Los humanos tenemos la habilidad de suplir carencias compensándolas con un mayor esfuerzo de las que tenemos disponibles. A los niños pequeños se les tapa el ojo con el que mejor ven para conseguir que el otro, más vago, se esfuerce por ambos y funcione correctamente. En la cabeza las cosas funcionan de una forma similar. Hay personas de excelente memoria, con la que disimulan su falta de atención. Otras tienen una gran verborrea, con la que compensan su escasa concentración. La falta de orientación espacial, se equilibra con alta capacidad de cálculo. Y así podríamos seguir con diferentes componentes de la inteligencia. Si hablamos de personalidad, hay personas muy emocionales que llenan de empatía su falta de habilidades verbales. Otras esconden con su mal genio, la falta de conocimiento. El caso es que, por muy deseable que sea el equilibrio global de la personalidad y los factores que componen la inteligencia, al final, los que están disponibles van en ayuda de los más necesitados. De esta forma salimos a flote, aunque haya zonas hundidas de nuestro comportamiento.
El partido tuvo su punto solidario en lo importante, y el conjunto maño contribuyó con su perspectiva desde lo menos importante. En lo que importa se agradece ver el compromiso de los equipos para hacer frente a la violencia machista. La pancarta con la que se fotografiaron ambas escuadras antes del pitido inicial, junto al recordatorio del lazo morado, nos llaman a la reflexión y a la acción. Hoy, 25 de noviembre se conmemora el Día internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. El brazalete de nuestro capitán nos representaba con ese 25N dibujado que era todo un grito de denuncia contra esa lacra que sigue asesinando mujeres.
El Real Zaragoza ha forjado tres victorias con un trío de protagonistas, relativamente aislados de su entorno. El mangazo de Moyano en Mendizorrotza, el gol lleno de cólera que marcó Aguirregabiria al Huesca y el muro levantado por Andrada frente al Eibar, han sido los triunfos maños en los que han destacado más las individualidades que un colectivo debilitado por su inanición futbolística. Es cierto que lo particular se ha hecho más colectivo conforme hemos ido avanzando en la temporada. Así lo casual está comenzando a dar paso a lo causal. El grupo se sirve, de forma egoísta, del jugador que destaca en cada partido para devolverse mutuamente el favor de un apoyo solidario. Si la defensa se descoyunta, con una pájara tras el penalti y la expulsión de Saidu, allí estaba Andrada para repartir tila entre sus compañeros. No es de recibo que, tras detener la máxima pena, los guardianes del meta visitante estuvieran brindando con chacolí del lugar, mientras seguían con la vista el remate al fondo de las mallas.
Ante la cojera de jugar con uno menos, comenzó a despertar un cuerpo zaragocista que no quería ir a la morgue tras mantener el pulso ganando al Huesca. Los de Sellés sabían que si habían doblegado una camiseta blaugrana, podían hacerlo con su siguiente portador. De hecho, en el viaje de vuelta a la capital del Ebro, los ocupantes del autobús de la expedición del León pidieron al conductor pasar de largo por la autopista para ir directos a tomar Barcelona. Cuando les dijeron que el Nou Camp se había inaugurado, pero seguía en obras, optaron por la prudencia.
Los aficionados hemos visto muchas veces este encuentro en el que los nuestros no saben ganar contra otro equipo en inferioridad. Por eso había que frotarse los ojos, y el corazón, para disfrutar de una experiencia que los veteranos vimos el año 2012 frente al Valencia, en Mestalla, y en Primera. Que los buenos recuerdos te lleven al cielo del fútbol nos hace olvidarnos, por unos instantes, que todavía en el pozo de Segunda. La compensación del grupo funcionó para suplir todo tipo de carencias. Las de calidad, con intensidad. Las del nerviosismo, con la pachorra de Andrada. Las del cansancio, con los pulmones de Francho. Las del repliegue, con una salida alocada por banda, con botas y a lo loco, que acaba rematando Bakis, sin querer, tras el disparo querido de Moya y el tanto deseado por nuestras miradas incrédulas frente al televisor. ¿Suerte o casualidad? La suerte es la habilidad de aprovechar las ocasiones favorables. Y si sólo hubo una en la segunda parte, la suerte estuvo con Francho por perseguir dos balones. El que gana y el que le cede el defensa. Luego tenía que pasar Toni por allí, con su grúa al rescate de todo un equipo. El delantero turco fue un poste perfecto para estar sin molestar. Y conseguir que le adjudicaran un gol al que le condenó la Liga como no culpable. Sigue sin convencerme la salida del turco en el tramo final del encuentro. Parece que el césped estaba para un veloz solitario más que para un poste solidario. Nada que objetar con el resultado en la mano. Lo que sí está claro es que la terapia de reinserción que sigue nuestro míster con Bakis, prosigue adecuadamente ¿Acabará vendiendo camisetas?
