Una vez que el director deportivo ha realizado un trabajo impoluto con la plantilla, aparece en escena un técnico que lleva seis años sin completar una temporada y que tendrá que forjar un equipo ganador
Da la impresión de que Fran Escribá ha estado en un segundo plano en la configuración del nuevo proyecto. No es así, ya que Juan Carlos Cordero y el técnico han mantenido una comunicación abierta y directa de todos los movimientos. El padre de la criatura, el que ha conseguido que vengan las primeras o segundas opciones y ha cerrado la operación limpieza del vestuario en un tiempo récord, es sin embargo el ejecutivo, que se ha ganado la admiración del aficionado, incluso muy por encima de los jugadores que ha fichado. Con su trabajo ha conseguido que el Real Zaragoza abandone su lánguido y pálido perfil de condenado a la permanencia para ganarse, como mínimo, la condición de aspirante a finalizar la liga regular entre los seis primeros. Y lo ha hecho a la antigua usanza, sin ruido, con meticulosa discreción, humildad y dulce puño de hierro para concretar las negociaciones. También utilizando la empatía con el Atlético para elegir a los cedidos que más le seducían.
Cordero ha completado en línea recta la ruta que se había marcado y Escribá ha sido satisfecho con este mercado relámpago que baja el telón dentro de una semana. Porque, en realidad, ambos tienen muchas cosas en común, entre ellas la certeza de que el conjunto aragonés necesitaba experiencia de la buena, de calidad, con futbolistas que garanticen un alto rendimiento con regularidad y jóvenes que se comporten como veteranos sin bajar el pistón un segundo. Todos agrupados para defender sin dejar de dominar ni atacar. Con la retaguardia clásica y el valioso retoque de Mouriño, un centro del campo modernizado y un ataque con cuatro delanteros capacitados para la titularidad, esa personalidad competitiva ya se ha manifestado en las dos primeras jornadas con un pleno de victorias, el liderato, tres goles a favor y, como el dios de los favoritos ordena y manda, la portería propia a cero. El entrenador ha resuelto este par de compromisos en La Romareda con el rombo y con el 1-4-4-2, su modelo predilecto, con muchos de esos refuerzos todavía en fase de acoplamiento a la nave nodriza.
Ahora le llegan a Escribá los benditos problemas, en el primer desplazamiento del curso y nada menos que frente al Tenerife, colíder con los aragoneses. No es sólo el partido del Heliodoro Rodríguez lo atractivo de este estupendo despegue, sino descubrir la labor futura de un entrenador que la temporada anterior rescató al Real Zaragoza de otro de sus alarmantes desmayos evitando por encima de todo la derrota, tan sólo siete. Con 13 empates, 8 triunfos y diez ocasiones sin recibir un tanto en contra, mantuvo el tipo con pulso sereno, sin estridencias, apelando a la normalidad y a sus hombres de confianza. Cordero le ha puesto en un dichoso aprieto: ya no basta con salir del paso con esta plantilla cualificada para empresas importantes y una afición inflamada por la pasión que sólo mira a lo más alto de la clasificación.
Escribá entra en un vestuario que le ofrece variantes para casi todos los gustos y que deberá moldear con un estilo concreto, sin duda con espíritu ganador. El rico fondo de armario marca la diferencia en este proyecto, pero también lo será la manera de administrarlo con el equipo en todo su esplendor o en periodos de crisis. El valenciano, en su segunda experiencia en Segunda tras su debut en el arrollador Elche de 2012-2013–fue líder de principio a fin del torneo–, presenta un caché de Primera. No obstante, su carrera, con el punto álgido de un Villarreal que clasificó para la Europa League, ha seguido un cauce guadianesco, entre la figura del rescatador de clubs en apuros como Celta y Elche y despidos rápidos de los mismos equipos a los que había auxiliado poco antes. Pocos dudan de que sea competente para esta misión después de seis años sin completar una temporada entera en los banquillos, pero sí se le va a demandar que traduzca en ambición y resultados el testigo que le he pasado Cordero.