Los juegos del hambre

El aburrimiento consiste en mirar moscas. En cambio, la tristeza mira sueños rotos. Son dos términos muy diferentes que se encuentran en un punto común del comportamiento que es más habitual de lo que nos parece. Si unimos tristeza y aburrimiento, obtenemos como resultado la apatía. Las personas apáticas no son simpáticas ni antipáticas, porque ni siquiera están interesadas en mostrar sus sentimientos. No quieren caer bien y no les apetece enfadarse. Una persona aburrida desea hacer algo diferente de lo que está haciendo (si es que hace alguna cosa). La persona apática no tiene ese deseo porque no quiere hacer nada. No confundamos a los apáticos con los perezosos. Esos seres que conscientemente les encanta vaguear y disfrutar de no hacer nada. Bienaventurados sean los mansos porque de ellos será el reino del sofá. La apatía puede ser un serio aviso de una depresión incipiente. Pero también puede anunciarnos las fases iniciales de deterioros como el Alzheimer o el Parkinson. Las dificultades de acudir a la memoria dificultan la toma de decisiones, por lo que estos pacientes muestran apatía.
El domingo se vivió en el estadio modular uno de esos momentos emocionales que se recordarán durante mucho tiempo en la memoria zaragocista. Pudo pasar relativamente desapercibido, pero recorrió todos los sentidos de la afición maña. Fue una percepción que sólo pudimos sentir quienes estuvimos físicamente en el partido disputado el domingo. En el minuto 66 y 42 segundos entraba en la portería local un balón golpeado hacia la propia meta por Francho, sin que Saidu tuviera oportunidad de sacarlo. Tras unos instantes de perplejidad, se escuchó un impresionante silencio que retumbó en las gradas metálicas, aunque no tanto como en los corazones y cerebros de la afición. No es fácil escuchar el vacío estando rodeado de tanta gente. No hubo silbidos. No hubo protestas ni abucheos. Sólo resignación ante la imposibilidad de disfrutar de unas fiestas en paz futbolística. Sin emociones, sin ganas de pedirle a Gabi que se fuera a casa y sin ganas si quiera de volverse a un palco desamparado de mando en plaza. Resulta curioso que en las vaquillas de las ocho de la mañana en el coso de la Misericordia se coree la vuelta a casa del entrenador madrileño y en el campo de fútbol no se pidiera ni su oreja para hacerla al ajillo.
La apatía de la afición se ha cocinado a fuego lento, a fútbol quieto y a base de negocios rápidos. No hay frustración que dure trece años ni ilusión que soporte tanta decepción. Es cuestión de supervivencia. Y el único batallón suicida que pasa por el club del león, son sus entrenadores. El rastro de ánimo sólo sigue vivo en las gradas. Veníamos de un pregón de fiestas en la plaza del Pilar honrado y honroso que protagonizaron los hombres y mujeres del cine y la cultura. Fueron unos discursos llenos de emoción, criticando el genocidio contra el pueblo palestino y llenos de reivindicaciones sociales que pedían más y mejor sanidad y educación pública. Al escuchar tantas verdades en su cara, a la alcaldesa y se le congeló la sonrisa, con mirada ojiplática, mientras escuchaba las palabras de Paula Ortiz. Si hubiera acudido al partido dominical las órbitas oculares hubieran terminado de saltar sobre sus pómulos. Con tanta fiesta, la mañana del domingo se hizo extraña. Los espectadores no sabíamos si habíamos comido o no y los juerguistas caminaban confusos sin saber si llegaban o salían de marcha. En estos juegos del hambre con los que nos castiga Tebas, seguimos pagando un tributo de bilis en la digestión que no ayuda al descontrol peñista. Todos queríamos echarnos algo a la boca. Todos menos los futbolistas que no tenían hambre de balón ni de correr. Y eso que tenían el pienso junto a sus pies. Nunca pensé que podía salivar por ese forraje pisoteado. Con tanto desatino balompédico nos hubiera venido bien algo de hierba que echarnos a la boca. El caso es que con lo visto alucinamos lo  mismo. Al lío se sumaron los tranvías. La gente se subía a todos los que ponían que llevaban “Alcampo”, pero como la publicidad ha convertido este gran invento en unas cápsulas de oscuridad claustrofóbica, hubo muchos que se fueron en dirección contraria. La unanimidad festiva se citó frente al Córdoba gracias a unos cachirulos tan universales que llegaron hasta el simpático grupo de aficionados andaluces, a los que se unió más de una bufanda palestina que alegró la vista a pesar de la censura de La Liga, tal como hizo en San Mamés.
