Emilio Larraz, E.L., el hombre que susurraba a los jugadores

El déjà vu (ya visto) es un fenómeno psicológico que se caracteriza porque nos hace experimentar una nueva situación como si ya la hubiéramos vivido anteriormente. Entramos a lugares en los que nunca hemos estado y, sin embargo, todo nos suena a conocido. Asistimos a una fiesta con gente desconocida, pero nos asombramos de lo familiar que nos resultan algunas caras que reconocemos. No es una mera excusa para entablar nuevas relaciones. Perjuramos que ya nos habíamos visto, con una seguridad tan irracional como contundente. Los datos nos dicen que es un fenómeno que ha sentido en alguna ocasión un 60% de la población. Suele iniciarse a partir de los 10 años y surge con más facilidad en situaciones de estrés y ansiedad. La experiencia es tan llamativa e impactante que ha llegado a explicarse como un fenómeno paranormal y espiritista que demuestra la existencia de la precognición adivinatoria. Por desgracia para la fantasía, hay una explicación carente de magia para este milagro. Por fortuna para la ciencia, el método científico es aburrido pero certero. La información que llega a nuestro cerebro, a través de los sentidos, es muy amplia y variada. Para poder procesar tantos estímulos, y atender lo que nos interesa, usamos un filtro que analiza sólo una parte de la información, fijándola en la memoria, para consolidar los recuerdos. Pero ese filtro no impide que estímulos que no atendemos lleguen directamente a nuestra memoria, sin procesar, y se depositen sin prestarles atención. De esta forma, cuando atendemos a otra percepción para analizarla y llevarla a la memoria, nos sorprendemos al darnos cuenta de que ya quedó registrada, sin habernos dado cuenta, por lo que nos resulta conocida. Es un tema complejo en el que la neuropsicología se ha dado la mano con las teorías del procesamiento de la información para explicar el funcionamiento del cerebro.

En el Real Zaragoza tenemos nuestro propio déjà vu. Aquí ya lo hemos visto todo, aunque sea nuevo. Hemos soñado con un ascenso a Primera, que recordamos los mayores, y hemos previsto un descenso al fútbol no profesional que ya nos resulta familiar. El cerebro tiene la habilidad de dificultar el acceso a los malos recuerdos. Pero en la afición zaragocista lo tenemos difícil, dada la capacidad de repetir pesadillas que siempre creemos superadas al inicio de cada temporada. Otra opción sería adoptar la solución que nos relata la película “¡Olvídate de mí!” (2004) en la que el borrado de memoria permite a una pareja conocerse de nuevo, como si nada, tras una separación. A pesar de los avances que prometen algunas sustancias como la hidrocortisona, si se toman de forma inmediata tras una mala experiencia que queremos borrar, todavía nos movemos más en la ficción que en la realidad. Además, la cantidad que necesitaríamos los socios del club de león agotaría semana tras semana las existencias de este medicamento. Mientras la botica no avance, borramos el pasado a base de nuevos futuros que no nos dejan pensar en lo ocurrido. No buscamos ilusión, sólo evitar que la desesperanza se apropie de la razón. Los deseos nos mantienen en pie porque se construyen con sueños. El problema es que llevamos trece años sin poder dormir. Si vamos al estadio, una y otra vez, a echar la primitiva del fútbol, lo lógico es que el resultado sea más propio de neandertales.

El equipo de Gabi será puesto como ejemplo en facultades de medicina y psicología como un caso de libro del fenómeno que llamamos “lucidez terminal”. Les ocurre a personas en situación crítica con su vida y que, poco antes de morir, manifiestan síntomas de una breve lucidez a pesar del severo deterioro cognitivo que atesoran. Tenemos la duda de si los coletazos de vida que manifestaron los avispas del sábado se parecen más a los estertores de un final que al renacimiento de un principio. Los nuestros le hicieron el paseíllo a los blanquirrojos, un par de veces, para que los locales hicieran su entrega de flores balompédicas en la portería de Andrada. Es lo que tiene la confusión de tu identidad con los colores de tu dueño. En todo caso, el paciente emitió señales de rebeldía contra sí mismo. Los jugadores veían a su entrenador flotando sobre sus cabezas en lo más alto del estadio. Y su primo, por mucho que adoptara un atuendo similar, no daba el pego. El entrenador madrileño se dispuso a ver el partido como quien va a pedir su último cubata en una fiesta que no cuenta con él. De pie, con la mano sobre la barra que le servía de apoyo, alguien gritó “marchando” y todo el mundo sabía que la orden no era para la comanda sino para el comandante. En la rueda de prensa ya sabía que estaba fuera del club. La silla blanca sobre la que compareció se movía como si tuviera vida propia más. La publicidad tras su pescuezo le recordaba que tenía la guillotina tan cerca como el presidente de Francia. Escucharle hablar de salvar el culo nos hizo saber que el suyo ya no se sentaría en el estadio modular. Lo demostró con su ataque asesino contra su ojo derecho y el repaso pausado de su mano, a cámara lenta, que recorre su cara, su mentón y su cuello que, por primera vez, baja más allá de una nuez que siente quebrada. Su salida por la puerta de la ciudad deportiva estuvo escogida al detalle. Entrenó de negro pero se fue de blanco, aunque también en blanco. La inocencia de Gabi frente a la culpabilidad de MAR. Esa disculpa no sabemos si nos deja más preocupados que animados. Los jugadores tendrán que hablar el sábado en otro nuevo inicio sin final.

