Para ser la semana de apagar el marcapasos hubo que renovarle las pìlas y encima no lo hemos podido dejar aún en la mesilla. Habrá quien no haya recuperado el 12-8 de tensión desde las once de la noche del sábado. La forma en que se produjo el triunfo ante el Cartagena no pudo ser más enrevesada, confusa, épica e inquietante. No pareció un partido natural, como sucede en muchos de los encuentros del final de una temporada, sea en Primera, Segunda o Sexta Regional B. Por salud mental, el ejercicio idóneo es quedarse con los tres puntos y no con el amago de infarto que costó lograrlos.
Llegó el Cartagena último y descendido hace días, con 20 puntos en 39 partidos y un tercer técnico en el año que tardó 16 partidos en comandar una victoria. Sin embargo, el colista mostró una imagen más que decorosa en tres apartados del boletín de notas: intensidad, orden y eficacia. Al menos durante ochenta minutos. Si no se puso 1-3 fue por un paradón del Poussin bueno.
El Real Zaragoza transmitía una ansiedad enorme en sus remates. Es comprensible. Y no sólo al finalizar, sino también con varios centros para matar palomas de botas en las que normalmente se aprecia calidad. La afición miraba entre azorada e incrédula lo que sucedía. También dedicaba los pitos de la desesperación a Aketxe, silbidos con el mensaje de no podemos asumir lo que hacías en el pasado y no haces aquí. Los aplausos los concentraban las incorporaciones de Francho por el carril derecho, que parecía una mezcla mejorada de Cafú y Belsué; y Pau Sans, porque desde el extremo tiene la habilidad de rebasar, centrar, disparar y, sobre todo, no perderla casi nunca. No es normal que haya jugado tan poco este chico. Entendería que un equipo mejor (no con más historia) se lo quisiera llevar.
La grada tuvo la talla moral de no estallar durante el acto, a pesar de que guardarse lo que estaba viendo tenía que ser duro en el plano psíquico. ¿Estaría el Cartagena extra motivado de forma externa? ¿Era sólo una cuestión de orgullo, de lucir algo en el tramo final para aliviar un sabor de boca amargo? ¿Quieren sus jugadores no descender con el equipo y fichar por otro segunda o irse al extranjero? Sea como fuera, los visitantes mostraron un fútbol superior y nada acorde a su perfil de corderito durante buena parte del encuentro. Por otro lado, nada que no hayan hecho la mayoría de los equipos todo el año en La Romareda.
Gabi Fernández, técnico del conjunto blanquillo, probó todo tipo de soluciones, pero no había forma de buscar el gol desde una cierta confianza. Hasta al médico le temblaban las piernas cada vez que la portería rival adquiría un primer plano. ¿Qué esperar de unos jugadores rebajados a una versión inferior?
Hasta que ocurrió un fenómeno curioso: al tiempo que el Zaragoza entró en fase locura infinita, el Cartagena se paró. Dejó de buscar el marco contrario. Tal vez se lo impidió el arreón irremediable de los de casa. Pero lo extraño es que se embutió en su área como no había hecho hasta entonces. Quizá por el hecho de meter tres centrales y el mensaje de mantener el botín. Llegó un punto en el que ni encimaban al que recibía un saque de banda en un costado del área. En esa atmósfera inédita de rendición, el cuadro aragonés encontró la fortuna en un cabezazo de Marí, en la jugada más insulsa del partido, y otro de Dani Gómez tras un centro de los que Francho hace como nadie en carrera.
El míster respiró con alivio. Asintió como el que contempla que finalmente se cumple un guión obligatorio y vinculante. Ya queda menos. Todo está encarrilado pero no hecho. El Eldense no se rinde. Sólo los alicantinos pueden ser coautores de una tragedia que, ahora mismo, parece que se va a lograr esquivar.
Muy buen artículo. Riguroso y certero.
No creo que estén preparadas las urgencias del Miguel Servet para atender a tantos infartados y arritmicos.