Una vez pudimos reunirles para una fotografía con motivo de la final del 2004 contra el Madrid. Joaquín Murillo, el máximo goleador en Primera en la historia del Real Zaragoza, y David Villa, un chico de 22 años procedente del Sporting que comenzaba a asomar su aleta de tiburón blanco en La Romareda. El Pulpo y el Guaje, el pasado y el presente de la naturaleza depredadora del fútbol juntos frente a la cámara, una imagen que hoy en día podría ser portada de National Geographic por el valor de la captura de dos animales fantásticos en el mismo encuadre. El delantero catalán jugó con el equipo aragonés en la antesala de los Magníficos, cuando su carrera se aproximaba al ocaso, y conquistó una Copa y una Copa de Ferias. El punta asturiano marcó en el final de Montjuic y se llevó el trofeo para sumar meses después una Supercopa ante el Valencia, Con 40 años de diferencia entre sus gestas, sus ojos de cazadores atemporales brillaban con la misma intensidad. Parte de las cenizas de Murillo sobrevuelan el césped del Municipal en busca de un balón aéreo que rematar; el mito del máximo realizador de la selección española acude al mismo espacio, el de un Real Zaragoza de leyendas.