Sobre el césped los jugadores con futuro salieron vestidos de baturros y baturras, siendo acompañados por once figurantes vestidos de blanco, además de una pantera rosa con sabor a dulce de leche. Los futbolistas que cobran por parecerlo quisieron sonar mejor que los de “b vocal” ¡y vaya si cantaron! Desde los escurridizos asientos no sabíamos si nuestro cuerpo resbalaba de hastío o empujado por el cierzo. Siendo un día de brisa normal para Zaragoza, nos imaginamos lo que puede soplar cuando “sólo” haya rachas con alerta amarilla. Si el viento es el aire en movimiento, el fútbol es jugar con desplazamientos. En cambio, los jugadores de ambos conjuntos prefirieron una actitud contemplativa y se dejaron llevar más por la corriente de la ventolera que por la energía de sus piernas.
En los partidos que no ocurre nada suele estar presente lo que no se ve. Y el Real Zaragoza es una bola de cristal que no luce, pero en la que se ve todo. Nos aseguraba Gabi que una vez que llegara la primera victoria todo sería más fácil. Así que, tras el triunfo frente al Mirandés, acudíamos al campo como niños con victoria nueva en temporada. Una vez que se había roto la dinámica, se trataba de estabilizar el cambio. Si pierdes el cambio de dinámica, descubres que tu electricidad es estática. La pasada semana advertíamos del riesgo de recaída en este tipo de pacientes futbolísticos tan débiles. Y el enfermo ha seguido su curso. Lo único que se ha asentado en este club es una estructura de alcanfor que se ha convertido en su zona de confort en el descenso. Cuando falla un proyecto tantos años, no se puede echar la responsabilidad a los años. Desde Solans padre no hemos visto, juntas, la emoción y la inversión. No es posible la empatía entre afición y propiedades (actuales, pasadas y hasta futuras) si lo importante para la afición es un fútbol de primera, pero los dueños sólo buscan un negocio de lujo que cada día está saliendo más caro a toda la ciudad.
Si analizamos el partido vemos como la descomposición de un equipo se basa en la desconcentración de sus componentes, y del maestro de ceremonias por supuesto. El ejemplo visual nos devuelve al bisturí de la imagen. Hay dos saques de esquina que bota el Córdoba con un margen de pocos minutos. En el minuto 63 se puede ver la disposición de la defensa maña. Hay más de dos metros de terreno libre entre el primer palo y tres jugadores blanquillos que, más atrás, se encargan de marcar a un único rival. Es justo la misma imagen previa al autogol de un balón que va a esa zona, una vez que los cordobeses han descubierto la tremenda vía de agua que deja el Zaragoza en cada saque. Entre una estricta defensa al hombre y la desertificación de una zona de alto riesgo, hay un trecho. Y nadie cubría un agujero que sólo estaba presidido por el cierzo, y por el que entró el involuntario cabezazo de Francho. Dos errores idénticos, en tres minutos, dicen mucho de la comparecencia de los locales sobre el airado césped. Algo similar a lo que le ocurrió al “Depor” en el gol que le mete el Almería por el mismo espacio vacío. Por cierto, si en el descanso intentaron mojar la hierba para apaciguar el terreno, ante tanto aire, a base de manguerazo por aspersión, que sepan los ingenieros de riego que los únicos que nos mojamos fuimos los espectadores que recibíamos el bautizo de abajo hacia arriba, por el efecto helicóptero del recinto.
