El síndrome del impostor hace referencia a la incapacidad que sufren muchas personas para confiar en sus propias posibilidades o creer que están preparadas para afrontar cualquier tarea. Los estudiantes creen que han suspendido antes de finalizar el examen y, si sale bien, consideran que ha sido fruto de la casualidad. No de su preparación. En el trabajo nos vemos como unos impostores que nos hemos colado en una empresa, con responsabilidades, sin merecerlo. O entablamos relaciones de pareja sabiendo que no tenemos nada que hacer, antes de mantener una primera conversación con la persona que nos interesa. Lógicamente, este miedo a la frustración es la principal causa de un fracaso de una conducta que ni siquiera ha llegada a iniciarse. Este concepto lo introdujeron por primera vez, a finales del siglo pasado, por dos colegas psicólogas, Pauline Clance y Suzanne Imes. En sus consultas observaron cómo muchos de sus pacientes no se sentían merecedores de sus éxitos en la vida, lo que les llevaba a vivir amargados para así destrozar sus posibilidades de disfrutar de sus experiencias positivas que convertían en negativas. Un bucle perfecto.
Las y los impostores no son fáciles de reconocer al principio. Se puede confundir con una excesiva modestia o con un autocrítica sana. Debemos señalar que no estamos hablando de un trastorno psicológico que esté reconocido como tal, sino de manifestaciones de comportamiento que dificultan y hacen más incómoda la vida social y el rendimiento de las personas. La impostura se observa en las personas que la desarrollan porque muestran muy poca confianza en sí mismos. No creen en sus habilidades, piensan que no merecen lo que obtienen, sienten miedo por la fantasía de que engañan a los demás y sufren una angustia excesiva porque tienen la idea de que todo va a salir mal y no van a lograr sacar adelante sus cometidos. Todo ello hace que estos “impostores” no ejecuten bien sus tareas. En el deporte vemos muy a menudo a jóvenes y mayores que no saben competir porque están aterrados con sus cometidos deportivos. Unos no se merecen ser titulares, otros no se merecen triunfar goleando y muchos no se merecen marcar gol. Son unos impostores de sí mismos.
En Real Zaragoza hay impostores reales, que fingen y engañan con apariencia de verdad. Son los más peligrosos. Se adueñan de un club como si lo quisieran. Lo dirigen como si supieran. Lo gestionan como si fuera un negocio privado. Lo manipulan, con la complicidad de los que mandan, para sacar rentabilidad económica unos y electoral otros. En definitiva, lo matan como si fuera suyo. Pero a nadie le interesa el fútbol, el deporte, los sentimientos, la afición, la ciudad y la dignidad. La dignidad perdió su nombre cuando se le puso precio. Los clubes perdieron su identidad cuando nos los quitaron a sus seguidores para dárselo a los buitres de las sociedades anónimas. Luego están los futbolistas, que ejercen a partes iguales de víctimas y responsables, con un papel secundario en esta tragedia que tiene más figurantes que protagonistas.
El Real Zaragoza jugó como un impostor hasta que encajó el primer tanto de los visitantes. Aunque la impostura plena se desató cuando recibió el segundo. Su rival elaboraba jugadas, como si enfrente tuviera un equipo sólido, hasta que olfateó el aroma a derrota que acompaña la piel de los locales. La impostura de los blanquiazules se resistió, hasta que vio lo que esperaba. Que Moya fallaba el sencillo golpeo del balón al fondo de la red gallega, sólo frente al portero, porque en su cerebro de impostura no cabía el éxito del gol. A partir de ahí la auto profecía del fracaso se cumplió una vez más, para constatar que lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible. Este es el lema del síndrome del impostor. El Real Zaragoza está lleno de impostores.
El encuentro de la noche del domingo sólo fue emocionante en el homenaje a los fallecidos, Elena Cuesta y Jorge Casado. Hubo más vida en ese minuto que en muchos años lúgubres de este club. Con ese recuerdo a Jorge y Elena despedimos a dos personas que representaban el futuro y el pasado de nuestro Real Zaragoza. ¿Una mueca cruel de la actualidad del club?
La tarde comenzaba con una concentración de protesta contra los espíritus que se han adueñado del cuerpo zaragocista. La Fan Zone vivía en su particular burbuja la espera hasta el inicio del encuentro. El DJ Lagarto animaba lo inanimado, lo que nos recordaba lo desanimados que estábamos. La elección tenía sentido. Un lagarto, como los de la serie “V”, era el mejor reflejo de que estamos invadidos por unos visitantes extraterrestres del fútbol que han okupado nuestro corazón de León. Como en la ficción de televisión, la resistencia frente al asalto necesita más y mejor organización. Al comenzar el partido respetamos el minuto de silencio y salí caminando, junto a otros aficionados, al exterior. Aunque en este campo nunca se acaba de entrar, y jamás terminamos de salir. La sensación de estar fuera es tan permanente que ha calado hasta la idea de estar lejos del fútbol profesional. El factor campo no altera el producto pero se mimetiza con lo que allí ocurre. La teoría de la evolución natural de las especies explica el principio de que la función crea el órgano. Aunque tenemos la duda de si es el estadio el que se ha adaptado al equipo, o el equipo al estadio. No salimos muchos aficionados de mi zona en la grada este. La dificultad del programa de mano de las movilizaciones, parecía redactado por el sentimiento, pero no por la efectividad. Concentración, dos horas de parón, entrar, salir y volver a entrar. Demasiada complejidad para una protesta tan sencilla. De este modo, hasta la afición nos sentimos impostores. ¿Por irnos? ¿Por volver? ¿Por escuchar un gol después anulado, desde fuera, que nos culpabilizó porque el equipo marcaba sólo cuando no estábamos en el campo?
