Zapater, el árbol de la vida

El gol del empate es de Juanjo Narváez, sin la menor duda, pero la paternidad hay que otorgársela a ese animal del convencimiento que se llama Alberto Zapater. El Real Zaragoza y Juan Ignacio Martínez, que plantearon el encuentro en la torre de Babel, se iban hacia la derrota, de regreso sobre sus traslúcidas huellas de equipo menor camino de su particular jardín de Getsemaní. El sufrimiento, las dudas, la mediocridad y la falta de ambición cayeron a los pies de Zapater en un lugar inhóspito para él, en una posición de extremo encarcelado entre el marcaje y el fondo del campo. Giró la rotonda para deshacerse del defensa con su escudo de acero, levantó la cabeza y vio cómo le brillaban los colmillos a Narvaéz, quien fue a por el centro como el caimán busca el pato en la ciénaga tras varios días de vigilia. El punto tiene melodía de éxito por cómo se estaba desarrollando el encuentro, no porque los riojanos hicieran saltar las alarmas que vigilan la propiedad de Cristian, pero se queda colgado en el aire, entre la victoria ante el Mirandés y la visita del Cartagena. Solo el resultado del próximo jueves dará la verdadera dimensión de esta igualada que, aun así, se cocinó a lo pobre.

Juan Ignacio Martínez tomó una decisión impopular para la afición, para el equipo y para los indígenas de la Amazonia. Hubo consenso planetario sobre que no tenía mucho sentido dejar a Alejandro Francés en el banquillo. La atmósfera se volvió extraña porque prescindir de un futbolista fundamental en el complejo defensivo del equipo ni es lo común ni siquiera lo normal, y menos de los que presumen de que no debe tocarse lo que funciona. JIM se cargó el jarrón de porcelana y puso a Peybernes. La fusión entre el francés y Jair, que cumplieron con decoro frente al Mirandés, supuso que un buen tramo del partido se jugara en el pleistoceno, cuando Guitián y Atienza utilizaban la pelota para dibujar franjas horizontales y surcos completamente improductivos. El centro del campo sufrió las consecuencias, casi siempre bajo tierra, asustadizo ante cualquier presión o mordedura de los riojanos. Paulino, un malabarista vistoso y churrigueresco, se divirtió con fintas y regates en el diminuto circo de los encuentros que se disputan sin red, gobernado por vértigos y miedos de todos los colores. En plena tregua, estrujó el corazón zaragocista con un puñal al poste de la portería de Cristian

Se lesionó Nieto el abductor en el calentamiento y se fue Vigaray, no del todo bien físicamente. Nada hacia presagiar en esa flacidez de acontecimientos que el Logroñés aumentara su ventaja ni que el Real Zaragoza no ya pudiese protagonizar su primera remontada del curso, sino tampoco conseguir el empate. La sombra de Francés se hacía cada vez más larga por la influencia que ejerce en el fútbol del conjunto aragonés cuando cae la niebla. Tuvo que ser otro de la casa. No era su mejor noche ni partido, pero Zapater trabaja en esta etapa de su carrera como un funcionario sentimental, disfrutando de los minutos en el campo. Diez antes ser relevado, protagonizó el papel del señor Lobo y resolvió un complicado problema. Se hizo árbol en una esquina para que una de sus raíces se extendiera hacia el área. Allí estaba Narváez, el mejor delantero centro del equipo.

Una caramelo sin azúcar para Sanabria; un minutitos para Azón; las migas para Adrián y Larrazabal… JIM miró al banquillo para meter a Peybernes, pero ya estaba en el campo. El técnico no evoluciona en su gestión de los cambios, tan elementales como complejos, utilizando ese tiempo para perderlo. En Logroño arriesgó a lo grande también en la alineación. Por el jardín de Getsemaní va todavía el Real Zaragoza.

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