Lo peor no es que el Real Zaragoza haya perdido en estas once temporadas contacto alguno con la gloria de su torneo predilecto, sino la sarta de tópicos y memeces con las que se intenta justificar su actual presencia en el torneo
Cada vez que llega la Copa para el Real Zaragoza, resulta inevitable añorar con la menor nostalgia posible para no aumentar la depresión, que este club es uno de los grandes señores de esta competición de la que disputó once finales y ganó seis. Que su presente esté enmarcado en otra realidad no implica que duela o moleste sufrir el papel de comparsa que representa hoy en día, pero lo que más hiere de esa pérdida de contacto con la gloria o la posibilidad de poder alcanzarla son la sarta de tópicos y memeces con los que se intenta justificar su actual presencia en el torneo. Los entrenadores que han desfilado durante el eclipse deportivo y económico que produjo el último descenso, aún conscientes de la imposibilidad de llegar a rondas de relumbrón y anteponiendo los objetivos en el campeonato doméstico, aplacan la incomodidad de estos compromisos con una sarta de tópicos y memeces que resultan imposibles de digerir para la inteligencia.
En esta ocasión, el gran premio de apear al Atzeneta UE, de Tercera Federación, será el reencuentro con la victoria que el Real Zaragoza ha perdido de vista en la Liga. La inyección de moral, la posibilidad de que jugadores no habituales se reivindiquen, el orgullo de representar a un campeón… No hay ningún beneficio por mucho que se perfore en ese pozo de miserias. Porque ganar es una obligación y porque para los futbolistas elegidos, esta misión suele ser una deferencia envenenada que en mínimas ocasiones lleva consigo una recompensa. Lo del respeto al escudo y a la historia sobra comentarlo, primero porque viene implícito y después porque resulta un compromiso de difícil comprensión para los cientos de profesionales que han tenido una estancia demasiado pasajera como para expresar un orgullo sincero por el zaragocismo.
La derrota ni se menciona aunque esté ahí, agazapada, improbable, humillante. Hace un año, el Diocesano recibió a Fran Escribá en su debut en el banquillo con un sonoro sopapo, con un soberano ridículo reconocido, cómo no, por el propio técnico en su primer día en la oficina y que se ha quedado anclado en su memoria. La Copa, también para él, es una inoportuna visita en la cerrada noche de los resultados que están lastrando su credibilidad. Si ocurriese un accidente en la hierba artificial de Onteniente donde la pelota bota mal o distinto por igual para los dos equipos, su tiempo a los mandos del Real Zaragoza se reduciría o se prolongaría en función de lo que ocurra el próximo lunes en La Romareda contra el Real Oviedo. Confiando en lo mejor, nada bueno asoma tras esta eliminatoria, salvo el brillo de la corona de un rey prisionero de la melancolía y de carceleros de medio pelo.
Bueno, está bien jugarla. Hay jugadores que estan participando poco y necesitan competir. Tambien para tener a alguno en el escaparate de cara al mercado de invierno. Llegar a la final es una quimera.
Un trámite incómodo sea cual sea el resultado. Irrelevante si se gana y escandaloso si se pierde. De nuevo en este último caso, noticia relevante en la prensa deportiva en sus terceras páginas o más alla.
Todos en el fondo estamos pensando en el partido contra el Oviedo y el temor de un nuevo fracaso que empiece por alejarnos de una forma más clara del quimerico ascenso.