El manga-zo de Moyano

Nos cuesta cambiar porque tenemos razón. Insistimos en una idea porque los demás siempre se equivocan. Nuestro mañismo-cabezonismo forma parte de la identidad aragonesa, pero sus genes son universales en la raza humana. Morir con ideas propias es una forma elegante de suicidio, tan absurda e inútil como su resultado. “Retroceder, ni para tomar impulso”, es una frase que se atribuye al ardor revolucionario de Fidel Castro. En realidad, la cita es de Lao-Tsé y tiene el sentido contrario al que utilizamos, con tanto ardor guerrero, para justificar el fracaso de la cerrazón de mollera. El filósofo del taoísmo propugnaba, con esa sentencia, la necesidad de mantener la calma y avanzar con cambios tranquilos, en lugar de dar marcha atrás para insistir en la nostalgia del pasado. Frente al progreso de cambio oriental vemos a menudo, tanto en la vida como en el fútbol, una estrategia de precipitación errática a la que llamamos “pollo descabezado”. La adaptación es el proceso que nos hace avanzar. Al fin y al cabo, la evolución de Darwin no sólo afecta a las especies sino a las cabezas.
Dejar de equivocarse es un proceso que tiene mucho en común con el abandono de conductas perjudiciales. Podemos evitar los errores con la misma estrategia de quien intenta dejar de fumar. Al igual que el humo de los adictos al tabaco afecta a los que ni siquiera sabemos fumar, la insistencia en repetir las malas ideas repercute en quienes las sufrimos, ya sea en un entorno familiar, laboral o como meros espectadores. Asociamos las adicciones al consumo de sustancias que crean dependencia, como las drogas o el alcohol. Pero también nos referimos a conductas como las apuestas (ludopatía), el sexo, las pantallas e incluso el trabajo.
De la adicción a los errores también se sale. En psicología aplicamos el modelo de Prachaska, llamado también Modelo Transteórico del Cambio (para quienes quieran meterse en materia). Se compone de cinco fases: A) la pre-contemplación (la persona no ve necesario el cambio), B) la contemplación (comienza a pensar en ello, hay una cierta intención, pero no hace nada), C) la preparación (realiza consultas y pequeñas acciones dirigidas al cambio), D) la acción (toma medidas para cambiar y trabaja en ello) y E) el mantenimiento (se trabaja para prevenir la recaída, ya que hay un gran riesgo de volver a las andadas). Por eso siempre está presente un sexto paso dirigido a trabajar esa tendencia tan estúpidamente racional que tenemos a tropezar varias veces en la misma piedra. Este modelo circular está funcionando con pacientes en diversas adicciones. Pero hay que reconocer que los entrenadores son una de las especies más difíciles de curar.
La salud es lo primero, pero la vida es más importante. Y Gabi llegó a Mendizorroza con un plan de supervivencia que enterraba su fracasada insistencia. Ante la tesitura de elegir el cambio o su cabeza, prefirió la integridad de su cuello. Quizás por eso aseó su barba, rebajando la frondosidad de su pelaje. Un cambio implica reconocer errores. Pero la culpa es ensañamiento. Y no hay mejor arrepentimiento que afrontar una nueva perspectiva. La Iglesia católica exige pasar por otro tipo de fases: el reconocimiento del error de sus pecados se quedó en la cabeza del entrenador madrileño, el dolor por su estrategia pecaminosa lo ha sufrido como quien lleva con resignación una hemorroide futbolística, el propósito de enmienda lo vimos con el cambio de esquema sobre el terreno, la confesión queda como el secreto de un delincuente que nadie puede revelar sin traicionar el interior de un vestuario y la reparación… la vimos en el marcador de Vitoria. Gabi quería celebrar los Pilares y volcó su objetivo en no convertirse en una ofrenda humana a los dioses deportivos. Hizo cosas incomprensibles, que no le salieron mal, como la titularidad de Andrada. Hay gente que revoluciona toda la decoración de un piso para justificar el cambio de un jarrón. Otras apuestas fueron más arriesgadas y culminaron con éxito, como la salida de Cuenca. Esperemos que ese movimiento acerque a Pinilla al primer equipo. Los cambios más sensatos tuvieron una efectivad lógica, como la centralidad conjunta de Paul y Saidu. O el regreso de un Insua que nunca debió quedarse sin pisar el césped de Ceuta. Una vez consumado el cambio de esquema, ya sólo falta que el entrenador acierte con el pleno de jugadores en su sitio. Es el caso de un Francho que sigue esposado al lateral, dejando que Juan Sebastián se encadene al banquillo. O un Bazdar que no es capaz de disfrutar con la posición a la que le mandan, ni con los minutos que le dan, ni con la emoción que le transmiten desde el banquillo. Su cara es un poema de pan sin sal. Ver a Saidu por delante de Akouokou nos permite respirar atrás y presionar arriba. Sólo esos cambios (lo de sólo es un decir) nos permitieron ver un equipo equilibrado. La velocidad hizo el resto. La base de la intensidad es la aceleración. La clave es sumar la concentración a esa agitación para llenarla de contenido. Pero no pidamos la excelencia cuando todavía estamos asentando la prudencia.
