La superioridad es enemiga de la confianza. Quizás esta premisa de la psicología es la que dio pie a Helenio Herrera a decir que con diez se jugaba mejor que con once. En realidad, el entrenador argentino nunca dijo esa frase con tal rotundidad. En aquel momento, El Mago entrenaba al Atlético de Madrid y, tras enfrentarse a un Real Madrid que se había quedado con un jugador menos por lesión y sin posibilidad de hacer más cambios, se llevó la victoria frente al conjunto del Bernabéu. La ingeniosa frase revalorizaba su triunfo al intentar convertir la debilidad numérica de su rival en una dificultad añadida para su equipo. Todo un genio H.H.
La paradoja hace que estar en superioridad produzca un complejo de inferioridad. No es un fenómeno general, sino que afecta en mayor medida a quienes, desde la debilidad, tienen que demostrar una confianza que no poseen. Esa obligación de salirse con la suya, de quienes se ven con mayoría, produce un miedo irracional que impide aprovechar las oportunidades. En cambio, quienes están en minoría se impulsan con la motivación para equilibrar o superar la cantidad que les supera, a base de emoción cualitativa. Esa percepción del miedo a fracasar, cuando todo indica que el camino del éxito se ha labrado, forma un bucle terrorífico que agarrota las piernas y los cerebros. Los miedos individuales multiplican los del grupo de pertenencia y la inseguridad colectiva afecta a la confianza personal. En este sentido los jugadores del Real Zaragoza muestran lo que llamamos en psicología, pistantrofobia. No es que tengan problemas urinarios por el canguelo ante la situación deportiva e institucional. Este nombre tan extraño hace referencia al miedo que tienen algunas personas a confiar en los demás. Viene del griego “pístis” que significa confianza y “phobos” que significa miedo. Una de las características fundamentales de este síndrome es lo que llamamos “pesimismo defensivo”. Esto les lleva a pensar que todo, en especial lo referido al rendimiento, tendrá un resultado negativo o por debajo de las expectativas.
Hablar desde la psicología, de lo que le ocurrió al Real Zaragoza en Gijón tiene mucho que ver con esta falta de confianza. Explicaría la bajada de rendimiento del equipo en la segunda parte del encuentro, con respecto a los primeros cuarenta y cinco minutos. Pero analizar un partido sin comentar la situación del club, de su dirección deportiva, de su propiedad y de las fraternales relaciones de los dueños con los máximos mandatarios políticos en el gobierno de Aragón y en el ayuntamiento de Zaragoza, no tendría sentido. Podemos seguir analizando partido a partido hasta que no tengamos nada que examinar porque todo estará partido y perdido. Es cierto que, al inicio del encuentro frente al Sporting, dejamos de ver jugadores de futbolín para saber que esos seres tenían cierta movilidad, más propia de una videoconsola de primera generación. Puede que el domingo todavía estuviéramos en los albores tridimensionales del equipo, pero por momentos parecía que las figuras tenían pulso deportivo. El problema es que su contrincante vestía de rojo y blanco. Y este equipo tiene una propiedad fantasma que lleva su sábana de Halloween con unos colores que están destiñendo el blanquiazul a pasos agigantados.
El nuevo entrenador decidió estrenarse pasando la navaja por su pescuezo. Sería para aclimatarse. Se rebajó su barba de fenicio a niveles ficticios, tanto en cantidad como en calidad. Este es un tema que da para una tesis. Todos los entrenadores del Real Zaragoza de este año han venido con barba. El primero, Miguel Ángel Ramírez, se fue además sin dignidad. Por cierto, le ocurrió frente al Granada lo mismo que vimos este fin de semana. Junto a La Alhambra se logró un empate frente a un equipo en inferioridad. Ahora, aquella miseria nos parecería un menú de estrella Michelín. ¡Qué tiempos! Gabi y Emilio Larraz siguieron la moda. Aunque sólo el aragonés es digno de una barba que está a su altura. Rubén llegó vestido de negro a su primera comparecencia pública. Sería por dar algo de continuidad a Gabi. Apareció con su perfil griego dispuesto a dar la batalla de las Termópilas. El tono de luto predominaba en la rueda de prensa de presentación que sólo rompía su oscuridad con las canas de Indias. El director deportivo, con chaqueta oscura y el director general, Fernando López, con traje de representante de funeraria deportiva. Un dato significativo, los dos dirigentes llevan su reloj en el brazo derecho. El míster no. Buena señal.
