Los lectores eligen el mejor centro del campo de la historia del Real Zaragoza

La historia del Real Zaragoza, sus diferentes edades de oro, está escrita por futbolistas majestuosos, jugadores instalados en el corazón del aficionado que han trascendido mucho más allá de las fronteras de La Romareda. Por la pasarela del centro del campo se ha inmortalizado la púrpura de las pisadas de auténticos genios, seres mitológicos que habitan eternamente el olimpo de la memoria zaragocista. Los lectores de Príncipes de París han elegido al que consideran el mejor cuarteto de esa tierra intermedia, y los nombres más señalados en las votaciones desprenden admiración y respeto.

En esa alineación, la medular –entre paréntesis los votos conseguidos por cada uno– está compuesta por Señor (103), Aragón (84), Arrúa (76) y Poyet (61). El buen gusto, la personalidad, la versatilidad, el gol… En su propio chásis o dentro del motor de los equipos que formaron parte provocan adoración. Juntos en un once imaginario, los dioses se pondrían de rodillas. Juan Señor ha sido el preferido, algo en lo que coinciden diferentes generaciones porque pocos como él representan el fútbol total, artístico y mecanizado, de bota con dulce cicuta. Otro caballero a su lado, Santiago Aragón, un águila imperial en el nido de la Recopa, un bello alfil de mágicas diagonales, un gobernador del área rival con pases y goles sólo capaces de ser concebidos en su cabeza.

El zaraguzayo Nino Arrúa figura también en una lista que hubiese perdido crédito sin él. Alma de delantero y salvaje finalizador, se abrazó a la grada y aún no se ha soltado. Era la celebración, la fiesta, la música de percusión en esa zona indetectable ente la cortina del mediocampo y el ataque. El 10. Ocurría siempre algo fantástico cuando se le ocurría salir de caza. Y, cómo no, Gustavo Poyet, la alegría del pueblo, el zancudo uruguayo que habitaba el espíritu de todas las tormentas e incendiaba el cielo con sus vuelos de indomable dragón y sus frentazos demoleadores. Cuatro reyes en Príncipes de París. El mejor centro del campo, el centro del universo donde hubo tantos astros rebosantes de luz e imaginación.

 

Foto: el Periódico de Aragón

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