En psicología hablamos del síndrome de Frankenstein para referirnos al temor que sentimos los humanos ante creaciones que desarrollamos, y que tememos se vuelvan en nuestra contra. No hablamos de una enfermedad o patología concreta, sino más bien de un comportamiento ante situaciones cotidianas de cada día. Por supuesto, la denominación proviene de la maravillosa obra literaria que nos dejó la escritora inglesa Mary Shelley. Fue concebida en un extraño verano de 1816 en el que la erupción de un volcán provocó un estío con temperaturas frías y mucha lluvia. Un encuentro de amigos en Suiza, en torno a Lord Byron, desembocó en un reto en el que los asistentes debían escribir una historia de terror que les ayudara a salir de la monotonía a la que el exceso de precipitaciones les obligaba. Este próximo y ya cercano 2026 se cumplirán 210 años de la creación de la “Criatura” (hay muchas personas que siguen confundiendo al creador con lo creado e intercambian los nombres). Hace poco se ha presentado la película de Guillermo del Toro con una nueva versión de este monstruo (lo que me sirve para aludir tanto al director cinematográfico como al engendro terrorífico que imaginó la escritora).
Los cambios nos suelen dar pavor. Los que nos imponen los demás, nos inquietan. Pero los que de verdad nos aterrorizan son los que acometemos nosotros mismos. Siempre podemos echar a la culpa a otros de las transformaciones obligadas. Pero lo que nos agobia y crea ansiedad es equivocarnos sobre cambios que decidimos bajo nuestra única responsabilidad. Las frases vacías y bonitas de la falsa autoayuda psicológica nos animan a salir de nuestra zona de confort ¡como si estar bien fuera un delito! Pero esta sociedad de cobardes anima a los valientes para que se estampen contra una realidad mentirosa. Disfrutar de un modesto bienestar es toda una aventura llena de riesgos que no necesita de retos insalvables para destacar. No caigan en esa trampa de las frases bonitas que sólo conducen a la melancolía y siéntanse cómodos en su área de confort, sea una simple silla de tijera o un buen sofá en el que saborear la pereza consentida. Si necesitan salir a respirar algo de vida es porque están atrapados por una atmósfera tóxica que no tiene nada de confortable. Entonces, el cambio es una cuestión de supervivencia.
El Real Zaragoza se había acostumbrado a respirar gases de sulfuro futbolístico en el pozo de su categoría. Una vez que adaptas tus pulmones a la nueva mezcla, puedes llegar a convivir con el sótano del infierno balompédico. La criatura que surgió del verano llegó descompuesta al otoño y con todos los indicadores de vida en negativo. Un grupo jugadores, con órganos y tejidos inertes, necesitaban a todo un Frankenstein para que les hiciera revivir el sentido de pasarse un balón y meter goles en la portería contraria. Hay que reconocer que el adefesio de plantilla que alumbró Txema Indias lo consagró Gabi como un espantajo de equipo. El resultado es que no ha cuajado lo colectivo y no se ha desarrollado lo individual. Pero la clave era saber si cada retazo deportivo era capaz de cobrar vida, en compañía de otros retales, con alguien que les diera la chispa de energía necesaria para que comenzara a caminar la Criatura. Rubén Sellés, un médico sin historia, con escasa trayectoria sanadora en la sala de autopsias del fútbol inglés, llegó para experimentar la existencia de vida en la nada zaragocista. Con varias descargas de sentido común ha dado pulso a zonas futbolísticas que parecían condenadas a la necropsia. El equipo (cada vez más colectivo y menos bandolero) ha conseguido tres victorias seguidas para seguir último. Pero, también, para ser anímica y deportivamente el primero de los últimos. O al que más van a temer los de la cola, mientras miran por el retrovisor de la clasificación.
Los aficionados preferimos ver competir a nuestro equipo, aunque sea un poco “finstro diodenal” como diría Chiquito de la Calzada, antes que soportar a un guaperas sin cerebro en sus botas ir de barra en barra las noches de liga buscando planes y cosechando calabazas. Esa es la tarea de Rubén y los logros de Sellés, que están convirtiendo un rastrillo de jugadores en un conjunto de profesionales. Un míster que se ha doctorado con una mezcla de habilidad en el manejo de los tiempos, en modo Albert Einstein, y una parte ingeniosa y estrafalaria de Fronkonstin, tal y como la interpretó Gene Wilder (El jovencito Frankenstein, 1974). Dicen las malas lenguas que si tras las victorias del Real Zaragoza se menta al anterior entrenador blanquiazul, Frau Gabi Blücher, se escuchan cerca del Ebro terribles relinchos.
