La Fundación quiere irse haciendo negocio, que es para lo que vino

Todavía circula la leyenda urbana de que la Fundación 2032 (César Alierta, expresidente de Telefónica y Tabacalera; Fernando Yarza, de Henneo (editora de Heraldo de Aragón; Fernando Iribarren, gestor de concesionarios de automóvil, y el inmobiliario Juan Forcén) llegó al Real Zaragoza con un espíritu poco menos que altruista, ungidos en la púrpura de salvadores del club que aún conservan en algunos sectores del zaragocismo y que les presenta, además, como estupendos gestores de la deuda heredada de las anteriores propiedades. Es cierto que evitaron una situación limítrofe con la desaparición, pero la compra de las acciones por un euro a Agapito Iglesias tenía el trasfondo de empresarios cuyo propósito no era otro que el de hacer negocio y, como segundo plato, reflotar con esa inercia el club. Para cumplir con sus deseos, diseñaron una ruta de mínima inversión personal para dotar a la plantilla de cuajo competitivo y de progresiva reducción de los pagos con acreedores, Agencia Tributaria y otro tipo de intereses acumulados. En siete años de gobierno, han conseguido una notable rebaja de esos compromisos hasta los 71 millones de euros a base de quitas, renovaciones de los convenios de acreedores, convenios singulares con Hacienda y subvenciones de todas las instituciones públicos que ha prolongado su continuidad en un proyecto a todas luces ruinoso. En apariencia, claro.

Todo inversor tiene derecho a buscar beneficios. Ese y no otro fue el punto de partida de la Fundación, con el ascenso a Primera división como piedra angular y la construcción de un nuevo campo en los terrenos de uno de sus integrantes. Su olfato financiero chocó sin embargo de frente con un alto grado de incultura futbolística, el frenazo a la construcción de un estadio por motivos políticos y un vuelco de prioridades tras el brote de la pandemia y de una constante racanería por desembolsar capital personal. Salvo Alierta y en mucho menor medida Iribarren, el resto se limitó a defender una posición de privilegio a la espera de un nuevo escenario deportivo. En ese estado de contención y contemplación, se ha incidido en que cualquier interesado en entrar en el accionariado se encuentre las puertas cerradas a cal y canto, estrangulando un salto sólido y creíble de calidad al restringir las inyecciones de dinero a los abonos y a la venta de sus mejores jugadores de la cantera, por lo general demasiado pronto y a precios de saldo.

Así se ha presentado la supervivencia del club como un éxito de la Fundación aunque haya estado amenazado en tres ocasiones con el descenso a Segunda B. El equipo, como consecuencia de ese falso equilibrio entre las balanzas económica y deportiva ha mermado sus posibilidades de presentarse como aspirante al regreso a Primera hasta transformarse en uno más, en un veterano de la categoría tras nueve campañas consecutivas en el segundo escalón del fútbol español. Ese bucle diabólico,  la visualización o certeza de la burguesía empresarial de la ciudad de la imposibilidad de alcanzar la auténtica finalidad de su aterrizaje en la entidad en 2014, han conducido la búsqueda a la desesperado de algún grupo inversor que le libere de un peso de pagos inminentes que no quieren soportar por más tiempo y menos afectando a sus bolsillos. Spain Football Capital negocia la compraventa desde hace seis meses, pero en los últimos días ha pedido una prórroga para estudiar algunos flecos del informe presentado. Ese repaso podría estar relacionado con que en su adiós, algunos miembros de la Fundación no solo intenten recuperar los intereses generados por los préstamos, sino que busquen un beneficio mayor. De fondo, la continuidad de Fernando Yarza aun con la nueva propiedad para conservar un nicho de poder en el organigrama. Es otra forma de hacer negocio en plena huida de los salvadores, cuya peor pesadilla sería que no se consumara esa oferta.