Chaves examina el corazón del Real Zaragoza de la Fundación

Durante estos días vamos a comprobar hasta qué punto la Fundación 2032 mira más allá de sus libros de cuentas, de su fama de ordinario y gélido funcionario que se ha ganado a brazo partido desde el distanciamiento con la afición. Han heredado o adquirido una propiedad y se han encerrado en ella como en un refugio antinuclear sin conseguir que la radiación les alcance. El fallecimiento de Avelino Chaves les ofrece la gran oportunidad de salir al exterior y humanizarse. Al legendario secretario técnico, posiblemente uno de los mejores en la historia ya no solo del club sino del fútbol español, no le daría trascendencia a un hipotético olvido o un recuerdo protocolario porque siempre se consideró bien pagado con un trabajo y un club que le apasionaban. Enemigo de las liturgias, se negaría a ocupar un lugar faraónico que nunca buscó y jamás reclamaría un busto en el estadio o en la ciudad deportiva, donde por cierto no quedaría nada mal que nos lo encontráramos, para saludarle cada mañana, sentado en mármol en alguna de sus esquinas. Ya recibió suficientes homenajes con ver que los futbolistas que fichó fueran tesoros. Pero Chaves se merece mucho más que un brazalete de luto y un minuto de silencio. Si todo el agradecimiento se redujera a ese par de gestos comunes aun sentidos, estaríamos frente a una de las mayores aberraciones de la gestión de los actuales propietarios. Insisto en que no es cuestión de incidir en pomposos actos funerarios sino en airear el orgullo de lo que es tuyo y permanece vivo para pasadas, presentes y futuras generaciones. El ilustre gallego fue el genial compositor de la melodía de un Real Zaragoza rey de Copas y señorial fútbol en la Liga, del Real Zaragoza que un día regresará, y hay suficiente documentación y testigos como para justificar una ceremonia como Dios manda. Salgamos por una vez de Segunda división de la mano de Avelino con una ceremonia a la altura de su figura, que en realidad es la de la institución. Confiemos en que la Fundación alcance de una vez la altura emocional que la historia del Real Zaragoza reclama sobre todo en esta ocasión. Porque, en caso contrario, no habrá paz para los malvados por mucho que blinden sus conciencias con hormigón y plomo.

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