Nosotros somos los otros

Nos pasamos la vida forjando la personalidad, y terminamos sin encontrarnos nosotros mismos. La identidad no se tiene, se construye. Por eso no tiene sentido buscar el sentido de la vida, porque la vida es el sentido. Nos obligamos a seguir a otros, los idealizamos y se nos caen los mitos que nunca fueron. Adoramos artistas musicales, líderes sociales, y futbolistas mágicos. Los convertimos en estrellas y nos estampamos con la cruda realidad. En todo, pero especialmente en el deporte, recomendamos tener referentes, pero nunca ídolos. La idolatría es ciega, porque no se cuestiona lo absoluto. En cambio, una persona que sea referente funciona como una brújula. Te indica hacia dónde debemos ir. Pero el Norte nunca está en las saetas magnetizadas. Las frustraciones están repletas de ilusiones con las que hemos adornado lo que nos gusta. La confusión cobra toda su plenitud cuando no sabemos distinguir las guirnaldas que hemos puesto a una persona, una idea o una religión, del esqueleto raquítico que siempre estuvo ahí.

Los equipos de fútbol se debaten entre tener su identidad, la que imitan y la que los demás les adjudican. El exceso de pretensiones acaba por hacer mella en quienes las perciben, porque llegan a creerse que son auténticas. Pero la solidez de un grupo se basa en el equilibrio entre lo que suman, los objetivos que buscan y las herramientas con las que se desenvuelven. Si todo esto está ajustado, decimos que un equipo tiene identidad. No la del entrenador ni la de la afición. La suya. La habilidad de un míster consiste en lograr que un grupo construya su propia dinámica. Al final, se trata de trabajar con un colectivo como si fuera un único individuo. Unos jugadores hacen de brazos, otros de piernas, otros de cabeza y otros de pulmones. Con un buen corazón y buenas ideas. Un equipo será una buena persona colectiva, completa y complementaria en sus integrantes para lograr objetivos.

El Real Zaragoza de hoy es el mismo del inicio de temporada. Pero sus componentes no son iguales. Suelo comentar en mis charlas con equipos de fútbol base que el objetivo del rendimiento competitivo se basa en tres “co”. Colaboración, compromiso y concentración. Comenzamos a ver en el conjunto del León, aspectos de estos tres elementos centrales. En los primeros partidos reinaba el descontrol de la desconcentración. La colaboración era inexistente. Y el compromiso, en el mejor de los casos, era individual. La mezcla perfecta del fracaso deportivo (aunque sería extensivo al ámbito laboral, social o familiar). Los cambios de personas o responsabilidades son complicados en el mundo del fútbol para encontrar nuevas soluciones. Los vestuarios son ollas de presión, en las que las miradas de los celos y el rencor salen al césped con afán homicida. Un buen míster debe ser un alquimista de emociones y un artista de fogones futbolísticos. Si la experiencia no es mucha, las recetas pasan por reducir el trabajo enfocándolo a un mínimo común múltiplo que sume. Las urgencias reducen la botica del hechicero y la angustia obliga a exprimir las aspirinas como si fueran antibiótico. El caso es que funcione.

El partido frente al Málaga nos confirmó que el Real Zaragoza somos los otros. Es decir, el equipo ha aprendido a responder de la misma forma que lo hacían sus rivales cuando lo derretían con la mirada. Los jugadores locales comenzaron con una buena actitud y terminaron encerrados en la segunda parte hasta que consiguieron recibir un gol. Ese pensamiento que expresaban en sus miradas de pavor los aficionados malacitanos, ya lo hemos vivido en nuestra casa, desde agosto. Aún seguimos pagando las facturas de tanto pánico atesorado. El resultado fue justo porque el fútbol no tiene por qué serlo. Pero a veces la excusa que justifica el respiro tiene algo de certeza, aunque sea a posteriori. El gol que debió haber metido Dani Gómez, si hubiera dado un paso más en su duelo con el meta local para quedarse a solas con la portería, se equilibró con el penalti que debió haber fallado en un lanzamiento tan inseguro como eficaz. Los mismos dedos seguros de Herrero, de cerca, fueron blandos de lejos. Cosas del fútbol.

Sellés explicó en rueda de prensa que las situaciones son eso, situaciones. Es decir, la disposición de una cosa respecto del lugar que ocupa. El lenguaje del fútbol es el único idioma en el que sin decir nada se entiende todo. Los demás hablamos o escribimos de todo y no se nos entiende nada. Paradojas que sólo comprendemos los muy futboleros. El míster zaragocista sigue hablando sin gesticular. Ya ni siquiera mueve los labios. No sabemos si Rubén está en manos de un ventrílocuo que le domina tras los escenarios de las ruedas de prensa. Lo que está claro es que no hay intérprete de gestos que sea capaz de leer los labios de su gesto. Respiró con sus ojos al terminar el encuentro. Y soltó un resoplido junto a Andrada que no se ganó el Oscar por su interpretación en tierras andaluzas. Bakis se solidarizó con él. El turco marcó un gol sin querer, y le han expulsado sin jugar. Pasión de cama turca. Los dos quedaron para ver el próximo encuentro frente al Cádiz, en la noche del próximo sábado.

El Real Zaragoza descubrió en la segunda parte de su encuentro en Málaga que podía ser el de antes, como si fuera el de siempre. El partido roto, de ida y vuelta, que vimos en los últimos 55 minutos, permitió a los nuestros que la velocidad les recordara que competían y podían embotellar al rival. La lentitud de todos los primeros partidos de liga era la pareja mortal del equipo. Una vez que el conjunto maño se ha divorciado del ralentí de su fútbol, las revoluciones impulsan las botas, y con ellas las ganas. No es una cuestión de fe, sino de convicción. Que no es lo mismo. La fe es inexplicable, porque es ininteligible. La convicción se deduce de la capacidad que convierte en razonable una respuesta propia, sea individual o colectiva.

Estamos en fase de estabilización. En donde es más importante mantener el tono que ir compensando derrotas y victorias con normalidad. La revitalización del equipo es posible, porque así lo perciben sus integrantes y los aficionados. Pero sobre todo, porque somos otros, los otros. Además, si ganamos, prefiero que los míos sean otros. Y los otros jueguen como jugábamos antes.

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