Esto no es ni medio normal

El Mirandés y el Alcorcón, dos equipos que venían en el coche escoba de la clasificación por exceso de juventud o excedente de veteranía, se han llevado los seis puntos de La Romareda, uno de los grandes santuarios del fútbol español por capacidad y la fidelidad de sus feligreses. Lo que debía ser refugio inexpugnable para el Real Zaragoza ha sido ultrajado por la insuficiencia de un equipo para resolver las fórmulas defensivas de un par de rivales detrás de un escudo humano. A su impericia ofensiva para hallar soluciones en ataque ha sumado goles en contra que descubren un conflicto interior mayor. El autogol de Jair puede clasificarse como un accidente, pero los errores de Poussin, Grau y Aguado quedan fuera del marco del infortunio o la casualidad. En ambos tantos hubo un componente de perturbación colectiva.

El Real Zaragoza no sabe a lo que juega y todos sus futbolistas, salvo los lesionados Cristian, Nieto y Francho, además de Jair , están ofrecido una versión muy por debajo de su nivel habitual. Algunos partidos los ha ganado o no perdido bajo el mismo paraguas, pero los puntos acumulados y su relación con el liderato y las alturas corrían un tupido velo sobre la realidad, argumentos utilizados para justificar o solapar que el equipo ha estado en la mayoría de los encuentros a merced de sus adversarios. Por calidad y por estrategia. Por la reincidencia de un entrenador y su cuerpo técnico en proyectar sus ideas a piñón fijo sobre una plantilla construida para competir contra cualquiera y que ahora se ve superada por cualquiera.

No es un conjunto para la exquisitez, eso está claro y se manifiesta en que la mayoría de los jugadores carecen de la gracia de la genialidad. Se impone el martillo pilón frente al bordado. Pero no es ni medio normal que Bakis no haya hecho una sola diana, Aguado haya perdido su brújula infalible, Azón sea destinatario de infames y primitivos pelotazos, Moya deambule víctima de un papel de protagonismo absoluto, Manu Vallejo persiga su sombra indetectable para sus compañeros… con Valera como único y cada vez más fácil de desactivar elemento diferenciador. Si se desprende una teja, el problema está en el tejado. Si el edificio entero sufre de aluminosis, es inevitable que la mirada se dirigía al arquitecto, a Fran Escriba y su grupo de trabajo.

El descenso a la quinta plaza, una posición por la que otros clubes venderían su alma al diablo, y la aglomeración de aspirantes muy cualificados en la cima o la falda de la montaña del ascenso, no invita al alarmismo, aunque debería hacerlo. Porque el Real Zaragoza, con sus limitaciones que no son pocas, se está desenganchado de la cordada buena por desidia y sobre todo incredulidad hacia un método de constantes y no siempre razonables cambios que le conducen a la inestabilidad y, poco poco, al pánico como sucedió ante el Alcorcón. Si el equipo ha perdido un norte que nunca ha tenido claro en su ambiciosa brújula, Escribá ha desoído esas claras señales de auxilio que emite el equipo.

El técnico está al límite de perder su liderazgo si persiste en anteponer sus preferencias a las necesidades concretas de este Real Zaragoza que solicita más valentía con sentido común. Un arrojo indispensable, con inteligencia y con movimientos congruentes en las alineaciones. Seguramente sin mucho fútbol, pero con la confianza en uno mismo de que ese fútbol es el camino y no el tren de la bruja en el que viaja y se sobresalta al menor escobazo.

 

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