Una carrera de obstáculos que parece no tener fin

Mi primer partido de Copa del Rey como profesional fue el que disputó el Real Zaragoza contra el Gimnástico de Tarragona en noviembre de 1976. Acudí solamente a tomar notas en una noche fría, además de las típicas entrevistas post partido, y donde los problemas se encontraban en la Liga al no entenderse Arrúa y Jordao. Había sido traspasado por sesenta millones de pesetas Lobo Diarte al Valencia en una polémica operación y Lucien Müller, el entrenador, fue solamente una sombra en el vestuario. Aun así se llegó a cuartos de final de esta competición siendo apeados por la extinta UD Salamanca. Un año antes recuerdo que lloré de rabia y arrojé al suelo el magnetofón de cassette donde estaba practicando una retransmisión frente al televisor de mi casa tras la derrota por 1-0 en el Santiago Bernabéu ante el Atlético de Madrid. Odié a Gárate por marcar de cabeza el tanto del triunfo rojiblanco y mucho más a Segrelles del Pilar por el arbitraje realizado. Fue la postrera Copa del «Generalísimo» y la primera entregada por Juan Carlos de Borbón una vez fallecido Francisco Franco. Lamentablemente no he podido estar presente en ninguna entrega con Felipe VI como anfitrión ya que la última final disputada por el Real Zaragoza fue, también en el Bernabéu, con el RCD Español de ingrato recuerdo.

Esta noche no acudiré a Onteniente a presenciar el partido y lo veré tranquilamente en casa. No subiré la crónica a YouTube ni tampoco me reuniré con mis amigos, compañeros y seguidores de Minuto 32 porque es jueves. Intentaré no aburrirme y que el Real Zaragoza gane la eliminatoria para evitar la tensión, los nervios y la posible explosión de un sector del zaragocismo, que pueda desembocar en un ambiente crispado el lunes en la Romareda. Desconozco los planes de Sanllehí tras las conversaciones mantenidas con Juan Carlos Cordero y las órdenes que le lleguen desde la propiedad pero prefiero, sinceramente, que se pase esta ronda de Copa y se vuelva a ganar después otra vez en la Romareda. Con la victoria sujeta en la mano el ritmo cardiaco es el apropiado para seguir esta carrera de obstáculos que parece no tener fin.

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