Hay personas que buscan el riesgo para sentir que están vivas. El cerebro necesita activarse, a base de adrenalina, por medio de conductas que ponen en peligro la vida propia (y a menudo la de los demás). La actividad deportiva extrema de algunas disciplinas suele ser muy excitante. Nos asombra a los espectadores y reafirma a sus protagonistas. El impacto de estas prácticas escalofriantes va ligado a una minuciosa planificación de su seguridad. Por eso disfrutamos de una montaña rusa, el descenso de cañones, el paracaidismo o el puenting. Ahora bien, las personas que sólo buscan sensaciones, de forma negligente, ponen en riesgo su integridad, conscientemente, para sentirse vivas. De hecho, se embarcan en una dinámica de comportamientos, cada vez más alocados, que van incrementando su probabilidad de no sobrevivir. Como toda conducta que se repite, vamos perdiendo interés conforme nos acostumbramos, por lo que debemos elevar el listón del exceso para percibir lo mismo. La conclusión es tan terrible como sencilla. Estos sujetos quieren estar cerca de la muerte para sentirse vivos. Jugar con el destino es tan adictivo como cualquier droga cuya dependencia sólo termina con el fin del propio individuo. Descanse en paz.
El Real Zaragoza no puede jugar tranquilo ni cuando gana, desde el inicio del partido, con un tanto en propia meta como el que forzó Pau Sans. Es un equipo noqueado y anestesiado que necesita ver su muerte deportiva de cerca, para sentir que todavía le queda algo de fútbol. No es que no sepa ganar. No puede hacerlo porque precisa sentir la guadaña del descenso para darse cuenta de que todavía sigue inscrito en una liga profesional. Sigue siendo un club muy regular. Puede que uno de los más regulares de Europa. No gana, no marca, no puntúa, no juega, no tiene dirección, ni ideas, ni criterios, ni gestión, ni solución. Su entrenador mantiene en España su particular media inglesa de derrotas seguidas. Este grupo tiene pánico al balón, aversión al juego y agorafobia a los estadios de fútbol. Esa fobia que se caracteriza por sentir miedo y ansiedad en lugares abiertos y públicos, donde las personas se paralizan y quedan atenazadas por una sensación de inseguridad. Tras el gol que nos puso por delante en el marcador la afición local estalló contra su directiva. Con tanta queja contra el palco, los de Sellés se percataron que debían estar en el modular. Desde televisión llegaban las peticiones de dimisión. Los blanquiazules se veían como en casa, así que sabían que el partido estaba perdido de antemano. Claro que, si allí pedían ceses, nosotros deberíamos exigir guillotina. La estrategia de los andaluces surtió efecto. Tenían a favor la camiseta rojiblanca que produce ataques paralizantes a los del León, aunque la vieran desde el Mulhacén. Además, el juego de luces previo al pitido inicial, les recordaba a los jugadores unos brillos de discoteca que les hacía estar en un ambiente distendido. ¿Y tú juegas o trabajas? Les preguntaban a los rivales mientras les regalaban el balón. Algún colega de profesión debería advertir al técnico de luminotecnia que tanto parpadeo es un riesgo grave para la salud de personas propensas a los ataques epilépticos. Sobre todo, para los aficionados maños que asistimos, ojipláticos, a estos espectáculos de fútbol siniestro cada fin de semana. Al otro lado de la pantalla esperábamos que Tebas se apiadara de nosotros, cortará la señal y nos desenchufara de la vida muerta que vemos en cada partido. Pero ese lujo se lo reservó el sábado a su querido Huesca.
El entrenador blanquiazul ya se ha adaptado a la dinámica del equipo. Comenzó hablando firme, con la cabeza alta y los ojos abiertos sin pestañear ante las preguntas. Tras el último partido ya bajaba el rostro. Las sombras de luz le dibujaban un antifaz que le ocultaba lo que no quería ver y le destacaba lo que nunca quiso admitir. Hablaba más a la mesa que al micrófono y más a su esbafada musa que a la masa de la afición. Ahora ya pestañea. Lo que indica que ha superado la prueba de empatía que hiciera famosa la película de Blade Runner (1982), por lo que pudimos contemplar un primer síntoma de debilidad humana. Las manos se mueven más, pero sigue siendo uno de los pocos entrenadores que no se roza la cara y el pelo en toda su comparecencia. Aunque las arrugas ya florecen en su frente. El gesto revela más pasmo que espasmo, y el lenguaje más espanto que esperanto futbolístico que todos puedan entender. Su habilidad estratégica con los cambios lo integra plenamente en la esfera directiva del club. Si quedaba algo de vestuario, habrán tomado nueva nota (de nuevo) Bazdar, Gómez y Kodro. Haciendo amigos.