El partido, por lo demás, fue decepcionante, salvo una primera parte expectante. Al final, con el frescor de la hora, necesitamos expectorante. Tanto para las mucosidades nasales como para las futbolísticas visuales. El regreso en tranvía fue el ya tradicional al salir del estadio modular. Da igual el día que juguemos porque siempre volvemos con cara de lunes para ir a trabajar. De hecho faltaron pocos minutos para que la cita fuera literal. El ánimo llevaba temple de empalmada y gesto de resaca. Una jornada más nos acostamos sin almohada alguna que pudiera acunar nuestras ilusiones zaragocistas. Fue un regreso sin ganas, sin ilusión, sin enfado, sin remedio…
El entrenador se encuentra a gusto con el caos y debemos reconocerle que muestra serenidad. Por una parte, mantiene su estela de resultados en la última etapa de míster en el Sheffield inglés, siete derrotas en sus últimos siete partidos en la segunda división de Inglaterra. No es un factor necesariamente negativo si sabe convivir con la frustración. Ahora, convertirla en efectividad goleadora puede sobrepasar su capacidad futbolística y la de su vestuario. En la rueda de prensa tras el partido, ya no esconde sus manos. Las sitúa con seguridad sobre la mesa mientras abre los ojos, como si fuera su boca, para responder a las preguntas. El día que las lleve a su cara, malo. Su mirada se mantiene sin pestañear, aunque sus respuestas tengan los párpados futbolísticos cerrados. Su rigidez llega desde su rostro hasta sus pabellones auditivos. De hecho sus orejas son una expansión de su cara, ya que carece de lóbulos. Aunque los importantes están en el cerebro y los secundarios sólo son útiles para lucir “piercings”.
Al finalizar el partido frente al Depor, el equipo prefirió no acercarse a recibir las “felicitaciones” de los seguidores del fondo norte. Y eso que los gestos les invitaban a otro recibimiento de despedida. Si somos justos, debemos señalar que el problema no estaba en este encuentro. Lo normal es que un equipo superior, con mejores jugadores, más presupuesto y confeccionado para intentar ascender, nos gane. Lo triste es lo que ha pasado hasta ahora y lo que deprime es lo que nos espera a partir de aquí. Una derrota en Granada podría dejar el cadáver a punto de caramelo para la disección de un Huesca que vendrá con necesidad de victoria, para que no le contagiemos las penas y la clasificación.
Eso sí, la tribuna vip de directivos y conseguidores se ha transformado en un palco de malas ratas. Las ausencias fueron tan clamorosas como la falta de fútbol, de gestión, de ideas y de alternativas. El termómetro de la temporada nos indica que además de batallar contra nuestro inerte fútbol vamos a tener que luchar contra el general invierno. Le tendremos que hacer desnutridos de goles y sin puntos que echarnos a la boca. Los miembros del Consejo seguirán a sus negocios, sus números y un campo que sólo les interesa a ellos, aunque lo paguemos todos los ciudadanos de nuestro bolsillo. Los vividores del fútbol se llevan bien con los juerguistas de la vida. Los que piensan en su futuro no les importa nuestro presente. Estos días de protestas han circulado imágenes, fotos y vídeos de tanto irresponsable que ha querido sacar tajada del Real Zaragoza. Uno de los vídeos más vistos está siendo la fiesta que, cerveza en mano, compartieron Juan Forcén y el presidente de Aragón, Jorge Azcón. Casi 35.000 visitas para ver bailar a esa pareja de convivencia de intereses. Seguro que las birras, las fiestas y las vacaciones forjan amistades y enlazan caminos personales y políticos. El dato es demoledor. Es arriesgado querer domesticar a las fieras para que sean fieles a su amo. Al final no se sabe quién manda sobre quién A los lobos financieros es mejor tratarlos de lejos. Recuerden lo que le pasó a Kevin Costner en la película “Bailando con lobos” (1990). De tanto estar juntos, intimaron.
En estos días que vivimos hay cierta inestabilidad política en Aragón y broncas entre Azcón y sus apoyos de ultraderecha. Hay dudas de si va adelantar las elecciones con tal motivo, al no disponer de apoyos para sacar los presupuestos. Quienes quieran saber qué va a pasar, les recomiendo que sigan la actualidad deportiva del club blanquiazul y no hagan tanto caso de los sesudos análisis políticos. El futuro electoral del poder en Aragón depende más de lo que ocurra con el Real Zaragoza que de conspiraciones en torno a los sillones del Pignatelli o de la alcaldía en la Plaza del Pilar. Atentos.