Hay partidos que son sobrepasados por los antecedentes y las consecuencias. Nos sentamos ante la televisión con la seguridad de saber que Gabi tenía el mismo futuro como entrenador que quienes en la industria audiovisual doblan al castellano los anuncios de perfumes franceses. El encuentro de Almería entra en esas lagunas espacio temporales que nadie tiene ganas de analizar porque todo era previsible. Demasiadas ausencias, demasiada tristeza para ver un partido en el que ya se sabía el final. A juego con unas fiestas del Pilar en las que se echa en falta más alegría de calle mientras sobra caspa institucional. Vimos a Cordero en el palco ¿qué podía salir mal? Algunos jugadores locales emitieron señales de debilidad. Baptistao salió con una camiseta de derribo en la que se le desprendía la “l” con la misma tristeza que al Zaragoza el balón. Rubí, el míster local, salió al campo como quien vuelve del botellón de Valdespartera con una resaca tras una despedida de soltero. La atención del equipo andaluz quedó fijada en su delegado de campo. Yo veía a nuestro querido Belsué, con pinta de haberse acicalado para la misa dominical de infantes con su chaqueta de punto marrón y no había color. En cambio, Jorge Díaz lucía una pelambrera de otro tiempo. Frente a tanto decapado mohicano de actualidad, la reivindicación de una melena desmelenada al viento era pura rebeldía. En unos planos parecía que iba a firmar la declaración de independencia de los Estados Unidos y en otros recordaba que en su juventud tuvo mucho en común con Alexander Skarsgard, el actor sueco que en sus mejores tiempos musculares interpretó a Tarzán.

En el Real Zaragoza todo es pasado. Lo ocurrido, lo que tenemos y lo que se avecina. Aunque la paradoja puede ser que una experiencia reciclada como la de Emilio Larraz tenga más futuro que el porvenir. Un entrenador con apellido de reputada mercería zaragozana puede ser el mejor remiendo para tanta prenda deshilachada. Es un hombre que nació con las gestas del deporte, por lo que puede estar llamado a romper todos los records para superar la escasa longitud del equipo maño. Emilio vino al mundo no sólo en un año de rebeldía, sino que llegó el 18 de febrero de 1968. Ese día, Bob Beamon voló en los juegos olímpicos de México, estableciendo una nueva marca mundial de salto sobre la arena. Fueron 8,90 metros que perduraron 23 años en los anales del atletismo. Emilio es un hombre tranquilo que va a trabajar en una zona sísmica que tiene más grietas que dueños. Quizás ante tanto estruendo de silencio desmotivador, venga bien un poco de ruidosa sensatez. Tienen más futuro las personas que ya llevan labrado el suyo, que quienes se lo tienen que ganar a golpe de arado errático. El acceso a un empleo de personas que ya han superado el medio siglo de edad no es fácil, en particular para las mujeres. Las y los jóvenes carecen de experiencia y a otros nos sobran años. La subida del salario mínimo ha sido decisiva para mejorar el empleo, aunque queda pendiente rebajar la jornada laboral para disfrutar también de la vida. El futuro pasa por un relevo compaginado con las nuevas generaciones, una mejora de las pensiones y, al mismo tiempo, una formación mutua entre las generaciones que van dejando y se van incorporando al mundo del trabajo.

En el fútbol se ha especulado con la figura del entrenador ideal. Un compañero, un confidente, un amigo, un padre, un motivador, un psicólogo…. Hay tantas funciones como personas. La única ley que se cumple en los banquillos es la misma que rige de forma inexorable en el mundo del trabajo y las organizaciones. Me refiero al denominado “Principio de Peter”. Una norma de toda estructura jerárquica que hace que a las personas que hacen bien su tarea se les asciende para que ejecuten responsabilidades más importantes, hasta que alcanzan su nivel de incompetencia y fracasan. Vamos, que si hacemos bien algo, en un momento determinado, no quiere decir que hagamos todo bien y en diferentes situaciones. Gabi ha sido víctima de ese principio inexorable. Pudo salvar al equipo, con la ayuda eficaz de los rivales, pero eso no quería decir que estuviera capacitado para encabezar un nuevo proyecto.

Larraz es más Emilio que otra cosa. Esa cercanía es necesaria. Tanto como su silenciosa autoridad que le da su experiencia y su barba de viejo pescador de futbolistas. A la afición nos ha mosqueado el recibimiento que le han dado los dirigentes del club. Si alguien te invita a su casa, preguntándote cuánto te vas a quedar, el recibimiento no da confianza. Sobre todo, porque en este caso el inquilino es más dueño del hogar que quien gestiona el fondo buitre del fútbol que ha okupado la vivienda zaragocista. Emilio Larraz, E.L. es nuestro E.T. (entrenador de la Tierra). Es uno de los nuestros dispuesto a poner el bien común por encima de una carrera que no aspira a condecoraciones de vitrina personal. Basta con que haga lo natural para que las cosas salgan bien. Sin aditivos ni colorantes. Ni rojiblancos ni cubanos. Sólo blanquiazules. Su labor es la de tratar el trauma de un equipo para que se dedique a jugar el fútbol que tiene, no el que se le quiere imponer. Su dificultad, que le dejen. Su reto, que triunfe a pesar de unos dueños que no cuentan con él. Un papel similar ya lo desarrolló en el cine el recientemente desaparecido Robert Redford, para hablar con dulzura a los caballos y revivir a su maltratada protagonista. Ahora se trata de que nuestro entrenador sea, sencillamente, Emilio Larraz, E.L. hombre que susurraba a los jugadores.

One comment on “Emilio Larraz, E.L., el hombre que susurraba a los jugadores

  • Nostradamus , Direct link to comment

    Gracias por escribir cosas tan interesantes, aunque como trasfondo se vislumbre el fin del R.Z. actual, que no el que ya desapareció hace tiempo, cuando los políticos metieron sus garras en el club. El señor Emilio Larraz, a mí me recuerda bastante a Gary Cooper en «Sólo ante el peligro», aunque no creo que salga vivo de ésta refriega. Saludos

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