JIM bajo el arcoíris imposible

Hasta los santos y sus milagros son cuestionados cuando las sequías traen la hambruna, la desesperación, la erosión de aquella fe de hierro en tiempos de magníficas cosechas. Sobre Juan Ignacio Martínez no hay debate ni lo habrá en un tiempo –todo tiene su caducidad y mucho más rápida en el fútbol–, pero es cierto que va consumiendo los bonus que se ganó la temporada pasada con su magnífico trabajo deportivo y de psicología básica. El principal error del entrenador, tan racional como efusivo, fue, abandonado por la propiedad y en defensa a ultranza de su amistad con Torrecilla, mostrar un convencimiento tan sincero como excesivo de que el Real Zaragoza puede aspirar a lo máximo. Seguro que aún lo cree y lo defiende, pero el rendimiento de la plantilla le dice lo contrario, por lo que debería replantearse casi todo. No será sencillo aunque inevitable si quiere conservar intacta su credibilidad frente a unos resultados de destitución si el objetivo real es volver a Primera. No es del gusto de nadie admitir que, por segundo temporada consecutiva hay que enfocar la permanencia como meta prioritaria. Aun así y sin necesidad de hacerse público aunque anulando los discursos de altivez clasificatoria, supondría rebajar la presión sobre un grupo de nuevo debilitado en ataque, muy mal construido por un director deportivo forzado por la ineptitud de la directiva y por la estrechez de su agenda.

El técnico, al contrario que el curso anterior, donde estableció una hoja de ruta firme y recta en función de un convencimiento colectivo para superar la pobreza ofensiva con un plan defensivo muy efectivo, ya lleva algunos encuentros haciendo extrañas pruebas, experimentos forzados por problemas físicos de algún jugador o simplemente por decisión personal. Ese traslado de Francés al lateral derecho para alinear a un Lluís López inseguro y pasmado en el marcaje individual ha chirriado hasta provocar dentera. La justa desaparición de Bermejo del once para probar por Borja Sainz, mejor futbolista que su guadianesco compañero, y la vuelta a la casilla de Bermejo cundo el vizcaíno comenzaba a sentirse importante tampoco es sencillo de digerir. El cambio aún sin explicar de Azón al acabar la primera parte en Lugo cuando estaba siendo el más destacado golpeó en seco a la lógica. El viaje turístico de un Chavarría tocado al Anxo Carro para alinear a Nieto y después a Gámez de lateral izquierdo fue un despropósito. Dejar fuera a Francho ante el Oviedo en beneficio de Eguaras y Zapater cuando, cómo se certificó en la segunda parte, el chico es imprescindible por condición física en la medular… No está JIM fino, no, porque quizás se haya enrocado en unos sueños de grandeza en nada coincidentes con la realidad.

Se está dejando seducir por el deseo de intentar algo distinto después de llevar la soga al cuello el curso pasado, ansiedad y desgaste que administró con sabiduría, normalidad y motivación. Y qué mejor que lanzarse de palabra y obra hacia arriba, volar alto, convencerse e intentar ganar aliados para tratar el ascenso como algo más que posible. Le han seguido no pocos devotos, pero tiene que regresar a sus principios, a un centrarse en un equipo que no dista mucho en los defectos del que ayudó a no descender. Que la botella parezca medio llena no quiere decir que lo esté. El Real Zaragoza necesita cuanto antes a ese JIM equilibrado que burló el infierno sin aspavientos y que ahora mismo está sentando bajo un arcoíris alucinógeno por donde la muchachada es incapaz de meter un balón aunque medien santos y milagros.

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