Poussin, una garantía con caducidad

El error de Poussin en El Molinón ha corrido como un reguero de pólvora entre la opinión pública y privada en un mundo que confunde y mezcla los pareceres, atrapados entre los tentáculos de un universo de aparente democracia pensadora dentro del recipiente siempre en entredicho de las redes sociales y de los medios de comunicación, que en no pocas ocasiones copulan por el titular chillón. Se le ha quemado en la hoguera y se la ha perdonado por pertenecer a la, por lo común, inexacta raza humana. El portero del Real Zaragoza cometió un fallo muy grave, impropio de un profesional de su categoría, un despiste que privó a su equipo de la victoria. Venía el francés de ser cómplice en los dos goles del Alcorcón, por lo que iba a ser juzgado con lupa y sable en ese encuentro. Se ha solicitado que sea retirado de la circulación y, al mismo tiempo, que merece un voto de confianza hasta que Cristian esté en condiciones de regresar. Su acción es ya una sentencia por sí misma, pero habría que diferenciar entre si el castigo incluye la desautorización del guardameta por esos desaciertos o por carecer de cualificación para el puesto.

De Poussin se ha visto poco y mucho. O nada. En cualquier caso hay que disociar la dosis lógica de ira y estupor por el balón que le birló Insua y su capacidad cotidiana. No es un portero del que se tenga mucha información, que en el Real Zaragoza y para sus seguidores queda reducida a dos partidos. En su debut contra el Alcorcón acusó la responsabilidad de sustituir a un mito y su falta, todavía, de comprensión del idioma futbolístico de sus compañeros. A Grau le metió en un jardín, pero Grau recogió sus propias espinas de espaldas a una presión de la que salió por la puerta equivocada. A la cesión de Aguado acude acelerado, pero Aguado tampoco mide la potencia de una entrega que después se tradujo en una aparatosa cadena de disparates. Nada le exime de su responsabilidad, que fue considerable, si bien conviene revisar el lugar de los hechos más de una vez para otorgarle la exclusividad del crimen.

En El Molinón se apreció un buen portero. Detuvo un disparo a quemarropa en una jugada que había sido anulada por el VAR y un tiro cruzado junto a su poste izquierdo al que llegó con dos manos firmes. En el asalto final del Sporting, contuvo el bombardeo aéreo con varios blocajes perfectos, sedantes imprescindibles para un Real Zaragoza en pleno asedio que necesitaba nervios de acero. En el minuto 97 desconectó de la tensión e incluso los conceptos al no detectar a Insua a sus espaldas cuando se disponía a sacar. La vergüenza de Poussin por lo que acababa de hacer lo fue de todo el zaragocismo. También su abatimiento. Esa distracción le acompañará de por vida en su íntima hemeroteca, en la misma donde los mejores conviven con fantasmas similares si no más espantosos. La posición que ocupan en el campo multiplica por mucho la visualización de los errores, pero no hay por qué recurrir a la condescendencia ni al tópico. La cuestión es concluir si el francés es un buen segundo de Cristian y una garantía para el futuro. Lo parece. Ahora tendrá que serlo con poco o ningún margen ya para permitirse más deslices de ese tipo. En este planeta, el oxígeno de la confianza se consume más rápido que en ningún otro.