Cuando La Romareda encendía mis sentimientos

Recuerdo en los oscuros años 60 del siglo pasado cuando el sueño de acudir a la Romareda se cumplía cada quince días. Misa a las doce, comida con la abuela y el tío sacerdote, y salida al estadio. Ya en la Gran a la gente, a mara lenta, se moa por esa arteria de la ciudad y aprovechaba para tomar el carajillo. En esos tiempos los chavales también podíamos degustar como adultos el coñac mezclado con el café y sentir diferente el mundo. Nosotros nos deteníamos en el establecimiento de “Paco el Botas” a mitad de camino. Ver poco a poco la torre de la Feria de Muestras, la “Casa grandey la Romareda encendían mis sentimientos. Eran los tiempos de los “Magníficos” y siempre se ganaba en casa. A la entrada, los saludos a mi padre de los empleados y algún directivo, él que se metía con el técnico Luis Nápoles en la minúscula cabina de la radio y yo, que aprendía de fútbol al lado de Manolo Muñoz en el palco de prensa sin que me llegasen los pies al suelo. A mi lado, hombres mayores, muchos de ellos con sombrero, y enormes puros que parecían chimeneas

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