La primera vez que estuve en Lugo fue hace mucho tiempo, de vacaciones, en una escapada de La Coruña donde íbamos muchos veranos mi familia cuando era un crío. Me impresionó su muralla romana en torno a la antigua ciudad y mejor conservada que la de Zaragoza. Antes, en la temporada 1950-19551, el Real Zaragoza y el Lugo se enfrentaron por primera vez en el campo gallego con victoria por 1-2 de los blanquillos en Segunda División. Jugaban futbolistas como Juan Jugo, Alonso o Belló. Después, hasta la temporada 2013-2014, no volvieron a verse las caras también en la categoría de plata, con victoria lucense por 1-0. Y volví a contemplar su muralla y a sentir envidia de cómo se había mantenido hasta ahora. Esto te da que pensar porque, una cosa es el momento que vives y otra muy diferente, la historia que construyes también en el día a día. Me preocupa que la plantilla se haya rendido, que el entrenador esté desilusionado, que el equipo sienta demasiada presión cuando pisa el terreno de juego y que la afición se venga abajo y deje de acudir a la Romareda. Hundida por un nuevo fracaso repetido tantas veces después de la final en Las Palmas, donde la Primera División estuvo tan solo a ocho minutos. Y con los cambios del accionariado que suponían una atractiva transformación después del pago a Hacienda de cinco millones y la presencia de Jorge Mas en la capital aragonesa con sus declaraciones tan cercanas. Ganar en el Anxo Carro, como sea, es lo único que puede reforzar la moral de sus hombres y que Fran Escribá tenga un ramalazo de pasión para dar un golpe de timón y asaltar, como el pirata Barbanegra, las naves de la Real Armada Británica en las costas de sus colonias en Norteamérica.