Los jugadores de ambos equipos salieron perfectamente pertrechados con una sudadera morada. Supongo que sería una referencia solidaria a la lucha contra el Alzheimer, ya que es el color que se relaciona en la lucha contra esta terrible enfermedad que destroza personas rompiendo la memoria de sus recuerdos. De nada sirven los detalles si nadie hizo referencia al porqué de esa indumentaria común. Desde luego, el que mejor entendió el mensaje de Gabi fue el utillero de los maños. Se le había cuestionado en el mensaje de personajes que necesitaban aumentar el rendimiento. Y lo hizo con nota. De hecho, buena parte de la victoria se debe a su excelente labor. Vimos las camisetas con pliegues de perfección geométrica que mis ojos nunca verán en un armario que nunca consigo domar. Este hombre goza de una perspectiva que ya quisiera para sí Leonardo da Vinci. Su perfección le consagra como digno sucesor del perfecto mayordomo que interpreta Anthony Hopkins en la película “Lo que queda del día” (1993). Los accesorios particulares de los jugadores nos dicen mucho de su psicología y personalidad. Y el utillero es el sumo pontífice que santifica el misticismo que une las manías propias con el orden del grupo. Las imágenes son delatoras. En un bloque dispuesto con exactitud matemática aparece la ropa de campo. Al lado, en el suelo, las chancletas de ducha, y junto a la vestimenta tenemos las espinilleras personalizadas que constituyen todo un test de personalidad que fusiona la cabeza y las piernas de los futbolistas. Así vemos las diferentes tribus psicológicas que conviven en el vestuario. Tenemos jugadores reservados que prefieren pasar desapercibidos con sus protecciones. Tachi se ciñe a la marca deportiva, Tasende se inclina por el blanco inmaculado e Insua por el negro defensivo. Luego aparece un segundo grupo que se reivindica desde la identidad tradicional y el sabor propio. Vemos a Guti que se reproduce y amplifica, con su propia imagen, acompañando sus extremidades inferiores. Juan Sebastián se encomienda, con otros colegas, en la imprimación junto a la Virgen del Pilar (aunque la patrona no le hizo mucho caso para su titularidad). Adrián se queda en una foto con un llamativo tono morado en su zona superior. Y luego tenemos a los artistas que destacan con un estandarte en sus tobillos que no pasa inadvertidos. Por ejemplo, Keidi Bare expone sus iniciales con una imagen que bien pudiera hacer alusión al pitbull que fue, aunque ahora le veamos más domado. Pau Sans, se saluda con su foto, acompañado de una enigmática tela de araña. No sabemos si buscando, cual Spiderman, escalar las paredes de la alineación o buscando salir del enredo de la suplencia. Toni Moya es un hombre enamorado. Salta a la vista, tan bien acompañado, mezclando amor verdadero y amor patriótico, aunque echamos en falta un poco más de amor propio en el campo. Luego vemos las espinilleras de Dani Gómez que no son dos trozos de plástico endurecido sino puro arte. Un simpático perro amoroso, quizás un “bichón maltés”, le acompaña con un juego de sus iniciales digno del mejor “top manta”. Resalta en grande su D y su G, de su nombre y primer apellido, con el mismo formato y tipo de letra de la marca “Dolce$Gabanna”. Genial. Y finalmente llegamos a otra clave de la victoria que se escondía en las piernas del goleador del encuentro. La espinillera de Sebas Moyano esconde el secreto de un éxito que responde más a su afición por el género “anime” que a su ánimo. Él juega con ventaja de la mano de “Dragon Ball”. En los amuletos que esconden sus medias vemos con toda su fuerza y esplendor a Goiku, que ejerce el poder de Super Saiyan Blue, una vez dominado el “ki” divino del fútbol. Ahí tenemos la explicación de ese derechazo que entra por la escuadra tras el regalo involuntario de un defensa local. Todo un manga-zo. Si a eso sumamos el mensaje que le lanzó Santa Lucía a Gabi, para que mejorara la vista de nuestro entrenador, desde la pantalla del patrocinio que le acompañaba en la entrevista previa del partido, la victoria se veía cerca. Por si acaso, nuestro míster salió con un cuadrado reforzado de protección especial en su jersey, a la altura del corazón, que le garantizaba inmunidad frente a las balas de plata que le amenazaban como hombre lobo del fútbol maño. Él utilizó otro tipo de manga (larga) para revertir la crisis del equipo. Optó por tapar sus brazos en el campo, y su lengua en la rueda de prensa. En su comparecencia tras el partido se le notaba exultante, aunque contenido. Los canes emocionados elevan su cola, Gabi sus cejas.
El próximo domingo, frente al Córdoba, debemos confirmar el cambio frente a la tentación de la recaída. Eso si conseguimos entrar en el estadio modular tras las inundaciones de agua y barro de su entorno. Parece que el presidente Azcón está dispuesto a solucionar el tema tras respaldar en Murcia el trasvase del Ebro a esa Comunidad. En lo futbolístico debemos cuidar lo conseguido, fortalecer lo asentado y crecer en intensidad nutriendo una concentración muy mejorable. La frase prohibida es esa que nunca debemos decir, y que siempre terminamos por pronunciar: “ya te lo dije”. Porque no se trata de tener razón, ni de rectificar, ni de flagelarse para demostrar arrepentimiento. Esto sirve para Gabi, para el utillero y para la afición. Un equipo se forma, crece y se apoya asumiendo, de forma mancomunada, que lo importante es seguir mejorando sin que la nostalgia de las miradas al pasado nos impida construir el futuro. Consejos, críticas, halagos, cambios y, sobre todo, capacidad de adaptación, forman parte de un proceso de construcción de un éxito que llega si se concibe como resumen global de todas esas fases. Que se lo digan a las y los fieles que acompañaron el viaje de lo que parecía un funeral y terminó siendo un feliz alumbramiento.

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