Los entrenadores de los dos equipos mantuvieron su pelea particular. La equipación de míster se va consolidando en un estilo casual de tonalidad negra. Gabi se equivocó al salir sin su refuerzo en el corazón que tan buen resultado le dio en Mendizorroza. Iván Ania demostró sus dotes para el rugby y quiso hacer un ensayo en dirección al vecino estadio de atletismo. El árbitro le perdonó la amarilla porque entendía que el cabreo le correspondía al madrileño por frustración y no al asturiano por ofuscación. El trencilla colaboró con el increíble gol menguante de los maños y se opuso a expulsar a Vilarrasa, aunque hizo un tres en uno al permitir una ventaja, sacar la segunda amarilla a Paul y señalar una falta a favor del Córdoba, todo en la misma jugada. Pero si no estamos con ganas de enfadarnos con los nuestros, menos con los forasteros en días de fiestas. Así que el colegiado salió escoltado por dos policías con escudo a los que les sobraban todos los aderezos de seguridad. Gabi no pudo competir con unas mechas en el cabello del entrenador del Córdoba que sintonizaban a la perfección con tonos castaños en su coronilla que engañaban a una barba clara con bigote minimalista. Su imagen es la simbiosis perfecta entre un “poetón”, amigo de Quevedo del siglo XVI, y un colega del Quevedo reguetón del siglo XXI. Su único defecto casi pasa desapercibido, pero las ojeras de Ania no están debajo o sobre sus párpados, sino en el lateral de su cara. Tanto que nos podrían hacer sospechar de un estiramiento tan artificial como el tiempo que dejó perder camino del pitido final.
En la rueda de prensa Gabi sale tan derrotado como inquieto. Ya lo habíamos visto desquiciado junto al banquillo apretando sus labios con la mirada ida y el mentón caído. Cada vez que el madrileño aprieta sus labios, y los humedece, su personalidad deja paso a su espectro. La contradicción entre lo que muestra y lo que piensa hizo que su fantasma se quedara mientras expulsaban a su cuerpo. Tras responsabilizar al utillero del desastre inicial en la liga, le dio una patada a una botella de agua con tal potencia que trasvasó el líquido elemento a Murcia. En la comparecencia con los medios, habla para explicar de nuevo lo que habíamos dejado de entender, esta vez la toma con los micrófonos y se dedica a suavizar la nuca, dejando en paz a sus brazos. La sonrisa forzada preside la comparecencia.
Tras la debacle deportiva nos quedaba el programa de Pilares para encontrar algo de ánimo. La Fan Zone podría haber sido una buena “Hartoberfest” del hastío zaragocista. Porque lo visto nos hizo dudar de si estábamos en el Circo del Miedo, en la Casa del Terror, en los auto-delanteros de choque o quizás era la revista de Luis Pardos. Al menos ya sabemos la razón por la que el encuentro del pasado domingo no iba dentro de la programación pilarista. Veremos qué pasa en Almería el sábado. Para flores no da, pero como ofrenda de frutos igual nos sirve alguna pieza que venga de vuelta desde las tierras del spaguetti western. Ahí lo dejo.
Mientras, en el campo, Indias comparte el funeral con un Francho que mira con pena la tristeza de la soledad a su alrededor. Bien podría estar pidiendo la condicional al director deportivo para que le permitan jugar en su zona y Juan Sebastián le tome el merecido relevo. Nos vamos del campo. Esta vez los tranvías anuncio van más lentos. Han desaparecido los vehículos dobles. Mientras esperamos en la parada, se cruza en dirección a Juslibol el Tren chú-chú El Carrizal. Lo miramos con envidia de haber desperdiciado una diversión segura. Pero también con el terror de saber que, en unos meses, podría ser suficiente para llevarnos de vuelta a donde nunca debimos salir. Una última mirada de desolación me hace sentir la apatía. No me voy enfadado ni triste. El silencio de los corderos degollados por el fútbol me acompaña en los vagones del hambre. Sólo me dejo marchar desde donde sé que volveré, a pesar de todo, para sentir lo mismo. Mientras me alejo de los andamios de la desgracia me viene a la cabeza, sin saber por qué, una estrofa de Bécquer: “¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!”.

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