El mejor lateral que ha pasado por Segunda desde el último descenso tradujo en su espectacular rendimiento el excelente trabajo del grupo, que se subió a su tren imparable, muy bien engrasado por otra parte por Juan Ignacio Martínez en la alineación y en la ejecución de sus ideas. Vigaray es una fortaleza que se quiebra en las lesiones, pero en La Rosaleda, lejos ya de la enfermería y de la prudencia que le suele impedir expresarse con toda su gama de recursos, se liberó de cualquier cadena para liderar el segundo triunfo consecutivo, el primero a domicilio para escapar de la zona de máximo riesgo. En su zancada poderosa y en su habilidad para hallar pasillos en conducción, el conjunto aragonés tuvo un tesoro. No es lo normal que un futbolista adquiera esa jerarquía desde esa posición, pero regaló su mejor versión en mucho tiempo para participar en la acción del primer gol de Igbekeme y para marcar el segundo estirándose como un ciprés para peinar el balón lejos del alcance de Soriano.
Aunque lo pareciera por momentos, no solo estuvo él en este triunfo, seguramente el mejor elaborado de la temporada. El entrenador y su forma de plantear el partido tuvieron también una importancia capital. Juan Ignacio Martínez compuso un centro del campo obligado en la misma medida al sacrificio y a la libertad de movimientos, un baile que desorientó por completo al Málaga, incapaz de seguir el paso de jugadores que alternaban posiciones por dentro y por fuera, que se ayudaban en las coberturas y en la posesión. Como un acordeón, Igbekeme, Bermejo y Francho intercambiaban funciones sin abandonar sus roles principales. Fruto de esa agitación, el nigeriano hizo despertar a la segunda línea en la faceta goleadora, un reclamo constante para no centralizar por completo esa faceta en los delanteros. De cabeza y a pase de Narváez, después de una internada de Vigaray. Participación colectiva.
Hubo goles fantasmas en las botas de Narváez y de Alegría, que sufrieron el mal de lo fácil cuando Eguaras y, cómo no, Vigaray les habían habilitado para distanciar al Real Zaragoza en el marcador. El lateral derecho decidió tomar el asunto por su cuenta y en una falta lanzada por Bermejo puso todos sus centímetros al servicio del 0-2 con la primera parte despidiéndose en el reloj. El Málaga, obtuso y sin caminos, se plantó en la continuación para exigir algo a Ratón, quien cuando intervino lo hizo como portero titular, con un par de intenciones mayúsculas, de profesional grande. Pellicer hizo cambios para buscar otro tipo de soluciones, pero cuando te encuentras con dos centrales como Jair y Francés lo mejor que puedes hacer es firmar el armisticio pese a perder la guerra. El recital lisboeta y del canterano fue de una armonía sublime. Un candado de código indescifrable para el enemigo. En esa caja fuerte y de doble blindaje, el Real Zaragoza guardó los tres puntos sin temblarle el pulso ni siquiera con la diana de Luis Muñoz que ponía más emoción que sensación de amenaza a la recta final.
Cae la maldición del visitante, y lo hace en el momento ideal, con el fútbol más serio del curso, arropado por jugadores que han leído la biblia de JIM para sentirse capaces del milagro que se persigue. Queda mucho desierto para la tierra prometida, pero en La Rosaleda se produjo un nuevo brote de esperanza.