Hay dos clases de animales rumiantes: los mamíferos herbívoros que tienen varios estómagos y los humanos. Las vacas, por ejemplo, digieren el alimento en dos fases. Primero consumen su comida y luego la regurgitan para volver a masticar una y otra vez lo que ya se habían tragado. Las personas hacemos lo mismo con las preocupaciones en su digestión por parte de nuestro cerebro. Las ideas repetitivas que nos obsesionan vuelven una y otra vez a nuestra cabeza y nublan la capacidad de pensar y elaborar alternativas que las superen. Somos muy propensos a mascar, como un chicle eterno, problemas que se centran en el pasado, inutilizan el presente y bloquean el futuro. Muchas veces ese bucle se articula en torno a los “ysis”. ¡Y si hubiera hecho u ocurrido aquello! El círculo vicioso de pensar una y otra vez en esa idea, que no podemos sacar de la cabeza, ahoga la personalidad con una ansiedad asfixiante. La única forma de superar esa presión es destinar el mismo esfuerzo a encontrar nuevas soluciones. Puede ser lógica una fase de lamento tras un error. Pero, asumido el mismo, la nostalgia debe ser sustituida por otras decisiones. De hecho, es mejor equivocarse de nuevo que mantenerse paralizado por la prisión de la duda. Si alguien decide profundizar un poco en esta idea les dejo un libro de mi colega psicólogo Rubén Casado, con un título que lo dice todo: “Mente de mono, cerebro de vaca” (Ed. Sinequanon, 2024).
La crónica del primer partido de nuestro Real Zaragoza, que firmaba en esta sección la pasada semana, se titulaba: “Un equipo postraumático”. La ansiedad del equipo maño que vimos en Donostia no sólo era un recuerdo de la catástrofe de la pasada temporada, sino que se ha instaurado en el conjunto zaragocista. Lo certificó en sus declaraciones Gabi Fernández: “Los fantasmas del pasado han vuelto”. El problema es que los espíritus sólo viven del presente porque no existen al margen de la superstición sobre su creencia. Si dotamos de consistencia a los espectros, ya está tardando el míster blanquiazul en pedirle a nuestro director deportivo que ejerza de “Indiasjana” Jones para que encuentre, con todo tipo de sortilegios, el arco perdido en la puntería de nuestros jugadores. Como el problema está más cerca de la cabeza que de una conspiración fantasmagórica, la medicina exige abandonar la claustrofobia que atenaza el fútbol de los blanquillos. Culpabilizar al elefante que hemos trasladado, junto a los focos, de la vieja Romareda a este estadio modular es la mejor forma de darle vida en las neuronas jugonas de cada miembro de la plantilla.
La Real Sociedad B nos ganó con un entrenador vasco que imponía con la mandíbula. El Andorra triunfó con un técnico bilbaíno imponente. Ibai llegó a Zaragoza, como quien acaba de salir de hacer windsurf en el Ebro. Con una barba tostada, a juego con sus ojos azules, y unos discretos pero elegantes tatuajes tallados en sus brazos, a juego con la pulsera andorrana, y un par de anillos de tono desenfadado en ambas manos, destrozó la sencillez del luto que portaba Gabi. Su mirada, tras la victoria, emulaba la de Charlton Heston tras descubrir la Estatua de la Libertad en su propio planeta andorrano (El planeta de los simios, 1968). Si el vasco parecía haber terminado su turno como socorrista de la playa, el madrileño seguía buscando, ensimismado, al resto de componentes corales de su grupo vocalista. En el guiñote de Gabi pintan vascos porque va a tener pesadillas con cada entrenador euskaldún al que se mida. Le quedan los dueños de los banquillos del Cádiz, Eibar y Sporting. Casi nada. Y es que casi la cuarta parte de los hyper-entrenadores son de Euskadi.
La inauguración de la temporada en casa sirvió, al menos, para desentrañar dos misterios del nuevo y provisional campo de fútbol. Entendimos la estrechez en el fondo de nuestros asientos. Si en la pretemporada se intuía una cierta incomodidad, que nos obligaba a reubicarnos para no escurrirnos en el plástico, ahora sabemos que, a este paso de resultados, en breve los aficionados no vamos a tener tanto glúteo para tan poca base. El segundo misterio nos hizo comprender el cambio de “speaker”. La nueva voz presagia el ánimo que transmite el inicio de temporada. Su tono indica que nos acompañará en el sentimiento. Tanta supuesta megafonía para semejante afonía futbolística. También quedó claro que la celebración, mejor antes del partido. Para que los temores de los seguidores se encontraran cómodos con el marcador, se ofrecían hamburguesas de angustia (Angus) a diez euros. Otro milagro de la economía zaragocista, como el que consiguió elevar el precio de los abonos rebajándolos de media un ocho y medio por cien. Con estos números la juventud acarreó víveres de supermercado e inauguró el botellón pre-Pilares en la llamada Fan Zone.
Nunca había jugado el Real Zaragoza tan cerca y tan lejos de casa. El silencio de la desilusión permitía escuchar las voces de los jugadores. Menos mal que el fondo Norte ha perdido la brújula, pero no la ilusión. La rebelión frente a la alcaldesa, que les había prohibido levantarse para animar a pesar de su promesa inicial, fue de lo más simpática tal y como iba la noche. Hubo media docena de aficionados andorranos que se incrustaron en tribuna. Con sus camisetas tricolores recordaron su anterior visita a la Romareda donde tendieron la bandera de su país en horizontal para enrabietar a Tebas sin incumplir ninguna normativa.
