Me da la impresión de haber adelantado un puesto en la fila. No suena bien, ya lo sé, pero a todos nos tocará. Conocer el fallecimiento de José Ángel Zalba a través del móvil en twitter es algo que no podíamos imaginar hace casi cincuenta años. No supo negociar con Alfonso Soláns su continuidad en 1992 después de dos mandatos como presidente. Zalba era elegante, educado, pero también recordaba las críticas y te marcaba con una cruz cuando no aceptabas sus directrices. Eran tiempos previos a la Constitución. El peso de un club que había resurgido de Segunda con los Zaraguayos, los sucesores de los Magníficos, era tremendo. En 1975, con una Romareda sin ampliar, en los anuncios de los cines antes de proyectar las películas se intentaba convencer a la gente para llegar a los 25.000 abonados. Vi por última vez a Zalba en la comida de la peña “Los Magníficos” hace tres meses. Y hablé por teléfono con él días después porque sabía que dejaba la radio. Conversador, sin pensar en la muerte a corto plazo. Quedando para vernos en una cita ya imposible.