Comenzamos a ver fútbol y nos estamos acostumbrando a disfrutar de combinaciones y agilidad con balón. Llegamos animados al campo con nuestras ganas diciendo una cosa y el estómago la contraria. Nos encomendamos a una nueva victoria en el trayecto y no éramos los únicos. Tremendo lío en el tranvía que colapsó por una interrupción de la circulación. Yo miraba la agenda y no me cuadraba el despropósito paralizador. En mi calendario de manifestaciones ya habían pasado las protestas por los recortes en educación y en sanidad. Podía ser que la supresión de las urgencias médicas de tarde en Zaragoza hubiese provocado una queja adelantada. Por otra parte, la alcaldesa Chueca ya había sacado el sábado su atril para el encendido de las luces festivas y había estado, el día de antes, repartiendo mascarillas para evitar contagios de la gripe. Lo que no nos dijo es que en la inauguración del alumbrado navideño iba a congregar una multitud de luciérnagas humanas para facilitar al virus un contagio efectivo. A lo que iba, resulta que nos cortaron el camino del tranvía al estadio debido a una procesión de cofrades junto a Escolapios. Todo cobraba sentido. La Semana Santa y Navidad juntas, en noviembre, mientras yo iba al fútbol para ver un partido que comenzaba a las dos de la tarde. Debemos reconocer que si la procesión era una rogativa divina, consiguió su objetivo. Comenzó a llover y seguimos ganando. Nada que objetar.
La luz del domingo engañó a las vísceras y la emoción a la cabeza. Llegamos mosqueados, con el cielo encapotado, pero el fútbol nos dio un respiro de animación. Da la impresión de que el asiento se ha agrandado y los glúteos encuentran algo más de sitio para su expansión. Hace unas pocas semanas nos hubiéramos quedado viendo el campeonato de petanca, que se celebraba junto a la entrada del modular, buscando emociones fuertes. Ahora entramos con más ánimo. ¿Sería la música “flamañenca” de los Poetas D´Calle que actuaron en la previa en directo? De hecho, los números tornaron a un récord de asistencia. El encuentro comenzó con un intercambio de cromos que han mercantilizado hasta el trueque romántico de banderines. Por lo demás, el partido nos dejó un buen sabor de boca, aunque estuviera vacía. Los nuestros supieron ganar a un equipo que se quedó con uno menos. Algo que hasta ahora nos costaba digerir. Un avance. Pero la mano de Marvel parecía la de Hulk en sus cómics y se extendía más allá de su resorte natural. Parece una acción más antideportiva que violenta, que nos hubiera enfadado a los aficionados si castigan con el mismo rigor a uno de los nuestros. Un día te quitan y otro día no te dan. ¿Era algo así?
La victoria fue merecida contra once y justa contra diez, aunque la celebráramos ante nueve. Los dos entrenadores adoptaron en la vestimenta el estilo de capitán de submarino, con un negro muy oscuro. Más tétrico el de Paco López que salió con la mala cara de pilotar un sumergible hundido. Mientras, Rubén se había graduado con tres tocados y tres hundidos en su última travesía. Tan enfadado acabó el míster foráneo que le gastó una jugarreta a nuestro entrenador y le desconectó el micrófono. La tangana final seguía en la rueda de prensa. Menos mal que no se cruzaron de golpe, porque el choque de dos valencianos podía terminar de traca. Sellés se mantiene pétreo en la mirada, aunque se va soltando en los gestos. Descorchó la botella de agua en un gesto de alocada alegría, teniendo en cuenta su impasibilidad. Las cejas y su frente van tan coordinadas como los movimientos de Kodro. La cabeza tiene vida propia y no sabemos si sale de su cuello o desde detrás de la sala, preparando su actuación de teatro negro. Estuvo más afinado con los cambios y sigue la lenta reinserción de Bakis al que mima como si le respondiera con cariño. Puede que le muestre más ternura que los desconvocados Bazdar y Dani, o un Paul que tira a sanselo, como decimos por esta tierra. Parece que se acercan las rebajas de enero.
Mientras preparamos el viaje a Málaga, no estaría de más consolidar la recuperación con una nueva ronda de copa. El ánimo también se entrena. No hay mejor zona de confort que seguir disfrutando de la satisfacción actual. Quizás Rubén pueda doctorarse experimentando nuevas oportunidades de convertir un monstruo en un artista reconocible. Recobrada la vida del cadáver, conviene que vaya pensando la forma de integrarlo a la sociedad de fútbol. Los aficionados estamos cansados de tanta película de terror con pinta de sainete. Entre Frankenstein y Fronkonstin, nos quedamos con el Dr. Sellestein.

