Azón y la victoria del salmón

Juan Ignacio Martínez planteó una alineación y un partido incomprensibles para sus jugadores, de corte conservador y supuesta apuesta por la veteranía, y tuvo que rectificar tras el descanso con un giro de fisonomía total. Había enviado a su equipo a la derrota con tres variaciones en defensa que solo produjeron inquietud y despejes cortos, pero sobre todo con un centro del campo con poco oxigeno y una delantera donde reapareció el Toro Fernández para pelear como nunca y no marcar como siempre. El goteo de relevos en esa segunda mitad, iniciado con la entrada de Francho en el descanso por un Eguaras crepuscular, no cambió en exceso al conjunto aragonés, pero le dio cierta carta de normalidad. Sanabria relevó a Bermejo y Alegría y Azón se añadieron al bombardeo ante la imposibilidad de llegar por abajo. El primero peinó una pelota y el segundo metió la cabeza para ser derribado. Contracorriente, muy lejos de lo que se la había pasado por la cabeza a JIM, el Real Zaragoza ganó con un penalti lanzado por Tejero. Sí, por Tejero. Fuera de guión de forma absoluta, con al menos tres de los futbolistas que tenían que haber comenzado el choque, el conjunto aragonés encontró no un pozo sino un yacimiento de petróleo. Salta así cuatro puntos por encima del descenso. Un tesoro en la isla de la nada.

Hubo dos jugadores zaragocistas por encima del caos, de un fútbol desaliñado y perdedor que se refugiaba en acciones a balón parado para disimular sus tremendas dificultades ofensivas. Entre bastidores apareció Cristian, que llevaba mucho tiempo actuando en el teatro de las dudas, cuando Jair cometió un penalti con pinta de sentencia. El argentino sigue siendo un gran actor y de su multitud de registros sacó un brazo largo para desviar la pena máxima lanzada por Ibán Salvador, quien más tarde le probaría con artillería de largo alcance. Los partidos tienen sus momentos, que se descubren en toda su magnitud cuando cae el telón, y ese fue el más importante. De haber marcado el equipo de José Luis Oltra, el Real Zaragoza habría capitulado porque carecía de argumentos siquiera para plantearse un empate. Sin punto cardinal al que dirigirse, el conjunto aragonés llegó al descanso sin heridas físicas pero desencajado.

Iván Azón había sido reclamado como titular casi por aclamación popular. JIM, sin embargo, rescató del fondo del armario a Gabriel Fernández en una decisión muy de autor. Los entrenadores, de vez en cuando, sufren este tipo de delirios y juegan a cargarse de razones vaciando por completo el cargador de sus armas. El uruguayo luchó y peleó, pero nada ha cambiado en su lánguida trayectoria zaragocista. JIM sacó entonces a Azón como hace siempre con el chaval, en ese tiempo residual donde es casi imposible cazar una mariposa. Pero el delantero, en una nueva demostración de su valía y de su impagable fe, se negó a dejarse arrastrar por la corriente y alcanzó el nacimiento del río de la vida con un penalti que podría suponer a la larga la salvación. El otro salmón de la noche fue Tejero. Se acercó hasta los once metros y marcó para desmontar por completo el propósito ininteligible de su entrenador. Al menos con él dio en la diana.

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