Para ascender hay que tener un equipo cabrón

El Real Zaragoza de Segunda peca, sin duda víctima de su estrechez económica, de haber formado plantillas desprovistas de grandes talentos, pero aún más de canallesca competidora

El deporte de alta competición y en especial los ganadores que lo pueblan no entrarán al reino de los cielos, pero es difícil que alguien les discuta el gobierno en la tierra. La victoria se predica sobre el altar de la nobleza y los valores. El éxito sostenido, sin renunciar a esos pilares de la honradez, atiende también a materias menos hidalgas, muy apropiadas para complementar los días nublados de inspiración o cuando el rival se equipara en genialidad. El fútbol, los partidos, está perforado de túneles subterráneos, de secuencias de pase privado para el entrenador y los jugadores en las que además de ser bueno hay que actuar como un cabrón, una estrategia en nada vinculada a la violencia, el engaño o la mala fe, sino al carácter en su máxima expresión. Al igual que la calidad técnica, se compra en el mismo mercado y no es barato. El Real Zaragoza, en su undécima temporada consecutiva en Segunda, lleva camino de penar una vez más las consecuencias de sus estrecheces económicas y de la impericia de sus arquitectos deportivos. Parecía, todos lo creíamos con mayor o menor efusividad, que Juan Carlos Cordero había construido un vestuario de regularidad combativa, pero el director deportivo volverá a la ventana invernal para corregir sus errores de cálculo, especialmente ligados a un grupo sin personalidades vigorosas en el campo.

En el actual equipo, Cristian Álvarez ejerce de figura paternal y nuclear sin que la mayoría se aproxime a su temperamento, por otra parte distanciado del liderazgo. Salvo Francés, con un gen fiero del que también podrían beber Mollejo y Mouriño, al resto le sobra buena voluntad, empeño, compromiso, trabajo y buen criterio con el balón y le falta contundencia para llevar los encuentros y los momentos a su terreno. Este fútbol moderno que añora muchas cosas del pasado, por fortuna y evolución casi ha desterrado la picaresca y la agresividad física, pero se rige por patrones atemporales que solicitan que quien aspire a la propiedad lo haga con los papeles en regla y con una pistola en el cinto. La pólvora del Real Zaragoza, incluso en los cursos que alcanzó los playoffs, ha llegado para revestir una bengala, no para cargar el cañón del ascenso. Futbolistas de ida y vuelta o cedidos, la mayoría sin experiencia en le élite, y canteranos que han enarbolado la bandera de la cantera con una fabulosa dignidad y rendimiento en los peores episodios. De once intentos, ocho con este ni no sucede algo excepcional, no ha dado ni para la promoción, síntoma inequívoco de una entidad expuesta a las medianías sobre el césped y en los banquillos y sobre todo en los despachos, atestados de intereses personales.

Si se visitan los dos planteles de los equipos que subieron a Primera en 2003 y 2009, se verefica el relato de que el ingenio necesita de copiloto a un maestro de la intriga. Láinez, Ferrón, Toledo, Paco Jémez, Vellisca, Galca, David Pirri, Galletti, Yordi, Aragón, Kolmjenovic, Juanele, Pablo, Generelo, Drulic… Todos se habían doctorado antes en la élite y en el arte la lucha por el poder de la tierra media, donde los encuentros son volcanes sin lugar para la sutileza. López Vallejo, Pignol, Paredes, Ayala, Pavón, Jorge López, Zapater, Gabi, Caffa, Arizmendi, Ewerthon, Doblas, Oliveira, Ponzio… Nombres que en aquel equipo de Marcelino eran cuestionados, hoy en día compondrían la estructura del máximo favorito de la categoría con una diferencia abismal. La caída definitiva al infierno en 2013 ha ido acompañada de un empobrecimiento progresivo que ni siquiera la actual multipropiedad ha logrado o querido contener en la faceta deportiva.

El Real Zaragoza es ahora mismo un equipo demasiado impresionable y temeroso. Capaz de hacer partidos notables y otros indigeribles. Que se viene arriba contra las más fuertes y se desconecta ante los más frágiles. Es decir, sin el soporte imprescindible de futbolistas de espíritu recio desde el primer al último minuto. Sí, de auténticos cabrones que tiren del carro en la hierba aunque el vestuario arda en confrontaciones de egos. Magníficos granujas como Belsué, Aguado, Cáceres, Esnáider, Poyet, Higuera, Pardeza, Darío Franco, Acuña, Garitano, Milosevic, Juanele, Lanna, José Ignacio, Álvaro, Gabi Milito, Ponzio, Villa, el Kily o Diego Milito. «Moverse maños, moverse» es un himno precioso, pero para reinar en la tierra y en el cielo el grito cotidiano debería ser «¡Viva el Real Zaragoza, cabrones!».

02 comments on “Para ascender hay que tener un equipo cabrón

  • Maño de Vilassar , Direct link to comment

    Así de claro. Falta hace años ese gen canalla llamado carácter, personalidad…»cabrón».

  • Leonaredo , Direct link to comment

    Muy de acuerdo con el análisis. Y sí, hacen falta carbones con sangre fría. Esos que cuan tienen un marcador favorable por la mínima, saben desesperar al contrario. No perdiendo tiempo ni esperando el pitido del árbitro simulando falta al calor de la grada en campo propio, esto se ve mucho en la Romareda. Es necesari esa personalidad que lleve al contrario la convicción de que no hay nada que hacer. Aquí se cogen dos goles de ventaja y en cuanto el rival acorta distancias comienzan las imprecisiones el temblor en las piernas y los desajustes tácticos .

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