El partido contra el Villarreal vino impreso en la verdad de los tres puntos, pero en absoluto se pudieron extraer mejores noticias de ese triunfo que no sea la huida momentánea de la parte baja de la tabla, o en el reverso de esa lectura, el sedante de un marcador que evitó que la crisis alcanzara cotas extremas, entre ellas la posible destitución del entrenador. El encuentro resultó indigesto de principio a fin, con el mismo Real Zaragoza de siempre pese a las cinco rotaciones, un equipo raso, sin mayor novedad que la búsqueda del corpachón de Makhtar Gueye en lugar del de Azón y ante la ausencia de Giuliano. Fueron necesarios 93 minutos y la aparición de un dos pivotes defensivos, Grau primero y el eterno combatiente Zapater, para doblegar a un Villarreal B que el sábado se presentó en La Romareda para subastar su derrota a un precio de ganga.
Recostarse en ese resultado como bálsamo de numerosas heridas es una buena idea para tomar aire. Aceptarlo como medicina definitiva, un ejercicio de inconsciencia e ingenuidad. Por muy emotivos que fueran el abrazo tribal del primer tanto y la catarsis del segundo cuando las campanas del desastre doblaban la última esquina, la realidad sigue atascada por su cuenta en la peor de las clasificaciones y calificaciones. De hecho, ese par de celebraciones comprensibles mostraron en sus subidas de tono la ansiedad que estrangula a este equipo en el campo y fuera de él. La fe en el trabajo que pregonan Carcedo y sus futbolistas, sus constantes referencias a una identidad que por ahora es invisible, no son más que palabras impostadas de un grupo que vocea su felicidad mientras en cada jornada esparce su tristeza de recursos.
El Villarreal B, un buen equipo que en Zaragoza lo equivocó todo e insistió en sus errores, resultó el mejor aliado del conjunto aragonés. Sin él y su insolencia defensiva, es decir si el adversario hubiese sido otro y con distinta actitud, los problemas se hubiesen traducido como mucho en un empate. Sobraron las ocasiones, pero concedidas por los gruesos fallos de los castellonenses frente a un Real Zaragoza tosco en ataque y de nuevo insulso en el centro del campo con la excepción de Grau. Ganar así no es morir de amor, como expresó la afición, aburrida y hastiada, durante casi todo el encuentro´, con episodios dedicados al cese de Carcedo aun con el triunfo ya en el bolsillo.
Ya lo han expresado en infinidad de oportunidades diferentes e ilustres personajes del deporte profesional. El fin no justifica los medios, sobre todo a corto plazo. Basile lo denomina el camino corto, una especie de trampa que invita a interpretar que el éxito cuelga del marcador final y que se adora como a un becerro de oro. El Real Zaragoza recibió cómo debía el último triunfo y lo mereció. Pero no debería tomar el atajo y pensar que así está en condiciones de evolucionar. En Granada, este viernes, y en un calendario posterior que se empina de forma considerable se comprobará si hay plan, personalidad, gol y jugadores con carácter. Cuidado con las fake news.
Me gustaría pensar que ganar va a ser la rutina a partir de ahora y que los últimos partidos, salvo éste, no son referencia del equipo. Pero me temo que es «una última inhalación» que ha tomado Carcedo antes de ahogarse