Ángel Aznar: «Me disgustaría estar vivo si baja el Real Zaragoza»

La frase que encabeza esta entrevista, o este encuentro con el expresidente, pone los pelos de punta y congela la yema de los dedos al transcribirla cuando, sin previo aviso, se clava en mitad de la conversación. Sobre un día más o menos soleado de la charla, si es posible en los tiempos de todas las pestes, cae la noche en el mediodía de una persona que lleva el Real Zaragoza como parte de sí mismo. «Me disgustaría estar vivo si baja el Real Zaragoza», dice Ángel Aznar, y su voz serena revela que no, no es una frase hecha o un instante puntual de depresión. «No, de verdad lo digo, no querría estar vivo». Circulaba esta historia por el raíl de los problemas actuales del club, de su deterioro, de cómo evitar que vaya a peor si es posible, y al llegar a la estación de cómo se plantearía una posible pérdida de categoría, el exdirectvo hace que todo descarrile con su abrumadora naturalidad. Ni lo contempla ni lo superaría. Para situar esa afirmación en el contexto adecuado, hablamos de alguien vinculado a esta tierra y al club desde niño. Con amor y las astillas del dolor por su condición de espectador privilegiado de la gloria perdida y amenazada. Siempre en primera fila de un sentimiento que se va evaporando en un fútbol cada vez más distante, impostado y carne de cañón de negocios especulativos.

«Esto no tiene nada que ver con el Real Zaragoza que conocimos. A lo mejor es lo que merecemos, todos los que rodeamos el Real Zaragoza. Ni políticos, ni aficionados ni prensa hemos sabido gestionarlo. Entre todos lo hemos hecho de Segunda. En esta ciudad, la prensa no ha buscado casi nunca el interés del club, sino los suyos propios», asegura un Ángel Aznar que ni perdona no olvida los episodios de desencuentro con un cierto sector de los medios de comunicación locales que le hicieron irse del club». Lo ha contado en más de una ocasión, pero no va a dejar de hacerlo porque le sangra, y con razón. «Conmigo se entretuvo un periódico en concreto y algún que otro periodista, fue un pim pam pum inmisericorde. Zaragoza estaba polarizada y se exigían sin tregua la exclusividad de las informaciones. No lo consentí y fueron a por mí. Un periodista me pidió 100.000 pesetas de las de entonces para hablar bien de mí. No lo consentí y me fui». «No cobrara un duro por ser presidente, avalaba operaciones con mi capital, había 330 millones de superávit y habíamos ganado una Copa… Nadasirvió para frenarlos. Aun hoy en día, me sitúan en sus dianas cuando pueden».

A los actuales propietarios los contempla como gente «que no son de fútbol ni tienen ideas para hallar soluciones. No entienden que se deben apoyar en gente que podría ayudarlos. Para fichar siguen confiando en los intermediarios, que para mí siempre han sido gente de poco fiar». La deuda lastra su gestión, al menos esa es su versión más recurrente. «Sí, pero lo que hay que entender es que el Real Zaragoza, ahora mismo es una cuestión de todos, una cuestión de estado. Y con este me refiero a que todos los estamentos, políticos y ciudadanos, han de colaborar para corregir ese déficit». No es fácil corregirlo. «Claro, sobre todo si metes a Eduardo Bandrés con un buen sueldo, de puente de plata hacia una DGA a la que no llegó. Fue inadmisible esa moneda de cambio. Y todavía sigue de tesorero de la Federación, qué más decir».

Aznar solicita con urgencia un consenso «porque están acabando con la institución más representativa de Aragón, y me duele muchísimo porque van a romper una historia en la que participé». Propone que, quizás, «una de las fórmulas es que el club regrese a los aficionados, que se venda la Ciudad Deportiva como único y gran patrimonio para paliar la deuda o que el Ayuntamiento ceda el estadio al club…». El expresidente se refiere a recalificaciones, a operaciones a salvavidas con tal de que su Real Zaragoza, que no es el de todos, siga respirando y «esté en el lugar que les corresponde. Madrid, Barcelona, Bilbao o Pamplona jamás consentirían esto porque tienen una perspectiva diferente del fútbol, de sus profundas raíces en sus sociedades. Se reúnen y avanzan al margen de las diferencias y dificultades. Aquí debería de ocurrir lo mismo, con el socio como eje de todo«. Sus sugerencias, a bote pronto o bien calculadas, buscan el bien común, el suyo también para dejar se sufrir con un barco del que fue capitán. Y con el que está dispuesto a hundirse en un gesto de valor, de melancolía, de impotencia. De toda una vida en la mar zaragocista.

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