter y la simbiosis que comparten no hace más que agravar un estado ya de por sí alarmante.

Soberón se ha vuelto a romper después que dos meses de recuperación para un dolencia que requería un tiempo bastante más corto, una microrrotura en el isquiotibial. El futbolista ha transmitido en numerosas ocasiones que no estaba bien pese a que las etapas parecían cumplidas, y se ha llegado incluso a ironizar con sus sensaciones. Citado para la Copa, en el calentamiento comentó que no se veía para jugar. Con el alta médica, se le convocó para Eibar, donde disputó 21 minutos para regresar a la enfermería con «una lesión muscular a nivel del recto anterior del cuádriceps derecho» que le tendrá de baja un mes como mínimo. Aquí hay tres responsables que deberían rendir cuentas. El doctor Ireneo de los Mártires, cuya labor ya se ha cuestionado y duramente criticado por la plantilla en más de una oportunidad, el recuperador, Andrés Ubieto, y el entrenador. Aunque el lugar del traumatismo es distinto cuesta creer que no guarde una relación de desequilibrios físicos, producto de una gestión tripartita con un alto rango de imprudencia temeraria. Soberón es un patrimonio del club, que como empresa debería personarse para enjuiciar con severidad este perjuicio a sus intereses.

Aunque el agua está ocupando la mayor parte de la cubierta del Real Zaragoza, Víctor Fernández no deja de chapotear seguro de que puede reflotarlo. La escena resulta absurda porque ha sido él quien no ha dejado de colocar explosivos en el casco a lo largo de toda la travesía: desde que asumió el reto del ascenso pese a que la revolución que exigía en el vestuario nunca se produjo, hasta este punto del viaje donde los futbolistas empiezan a subirse a las lanchas salvavidas tras descubrir que el capitán vive con su gloria en el camarote de los hermanos Marx. Víctor sigue sin entender que el fútbol no distingue a los inmortales que presentan esa tarjeta como aval para continuar en activo. La Copa, la Recopa y la primorosa plantilla de mediados de los noventa del siglo XX permanecen intactas y veneradas en las vitrinas de la memoria popular. Él podía haber tenido su lugar perenne en la memoria de la afición, pero ha querido elevarse por encima de la leyenda compartida y erigirse en sumo sacerdote del zaragocismo de todos los tiempos, y que mejor guinda de narcisismo que ser el guía espiritual del ascenso.

En Ipurua ya escuchó la música de los funerales sin marcha atrás. «Víctor, vete ya», un cántico que jamás es casual. Posiblemente sea la primera vez en sus diferentes épocas en la entidad que los seguidores le muestran la puerta de salida. Hay motivos suficientes para su destitución, si bien la directiva está midiendo el impacto que tendría esa decisión porque perdería su principal pantalla de protección, algo que en realidad le importa un comino una vez que sus mentiras van transformándose en el estadio que le va a construir Aragón. A ver qué ocurre mañana con el Real Oviedo, a ver lo que sucede con el Racing de Ferrol… Se puede dar cualquier marcador contra un aspirante al playoff y con un equipo que pelea por la permanencia, y ese cúmulo de dudas es lo que realmente evidencia la tremenda crisis que atraviesa el Real Zaragoza, destinado a la gloria con un glorioso que fuera del palacio que le construyó el destino es un plebeyo más. Se hunde el barco, se caen las murallas y el entrenador ordena desde un puesto anacrónico de mando, desde la ficción de que el zaragocismo le pertenece y le debe una. Qué lástima que saliera del museo, donde estaba tan bien considerado, donde nunca pasarán Gil Marín y los fondos buitre a los que Víctor ha vendido su alma.

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