Cualquiera de los dos, Eguaras y Petrovic, podría salir por la puerta de atrás de La Romareda este mes de enero y el equipo no derramaría una sola lágrima. En realidad, si el 80% de plantilla sufriera una remodelación en esta ventana invernal, no habría una sola rasgadura de vestiduras. El Real Zaragoza, gracias a la propiedad, a su director general y a sus empleados intermedios, Miguel Torrecilla y Juan Ignacio Martínez, han configurado un equipo de perfil bajo en personalidad competitiva y cualitativa, descompensado en todas las líneas. La confirmación de la desconfianza que hay en el producto se contempla en un detalle más que significativo: el entrenador no ha repetido una sola alineación y ha cambiado de sopetón al sistema de cinco defensas con nulo éxito cuando va muy en contra de sus principios.
La noticia, adelantada por el Periódio de Aragón, de que el club quiere prescindir de Íñigo Eguaras, un clásico en este Real Zaragoza de cadena perpetua en Segunda, ha resultado sorprendente. No porque el futbolista aporte grandes valores diferenciales en el grupo, sino porque incluso en su actual y mortecino estado de forma, es un futbolista mucho más válido que Petrovic, elegido como faro indiscutible. El serbio presenta un currículum bastante más lustroso, pero hoy por hoy en el campo es una parodia de sí mismo. Su parsimoniosa zancada de otros tiempos y el papel de ancla de seguridad que representaba con cierta solvencia han dejado lugar a un centrocampista vacilante por el tremendo declive de su velocidad para pensar y ejecutar. Cada transición defensiva es un martirio para el pivote, que disimula sus deficiencias con estruendosas faltas que suelen ir acompañadas de sonrojantes tarjetas.
Eguaras tampoco es un galgo. Al contrario. Sin embargo ofrece detalles de cierto relieve a un juego que se desarrolla en la planicie imaginativa. Su cada vez menor relevancia sube enteros en territorio enemigo, donde sus pases adquieren una tonalidad imposible para el resto de sus compañeros. Para un equipo que va a luchar por la salvación, desprenderse del navarro y situar por delante en el once y en las preferencias a Petrovic es una barbaridad que sólo se justifica desde la maniobra económica y que retrata a la perfección cuál es el plan de una dirección deportiva al servicio de otros intereses discordantes a los deportivos: no existe propósito alguno de reforzar la plantilla sino de reducir al máximo los gastos en nóminas.
La insensatez en la toma de decisiones, concentrada en la figura de Torrecilla como eslabón sin apenas capacidad ejecutiva, puede causar un daño irreparable si el Real Zaragoza, como todo indica, está sumergido en deshacerse de futbolistas al precio que sea. Lo hizo con Clemente y le falta un central y ahora le ha comunicado a Eguaras que mejor que se busque otro destino para dejar la medular como un solar (también se dan por hechas las salidas de Igbekeme, Adrián y Ros, con Yanis de elemento decorativo). En otras circunstancias, con la idea de mejorar lo presente, no habría un pero a la operación limpieza. En el actual contexto, desprenderse de Eguaras en su peor versión es poco menos que una señal apocalíptica.
Si algo puede empeorar, seguro que empeora. Pues es lo que está ocurriendo en el Real Zaragoza