Sellés hizo su mejor diseño de partido, aunque nos hace sufrir en exceso con la espera de los cambios. Vino protegido contra el frío de la situación, pero los que se marcharon calientes fueron los locales. Lució un abrigo protector hasta los pies, casi tan largo como estiraba al equipo para que llegara a todos los sitios sin perderse en ninguno. Se puso guantes al inicio para comenzar el partido con elegancia, pero se los quitó para ganar con los callos que le hizo el roce de tanto sufrimiento. Nos enseñó por televisión cómo se cuentan los dedos de una mano. Y le ganó por una palmada el encuentro a su colega. El duelo entre dos entrenadores con nombres y apellidos místicos se prestaba a algún malentendido. La idea de que tanto a San José como a nuestro Salvador les metieran un gol de penalti, tenía su gracia divina.
Rubén disfrutó al final del partido con sus pupilos y con sus dilatadas pupilas. Cada vez les va gustando más quedarse en el campo tras el fin del tiempo reglamentario. Había que reconectar con nuestra avanzadilla leona que viajó hasta Ipurúa. Luego volvió a ser míster impasible. Esperemos que pronto sea míster imposible por conseguir gestas improbables. En la rueda de prensa gesticuló un poco más, pero sólo con las cejas. Aunque no pudo disimular lo que en su cuerpo fue un estallido de alegría al jugar con sus pulgares bajo el micrófono. Y ya se desmelenó cuando se permitió beber agua mientras hablaba. Lo que sería el equivalente a tirarse un cubo lleno de cubitos mientras se quitaba la camiseta.
Habló al final Andrada. Mientras le entrevistaban se aferraba a su blanco neceser (una palabra maravillosa que se mueve entre la filosofía existencialista de necesitar al ser y el tocador con el que acicalar la fugacidad de un cuerpo). Pero en realidad portaba el tesoro del tiempo perdido que tanto había buscado leyendo durante el encuentro los siete volúmenes que escribió Marcel Proust. Si es buen lector, es mejor intérprete. Este hombre tiene un aire al paraguayo Chilavert. Comparten gesto y mirada. Y quizás liderazgo. Aunque no marque tantos goles como el que fuera arquero de nuestro equipo entre 1988 y 1991, nos conformamos con que pare una cifra similar. El recital de Esteban Andrada hace honor a su nombre completo que merece cantarse en la próxima alineación del estadio modular. Porque Andrada es, fue y estuvo Maximiliano. Con ese segundo nombre de emperador romano, frenó a los vascones a base de paradones. Ordenaba a una desorientada defensa, a la que suplía con mando de centurión indicando la plaza de aparcamiento de cada uno. Taponaba, detenía, caía, se lamentaba, se lesionaba para que el grupo reviviera y vivía para que el colectivo no se rindiera. El pulmón de Francho recibió el golpeo, con intermediario, de su asistencia para llegar a enlazar el tanto de la victoria desde la portería zaragocista. Si en el fútbol sala tenemos al portero jugador, nosotros contamos con el portero equipo. Puede que los del conjunto armero todavía se estén preguntando si en frente tenían a Esteban Maximiliano Andrada o a un androide. Como en la novela de Philip K. Dick (1968) yo me pregunto si sueña Andrada con ovejas eléctricas.

