Estoy retrasando el momento de aceptar que un punto de referencia muy importante de mi vida va a desaparecer. Y aunque no he vuelto a la Romareda para presenciar ningún partido del Real Zaragoza desde que dejé de transmitir siempre pensé que en cualquier momento podría regresar al viejo coliseo. Desde el domingo no dependerá de mí, se derribará la instalación como estaba previsto, y todo lo que he vivido en su interior y en su exterior será solamente un cúmulo de recuerdos, algunos de ellos maravillosos y otros dramáticos. He perdido personas muy queridas en los últimos años, he tenido que dejar el mundo de la comunicación y reconvertirme para seguir con mi vocación profesional, he asumido la soledad como la compañera más generosa de mis horas de introversión superando difíciles problemas de salud y en unos días, un escenario mágico entrañable, dejará al desnudo su interior mientras es derribado hasta desaparecer.
Luego llegará el estadio desmontable, muy avanzado en su erección, que será una anécdota mientras se construye la nueva edificación de lujo para albergar algún partido del Mundial de Marruecos 2030. Y a esperar que el club no descienda y se promueva una manifestación de protesta ciudadana para que se organice el club deportivamente y se pueda luchar por el regreso a Primera División después de los peores años del Real Zaragoza en su historia.
No conseguir la victoria ante el Deportivo de la Coruña en esta despedida, no en la fiesta que algunos aprovechados pretenden organizar, se recordaría como una vergüenza inmortal en todos los aspectos y sería una rémora para el futuro, aunque el Eldense no vuelva a sumar ni un solo punto estas dos jornadas. Se han vendido todas las entradas; algo inventarán desde el club como cortina de humo para ocultar el desabrigo de la plantilla, el fracaso deportivo de Fernando López, los que se marcharon y los que aún están, los que dicen desde Madrid lo que tiene que hacer o las prioridades de los inversores y de quienes les trajeron que siguen en sus mansiones. Veinte años luchando para que la ciudad construyese un nuevo estadio con zancadillas políticas y oligarcas que lo impidieron y ahora que se va a levantar por fin el murmullo insoportable de la decepción, solamente será amortiguado por la ilusión del zaragocismo en el momento que ocupe el público las gradas por última vez.