Aquel otro partido contra el Logroñés con la vida en juego

El fútbol guarda en sus archivos anécdotas coincidentes, en ocasiones casi calcadas por su dramatismo. Existe un Logroñés-Real Zaragoza que se disputó en Las Gaunas sobre un escenario emocional si no idéntico sí paralelo, en una temporada aliñada de situaciones convulsas. El 2 de febrero de 1997, con la Recopa muy fresca en la memoria, ambos equipos se reunieron para un partido bélico. El Logroñés de Aimar, cuarto entrenador tras Lotina, Martín y Arispe, y el Real Zaragoza de Luis Costa y su extintor, que regresaban al primer equipo tras el paso de Víctor Fernández, Manolo Nieves y Víctor Espárrago, se medían en el primer partido de la segunda vuelta. El conjunto riojano, quinto por abajo, ocupaba puesto de promoción de permanencia y el aragonés era penúltimo, con tan solo dos victorias en su casillero.

La liturgia de ese partido provocó, sobre todo en la capital aragonesa, una movilización espectacular, traducida en un desplazamiento masivo de aficionados, una gran mayoría en trenes abarrotados de banderas e ilusiones blanquiazules para comenzar de una vez la milagrosa remontada. El mes de noviembre de 1996 confirmó que el curso iba a ser complicado. Víctor Fernández, el entrenador de la Recopa, fue destituido y el presidente Alfonso Soláns falleció el día 29. Esa sociedad singular y exitosa se disolvió por cuestiones deportivas y vitales, y los resultados encadenaban derrotas que anunciaban un destino envenenado. Ese verano, Fernando Cáceres fue traspasado al Valencia, y Andoni Cedrún, otro de los héroes de París, se marchaba precisamente a Logroño después de una manifestación improvisada de seguidores pidiendo su renovación. Allí le esperaba otro exzaragocista legendario, Rubén Sosa, el Principito, autor del gol que dio la Copa frente al Barça en 1986.

 

Los trenes zaragocistas camino de Logroño.

 

Una altísima tensión ocupaba la atmósfera de Las Gaunas, con miles de zaragocistas que convirtieron el estadio en una miniRomareda. Saltaron al césped, con el arbitraje de Iturralde González, Konrad, Belsué, Solana, Aguado, Gilmar, Aragón, Poyet, Garitano, Gustavo López, Dani y Morientes. Después de una primera parte taquicárdica, Aragón adelantó al Real Zaragoza en el minuto 52 y el campo se vino abajo, con la afición local encogida en número y estado de ánimo. Entraron Nayim, Higuera y Radimov. En ese instante había siete campeones de la Recopa en el campo, pero en 88, Rubén Sosa, relevo de Manel, estableció el empate. Un cuchillo sesgó la esperanzas, pero apenas sesenta segundos después, Gustavo Poyet, a pase de Belsué, hizo el 1-2- Pocas veces se ha celebrado un gol como aquel, con los futbolistas clavados a la valla para descargar los nervios y la felicidad junto a su gente, lo que le costó a Poyet la segunda amarilla y la expulsión. Todo el zaragocismo enloqueció, con Luis Costa y el banquillo festejando el tanto del uruguayo y, sin embargo, sufriendo los últimos segundos como si transcurrieron al ritmo de siglos.

 

Aquel triunfo ante el Logroñés, que acabaría descendiendo, lanzó al Real Zaragoza hacia la salvación. Fue la primera de nueva victorias más, el trampolín perfecto, con La Romareda como santuario infranqueable.

 

(El Club Deportivo Logroñés desapareció en agosto de 2009 por quiebra. El UD Logroñés fue fundado en 2009 y juega ahora en La Nueva Las Gaunas))

 

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