A lo que iba, el Zaragoza rumió y nos durmió. Nos hemos enfrentado a dos equipos vivaces que, con un poco de frescura, algo de agilidad y unas gotas de insolencia se han apoderado de un grupo que salió al campo pensando que el equipo de Piqué era el de la Kings League. En cambio, se encontraron con unos chavales que suplían con implicación e intensidad la falta de calidad. Sorprendió la velocidad del coreano Kim que no se sabía si venía cedido del Girona o seguía corriendo, huyendo del otro kim de Corea del Norte, tras atravesar a toda velocidad la zona desmilitarizada. Claro que todos los trenes parecen un AVE cuando tú vas a ritmo de caracol.
Sufrimos, es un decir, un encuentro agarrotado en el que los jugadores rumiaron las mismas preocupaciones, pero no se comieron la hierba. La bofetada ahora es doble, gracias al video marcador. Volvías la vista del césped, hastiado de tanta lentitud, y te encontrabas con tu equipo en un espejo de imágenes que parecían discurrir más rápidas que la luz de la realidad. Si no puede haber nada que viaje más rápido que la luz, este Zaragoza es capaz de ir más lento que la propia oscuridad. Pobre Einstein.
Por el momento hemos visto jugar una equipación sin equipo, un grupo sin ordenar y un conjunto que no para de deambular. Las obsesiones priman sobre los objetivos y se siente una tensión futbolística no resuelta en los fichajes, en las salidas y en los papeles de cada jugador. Y por supuesto en una propiedad, más ausente que presente, y en un equipo técnico que se ve más consentido que apoyado o criticado. El gol de Bazdar es para analizarlo con bisturí mental. La anticipación, con un buen gesto técnico y una finalización certera, tuvo una recompensa esbafada. Lo que vimos en el campo se transforma en un psicodrama televisivo al repasar, a cámara lenta, las imágenes del tanto. Descubrimos la soledad del goleador de fondo. Tras marcar, hace el gesto de silencio y poco después lo disimula succionando su dedo de chupete. Pero lo relevante no es lo que sucede, sino lo que no pasa. No se percibe entusiasmo ni cariño hacia el goleador. Tampoco es un castigo por su lenguaje críptico de signos, ya que nadie inicia una carrera para encontrarse con él nada más inaugurar el marcador. La respuesta silenciosa de los compañeros va más allá de la intrascendencia de un resultado cerrado. Serán las aguas revueltas que agitan las horas previas al cierre del mercado, pero hay digestiones pesadas que necesitan provocar el vómito para disfrutar de futuros ágapes.
La solución requiere velocidad y concentración. Ni tuvimos posesión, ni ocasiones, ni hicimos faltas que demostraran intensidad más allá del error de una expulsión que siguió al fallo de una cesión. Solo la aceleración con control nos ayudará a evitar que el miedo al encantamiento nos atenace. Si seguimos insistiendo en el error de rumiar el pasado, sin centrarnos en las soluciones, acabaremos buscando fantasmas como pagafantas del fútbol y terminaríamos siendo unos pagafantasmas. Esta ciudad y esta afición necesita menos negocio y más proyecto de equipo para ascender. Al fin y al cabo, no pedimos un banquete deportivo. Eso sí, aspiramos a dejar de masticar, y rumiar, un bolo incomestible que nos desgasta, año tras año y ya van trece, la dentadura de un León que sólo quiere disfrutar del fútbol que nos apasiona.
¡Este equipo está demostrando un talento increíble para perder! Es como si hubieran estudiado en la Universidad de la Derrota y se hubieran graduado con honores. ¡Vamos a ver si pueden aplicar sus habilidades en el campo y empezar a ganar algunos partidos, o si prefieren seguir siendo los expertos en la derrota! ¡Y si siguen así, les vamos a tener que dar un curso de «Cómo sonreír después de perder»!
Muy buena exposición señor Mendi de lo que es el actual y viejuno RZLLC y de lo que debe pasar por la mente de una afición que vive, décadas ya, en el diván permanente del psiquiatra. Si pudiéramos leer en la mente del nuevo psicólogo del equipo, de Gabi o de Indias veríamos que si cada uno de los jugadores va a su aire con su depresión, su problema, su impotencia, su encono, su desencuentro con el compañero, nada se podrá hacer. Un equipo desunido es un infierno y si además nadie sabe quien lleva el timón o hacia dónde se dirige el barco, entonces estamos ante un buque fantasma que va directo al triángulo de las Bermudas, ojalá que para desaparecer como ente, aunque no como espíritu en las mentes de sus afligidos hinchas. ¡Qué bonito jugaba el Zaragoza de antaño, por dios, eso si que eran equipos, por ejemplo, los de Chaves o Benhakeer! El zaragocismo debería «matar» a su ángel exterminador (su actual propiedad político-negociante), a su Edipo, para resurgir de las cenizas o nunca llegará a tocar un trofeo más en la cumbre futbolera y hacer soñar a sus fans.