Que baje Dios (o Zapater) y lo meta

La cantidad de ocasiones generadas por el Real Zaragoza en sus dos últimos partidos daría para alimentar el ataque de la mitad de los equipos de Segunda en gran parte de la temporada, pero todos morirían de hambre si tuvieran el mismo acierto rematador que el conjunto aragonés. Una vez más, con la Real Sociedad B enfrente, desperdició oportunidades de todos los colores y con un buen puñado de protagonistas distintos menos Álvaro Giménez, precisamente el futbolista con licencia para marcar. Su incapacidad para transformar en goles lo que crea fluctúa entre lo escandaloso y lo caricaturesco, con el el peligro de que la segunda imagen se imponga y empiece a afectar a un equipo que juega muy bien con la pelota pero no tanto con los tiempos del partido, sobre todo cuando se presenta ante la portería. En el área sufre una parálisis permanente de recursos para definir. Dirán mañana que lo importante es llegar, producir un chaparrón incesante de disparos, que ese es el camino. Pero no pese a que Narváez, prácticamente el único que prueba la calidad de los guantes de los guardametas y que evitó la derrota de rebote, se lo proponga con un apetito voraz. Las paradojas se suceden: Francés, lateral derecho, fue quien mejor resolvió una situación de mano a mano con Gaizka Ayesa, pero su vaselina en posición de ariete la sacó un defensa bajo el larguero. Ni Nano Mesa ni Azón ni Vada saliendo desde el banquillo acertaron a embocar el esférico a un metro del hoyo. Este despropósito tiene nombre y ya fue bautizado: falta calidad y lo demás son monsergas, excusas de mal pagador y pegador.

El Real Zaragoza pudo haber ganado con ese tanto del colombiano porque el Sanse, remodelado de arriba a bajo y sis muchos de sus titulares, llegó solo una vez en todo el encuentro. Eso sí, lo hizo para adelantarse cuando se habían consumido 80 segundos del choque. Un balón que coge la espalda a Francés, lateral en ausencia de Gámez, un centro al corazón del área pequeña y el debutante Magunacelaya que se anticipa a un indolente Lluís López, imposible sustituto de Francés por mucho que lo imponga Juan Ignacio Martínez, para desviar el esférico lo suficiente y batir a un Cristian que sin agobio alguno no tuvo la mejor tarde de su carrera. Quinto encuentro consecutivo por detrás en el marcador. Quinto encuentro concediendo ventajas al adversario con fallos grotescos en la estrategia, en la atención y en la concentración. Aún se escuchaba el himno a capella de la afición en su primer día grande de regreso a La Romareda y los chicos donostiarras se arremolinaban para celebrar alrededor de un mediocentro ofensivo, porque Xabi Alonso planteó el duelo sin delanteros. El colmo. El conjunto aragonés reaccionó, como si necesitara que le abofetearan para despertar, y empezó a acumular posesión de la buena, con presión alta, recuperación rápida y tiros, por lo general de Narváez, que anunciaban no sólo la remontada sino también el primer triunfo en El Municipal. Fue posible la igualada, pero no se llegó más allá que la recuperación de un punto contra un rival que disputó el tramo final con uno menos por expulsión Ezkurdia y la colaboración de un colegido que permitió que la muchachada del filial donostiarra se le subiera a las barbas con pérdidas de tiempo de veteranos de las artimañas y de los calambres de minuto y medio.

Tres pases de clase de Eguaras, el don multiplicador de un futbolista cada día más grande como Francés, la insistencia brutal y tormentosa de Narváez con el fusil, el bazoka y las granadas de pie… En ese partido que JIM quiso llevarse por aplastamiento cuando el reloj esprintaba hacia el final, Alberto Zapater volvió a erigirse en líder absoluto de las maniobras. El capitán fue quien dotó al Real Zaragoza de sentido, jerarquía y zarpa de león en la recuperación. Qué manera de controlar los escenarios, las situaciones, los pases, la lucha caliente con cabeza fría. En el momento que fue relevado, el Real Zaragoza actuó como el hijo que pierde al padre en mitad del bosque, al caer la noche: chocando a oscuras contra los árboles, con un técnico que tampoco aporta luces en los cambios. Y la Real Sociedad B se reencontró para aguantar y para resistir en inferioridad. No hay Dios que marque en este equipo que explota más hacia adentro que hacia afuera, que termina autodestruyéndose regalando goles. Ni Dios que baje para arreglarlo. Zapater lo intenta en su omnipresencia. Solo le faltó marcar. Entonces La Romareda se hubiera venido abajo y le hubiesen entregado su admiración a capella. Mientras, el Real Zaragoza es un coro que desafina en ataque y en defensa por muy bien que toque alguno de sus solistas.

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