El Real Zaragoza tiene la identidad de Sanllehí

Resulta que Raúl Sanllehí no tiene la carrera de arquitecto futbolístico. En este mundo que regala títulos con tanta frivolidad y ligereza (profesor, maestro, doctor, ingeniero…), antes incluso de que el individuo entronizado se haya matriculado, al director general del Real Zaragoza se le elevó a los altares del adjetivo superlativo por su prolífico pasado negociador en el Barça y el Arsenal. Nadie le cuestiona que en esas impresionantes instituciones y su correspondiente fuerza económica para afrontar las operaciones, tuviera un protagonismo esencial. Pero en una plaza mucho más modesta pese a su relevancia histórica, en una posición de poder ejecutivo de la que antes no había gozado, su trabajo está siendo deficiente pese a que lo haya defendido con el palique de un gran seductor de masas. Lo que ha avalado su figura central en Zaragoza ha sido el desembolso de la nueva propiedad, en absoluto unas cualidades indetectables por ahora para construir un equipo que compita dignamente.

Una de sus premisas fue la de que el aterrizaje de la multipropiedad de fuerte tono rojiblanco en el club se hiciera sin demasiado ruido. No quería que el elefante entrara sin picadores en la cacharrería. Hubiese sido un buen punto de partida si a la par hubiera sacado muchos de los cachivaches que sobraban para que el paquidermo no lo pareciera. Por órdenes superiores, se entiende y sabe, y por una más que cuestionable criterio personal, en ese proceso de cambio se ha acompañado de mano de obra barata, Miguel Torrecilla y Juan Carlos Carcedo, y de los peores herencias del pasado, Juan Forcén como impuesto obligatorio de la compraventa y su estrecha vinculación con todos los movimientos inmobiliarios que espera la ciudad y Luis Carlos Cuartero como facilitador de una transición de rancia y hueca información sana.

Los dos primeros fueron renovado y contratado como responsables de dotar al equipo, bajo su mandato y bendición, de un aire rejuvenecedor y fresco con la renovación y mejoría contractual de los canteranos como evidente herramienta política aunque que por su valía y sus méritos se habían ganado ese reconocimiento, como maniobra también para evitar las críticas de la afición y del entorno ante la imposibilidad adquirir jugadores de más tronío ni tan siquiera con cesiones ni con las cacareadas sinergias. El fichaje del entrenador se gestionó por el gran mérito profesional de haber coincidido con él en los gunners. El director deportivo, suficientemente popular por su ineptitud profesional, le ha entregado paja a un técnico con una minúscula experiencia como primer espada, y claro uno ha respondido con fidelidad a su mala fama prolongado el principal problema, la sequía goleadora, y el otro se ha percatado de que no es lo mismo ejercer de subalterno que entrar a matar cada tarde.

Todo regado con el caldo habitual de otros tiempos, unos silencios solo rotos estratégicamente para verter elogios hacia sus apuestas en el apartado técnico y esa incomprensible alianza con Cuartero, presentado como adalid del zaragocismo a un zaragocismo que se sabe al dedillo la inhabilitación del ahora director general emérito, otrora chófer del demencial vehículo gestor de Agapito Iglesias. Al Real Zaragoza se le pide identidad y a Carcedo que ponga dos delanteros y transmita más alegría. El equipo, sin embargo, ya ha adquirido su sello personal, que no es otro que el de Raúl Sanllehí, arquitecto de la demolición por haber entrado en una cacharrería que le viene grande y ha estrechado al mismo tiempo. Aún puede inscribirse en un cursillo acelerado para diplomarse al menos en la toma de decisiones urgentes para que sus superiores no tengan que incluir en el ambicioso proyecto un escenario de descenso.

FOTO: EL PERIÓDICO DE ARAGÓN. JAIME GALINDO

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