El fútbol quedó en manos de los veteranos en el partido organizado por Aspanoa. Fue un domingo muy sanitario. Unos en la manifestación en defensa de la sanidad pública y contra los recortes del gobierno de Azcón. Otros, empujando la batalla contra el cáncer infantil. Una mañana de sol y esperanza en Aragón. Una tarde de sombras y tristezas en la ciudad andalusí.
El equipo queda a nueve puntos de la salvación. Como este año miramos mucho al Tenerife, para ver nuestro futuro, no deja de ser curioso que hoy peligre su liderato en Primera Federación con tres derrotas en los últimos cinco partidos. Una liga minada, por lo que pueda venir. Los de Sellés se resisten a pasar a los dos dígitos, salvo que sea para incrementar el foso con el descenso. Ni en puntos, ni en goles a favor, son capaces de juntar dos cifras. Aunque pronto tendrán el récord de ser el equipo con tres decenas de goles encajados en tan pocas jornadas. Al menos vamos ganando a los oscenses por tres entrenadores a dos. Como la disputa termine en empate a cuatro, la próxima temporada la disputaremos abrazados en el tercer sótano del fútbol. Con el cambio de míster en el Huesca corremos el riesgo de que se nos haga “Bolo” el choque del próximo domingo. Para el Real Zaragoza el perfil del técnico vizcaíno, con solidez y experiencia, nos hubiera hecho ver el fútbol de otra manera. Aunque carezcamos de arte con el balón, disfrutaríamos de las gafas con más estilo del futbol español. En todo caso, el domingo veremos a dos equipos caminar sobre el alambre, temerosos, en lo alto de un precipicio cada vez más bajo, y sin arnés de seguridad. Algunos ya han preferido mirar el partido desde el foso de la invisibilidad. Puede que el golpe de “kárate Paul” contra la pantalla del VAR le haya dejado secuelas musculares. Pero las graves son las psicológicas. A veces hacemos lo que no queremos, porque nos hemos equivocado, para comportamos como hubiéramos deseado desde un principio. Es lo que tiene la frustración. Pero el deporte profesional es una de las pocas dedicaciones laborales en las que se cobra, aunque no rindas. Ante un problema global que no está en nuestra mano, sólo caben las soluciones parciales que podemos controlar. Al margen de las posibilidades económicas de enero, y los huecos en las fichas de la plantilla, la primera opción es apostar por gente joven de la casa, con hambre e intensidad. La energía es la base de un proyecto de presente que tenga futuro. Hemos visto algunas perlas, como Hugo Pinilla, y debemos cultivar otras que ya han pisado el césped y se están integrando en el equipo. Con mayor o menor fortuna, pero siempre con una implicación profesional que ya quisiéramos ver en los más veteranos. Es un esfuerzo que merece la pena. Los que vemos hoy en el campo no acaban de estar, y no los veremos tras un posible descenso. Los jóvenes, o nos salvan ahora o los necesitaremos la próxima temporada.
Los negocios y los millones bombardean el fútbol sin tregua. No sé si en el Atlético de Madrid tienen un problema en Houston con el “Apollo”, pero nosotros jugamos en la Luna. Los poderosos ganan siempre porque sólo arriesgan las emociones de los aficionados. Están vestidos con el mismo sastre que los nuestros. Ellos de traje, y los nuestros, desastre. Tal cual. En resumen, estamos gobernados por negligentes que arriesgan de forma inconsciente nuestro corazón para que ellos se sientan vivos. Porque los que mandan seguirán con sus negocios y su club, que no es blanco y azul. Como Juan Forcén, que irá de visita a los entrenamientos como quien va por cumplir a un funeral. No por presentar sus respetos sino para que vean su irrespetuosidad llena de irresponsabilidad. El próximo domingo por la noche veremos el compromiso de dueños, directivos y cómplices políticos. Tendremos la ocasión de comprobar si los que se hacen fotos en el césped de La Romareda para sus campañas electorales, adornándose con un nuevo campo de fútbol, se atreven a salir retratados con sus fracasados amigos deportivos, aunque sean acaudalados empresarios. Las alcaldesas de Huesca y Zaragoza tendrán ocasión de acercarse al pueblo para sentir cómo sufre la afición. Aunque les adelanto que no les pedirán selfis junto a Forcén o Aguilar. Veremos si Jorge Azcón ha superado su jeta-lag tras volver de su viaje a Estados Unidos y quiere compartir una noche de autos junto a los asesinos del Real Zaragoza. Sin duda, el próximo domingo estar en el palco, hacer palconing, será un deporte político de riesgo.