Para el partido, en cambio, Rubén prefirió la ropa deportiva para dar sus indicaciones. Aunque no se atrevió a un cambio de armario profundo que aprovechara el cambio de tiempo que acompañaba el absurdo volteo horario. Se le vieron más ganas de cambio que decisiones de giro. O sabe lo que tiene o teme lo que se le viene encima. No estamos para muchos rodeos para debatir sobre el nuevo rumbo de este buque tan pesado, sino para soltar lastre y tomar las curvas de los encuentros derrapando sin derramar un solo punto. Hizo lo sencillo pero se resiste a lo complejo. Cambiar la portería que nunca debió abandonar Adrián era lógico, tanto como rescatar a Francho de su condena lateral. La mezcla de un Guti, al que le están sobrando letras de su camiseta en relación con su rendimiento, con el capitán del equipo no parece maridar. Aunque el problema gordo sigue en la zona de creación y el nudo gordiano está en la definición. No se atrevió a juntar una delantera bosnia ni cuando los remates eran la única oportunidad de hacer gol. Es cierto que en cada alineación siempre parece que se han quedado sin jugar los perfiles idóneos. Pero las bandas son claves para llegar con ventaja cuando juegas con uno más. Hacerlo sin que nadie muerda el área rival es condenarse al fracaso. Crear y marcar, esas son las cuestiones, como diría Hamlet. Casi nada. Unas carencias que destacaron más en la segunda parte, con superioridad, con tantos y tan penosos saques de esquina que sólo provocaron la risa de la defensa y el jolgorio de Yáñez. Ni las lesiones de los mejores jugadores locales, ni el control de un balón que quemaba en los pies, alumbraban la esperanza de que, por muy largo que se hiciera el partido, habría posibilidad de ir a recoger un balón del fondo de las mallas. Mientras, veíamos a Txema revolotear por el túnel de vestuarios, quizás para seguir en la zona oscura del equipo. En esa zona de tensión, fuera del campo, había más electricidad que en todo el rectángulo de juego. No se había marcado con precisión el paralelo que separaba la zona desmilitarizada de los banquillos. En el banquillo asturiano, Borja Jiménez mostró sus intenciones con el uniforme norcoreano con el que salió al campo. La tensión venía de abajo hacia arriba. No sólo por la diferencia de altura de los técnicos, y de la clasificación de sus respectivos equipos, sino porque se fue incrementando conforme el encuentro llegaba a término. Las faltas y las pérdidas de tiempo señalaban el desesperado camino que buscaban los del Principado para llegar victoriosos al final de los tiempos.
La rueda de prensa tras el partido nos mostró a un protagonista que no es fácil ver en el fútbol profesional. Porque la característica más personal de Rubén Sellés está en su gestualidad. Es un entrenador que no pestañea. No he visto a ningún técnico con una ralentización tan pausada de sus párpados. Porque Rubén responde con las cejas sin pestañear. Puede cambiar el ángulo de visión, o la profundidad de foco, sin que la humedad de sus ojos se resienta. Les sugiero que revisen a cámara lenta sus comparecencias porque a este hombre no es fácil resistirle la mirada. Lo logra manteniendo su cuerpo tan inmóvil como sus globos oculares. Las manos cerradas abajo, no sabemos si entrelazadas entre sí o protegiendo sus zonas íntimas. Pero hay momentos en los que este hombre nos hace dudar de si es una auténtica estatua del Partenón a la que una mudanza, o los británicos, la han dejado sin brazos. Puede ser una buena señal. Los estudios sobre la mirada, aunque carezcan de garantías suficientes, nos dicen que las personas mentirosas incrementan su tasa de parpadeo nada más terminar de manifestar su mentira. Es un test que no pasaría ningún miembro de una propiedad, más pendiente de guiñarse los ojos con Mariano Aguilar, de éste con los cubanos y de Juan Forcén con Azcón, a ritmo de baile caribeño. Ellos se guiñan y los socios nos jiñamos de sus guiños.
Veremos si los fieles aficionados somos capaces de impulsar algo de fútbol y salir de este susto o muerte al que nos tiene acostumbrado el club. El próximo partido frente al Depor es el domingo día dos de noviembre. Tenemos dos opciones, una movilización de sentimientos a favor de nuestro Real Zaragoza, y contra la especulación de sus dueños, o ir en procesión con los gallegos en Santa Compaña como fieles difuntos.

