¿2 de 9, 11 de 18 u 11 de 27? Esta es la productividad de Rubén Selles según se tengan en cuenta los tres, seis o nueve partidos que lleva al frente del Real Zaragoza. Gabi había sumado sólo 6 en el mismo número de encuentros, siendo destituido con el equipo a tres de los puestos de salvación. Ahora está a cuatro. Con el técnico valenciano, el conjunto aragonés ha marcado cuatro goles más (10 por 6) y ha recibido uno más (13 por 12). El cambio en el banquillo ha surtido efecto en lo material, pero no lo suficiente. Sigue habiendo serios problemas en ataque, no tanto en el volumen de llegadas como en la eficacia rematadora, y en defensa se cometen idénticos pecados (salvo contra el Huesca, en las otras ocho citas ha ido por detrás en el marcador, con demasiadas concesiones a balón parado). La auténtica diferencia entre ambas etapas reside en que Sellés ha construido con la misma plantilla un equipo donde había un solar, cuyos principios sustanciales se localizan en haber establecido una relación con el balón que antes resultaba traumática y en la elección de los jugadores que encajan en su único mandamiento para evitar el descenso: la competitividad, una palabra que impregna a diario su discurso y su trabajo.
En ese proceso de profunda cirugía sin salir del mismo quirófano donde el enfermo carecía de constantes vitales, ha extirpado o relegado a un segundo plano a futbolistas como Bazdar, Pau Sans, Sebastián, Sebas Moyano, Akouokou y Dani Gómez y ha formado un cuerpo de fuerzas especiales con otros que estaban a media luz o estigmatizados caso de Andrada, Aguirregabiria, Keidi Bare, Soberón y Kodro. Insua, Radovanovic, Francho, Pomares, Valery y Guti forman su guardia personal, ahora con el portero argentino. En cuanto ha tenido la oportunidad, condicionada por una enfermería superpoblada y otros asuntos de comportamientos desligados del profesionalismo, este entrenador que transmitía dudas por su falta de experiencia ha injertado el tejido precisamente de la veteranía, algo por otra parte común a todos sus colegas cuando asumen retos de estas características, al límite o en el mismo abismo. Como consecuencia, la media de edad ha subido y también el rendimiento de un grupo muy definido al que acompaña con piezas complementarias o útiles para un escenario concreto. Toni Moya, Tachi, Cuenca, Tasende y un Bakis a quien, sabiendo de sus elevadas limitaciones físicas, le ha entregado un rol de hombre-milagro para una decena de minutos. Lo del turco, autor de un gol espléndido en Burgos, es una licencia excesiva en la búsqueda de soluciones exóticas donde impera el raciocinio.
Las sensaciones, ese pálpito que acompaña la mejora intermitente y que no suelen cotizar en bolsa, hablan con criterio de un Real Zaragoza al alza. La cuestión es hasta dónde le dará la cuerda para seguir escalando las paredes del infierno desde sus mismas entrañas. Los rivales ya no parecen tan inaccesibles, el reordenamiento táctico propulsa una propuesta valiente, pero la victoria sigue siendo una aventura engorrosa, demasiadas veces remando contracorriente en el marcador con la agonía como compañera de un viaje, eso sí, con el pasaporte de la fe. Y a la mínima que falla una pieza capital en este motor tuneado, el vehículo se resiente. Así, el mercado de enero, aunque Sellés mantenga con inteligencia emocional que puede con todo con lo que tiene entre manos, se ofrece como un destino obligado siempre y cuando los fichajes mejoren sustancialmente el vestuario. Haría falta de casi todo para esquivar los riesgos con rotundidad: centrales más versátiles y veloces, laterales centrocampistas de urbanización y desborde y delanteros con gol. Como estos deseos pertenecen a la utopía en un club con poco margen económico y no demasiado tino en la selección de lo apropiado, las incógnitas conviven peligrosamente con el avance propiciado por Rubén Sellés, el técnico que ha tecnificado un Real Zaragoza que lucha contra los dinosaurios que lo alimentan para devorarlo.

