No hay regalo que pueda hacerle el fútbol en general en sus cumpleaños que compense lo que entregó a este deporte. Hoy, Juan Señor volverá a apagar las velas de su tarta mientras en la memoria sigue encendida la antorcha incombustible de su recuerdo conjugado en todos los tiempos. Pasado por lo que fue; presente por lo es y futuro por el legado del mejor jugador de la historia del club aragonés según recogen la mayoría de los historiadores, arqueólogos, científicos, astrónomos y poetas que han dedicado su vida al Real Zaragoza. No hay encuesta entre viejos zorros o entre jóvenes cachorros que lo ven jugar por los ojos de sus antepasados en la que Señor no esté sentado en el trono o con una corona ceñida a su cabeza. El equipo aragonés rebosa de mitos y leyendas, de generaciones fantásticas y genios que han embriagado a la afición de adrenalina y suspiros. Todos ellos ocupan su eterno lugar en el universo, pero hoy es el día de Juan, de intentar explicar con palabras lo que reside en la caja fuerte inaccesible de su imaginación, en cómo desde su pequeño tarro de las esencias emergía como un gigante.
Juan Señor era el fútbol total, la pieza cósmica de un ajedrez sobre el que se movía con igual destreza con indiferencia de la casilla que le tocara ocupar. Peón dispuesto a un trabajo colosal, sacrificándose en cualquier dirección, atacaba cuando defendía y defendía al atacar; alfil de magnífico transporte diagonal en los pases que cruzaban el aire on una milimétrica precisión; caballo que saltaba líneas enemigas y alambradas con una exquisita conducción de la pelota; torre de firme personalidad y carácter que jamás se enrocaba ante un asedio; dama omnipresente y libre en la creación e inmisericorde en la elegante ejecución de los goles: en llegada, de golpeo lejano, de cabeza, de penaltis matemáticos, en lanzamientos de falta directa que subían al marcador antes de que siquiera conectase con el balón, con los porteros santiguándose frente al pelotón de fusilamiento sabiendo que no había indulto posible. Y, por supuesto, rey de reyes en el Real Zaragoza, con la selección española (virrey de Malta), gobernando con una inteligencia superior. Un día, el corazón le pidió una tregua por tantas emociones acumuladas y entregadas. Sobre aquel tablero de oro que construyó, su fútbol de marfil jamás deja de latir.