El fútbol es un juego de niños y soñadores en manos de fenicios. Cada vez queda menos espacio para respirar poesía y aplaudir la magia. Monedas acuñadas por la avaricia compran la fantasía y la encierran en jaulas de oro. Pero de vez en cuando, la autenticidad, la rebeldía y la ilusión escapan de esas lujosas prisiones o del deporte como espejo de estrategias robóticas y en la hierba florecen los versos. Ocurrió la noche del viernes en La Romareda, en el Real Zaragoza más prosaico que se recuerda. Sin Francho pero siempre con él, con Francés y Azón y Puche subido a última hora a ese tío vivo de las emociones. El central tiene pasaporte para triunfar en el profesionalismo y los otros tres sellan en las aduanas de cada partido, de cada oportunidad, el visado de un futuro prometedor. Todos han llegado al primer equipo, seamos sinceros como lo son ellos sobre el campo, por la economía de guerra de un club que en sus mejores tiempos nunca ha sido muy generoso con la cantera al margen de buenas o malas cosechas. La filosofía y a metodología eran otras y por ese camino se alcanzó gloria, fama, títulos y una identidad reconocida y elogiada por su elegancia, por entronizar el espectáculo. No se puede renegar de un pasado al que se quiere regresar en el futuro.
El presente es otro, y pertenece a este cuarteto al que en cualquier momento podría sumarse Ángel López. Si la temporada anterior ya fueron el motor de la salvación, en la actual han añadido a la continuidad la experiencia de vivir en las trincheras para acelerar la permanencia y prestarles sus alas románticas a un Real Zaragoza que quiere volar más alto. No son superhéroes, pero sí distintos al resto porque han sido acunados en los valores de la pertenencia, de la que han hecho bandera para liderar esta revolución pop del fútbol base de la Ciudad Deportiva. Brotes verdes todavía, tienen el color singular del agradecimiento, y lo llevan a la máxima expresión no sólo en su rendimiento, sino en las celebraciones, en la sala de prensa, en sus respectivas cotidianidades. Sencillos, valientes, directos al corazón. Este fenómeno sólo es detectable en quienes celebran cada encuentro con la camiseta del Real Zaragoza como un tesoro, como colofón a un periodo de aprendizaje durante el que formar parte de la primera plantilla, jugar en La Romareda y celebrar un gol se presentaba en cada escalón superado como una trilogía inalcanzable. Lo han conseguido y están devolviendo con el alma la educación recibida en casa. Estamos siendo testigos del sentimiento en estado puro, de los sueños cumplidos y por cumplir de Francés, Francho, Azón y Puche.